“Lejos de las palabras de circunstancia, se imponen un enfoque y un debate a los que también comienzan a asomarse los medios y profesionales del Ecuador y otros países de la región: ¿hasta qué punto la fama, el dinero y la cercanía con el poder logran condicionar y corroer el ejercicio ético de este oficio?”
Creativo, carismático e irónico hasta la crueldad, Jorge Lanata fue, durante las últimas cuatro décadas, un referente ineludible del periodismo argentino y regional. A menudo para bien y en otras ocasiones lo contrario. Creó medios y productos comunicacionales de gran calidad e impacto pero, con el tiempo, se montó sobre su propia leyenda viva; espió los naipes del poder político y económico; cedió cada vez más terreno a las sombras de sus claroscuros; y se creyó a salvo de todo cuestionamiento o escrutinio popular. No fue así. Nunca lo es. Cualquier parecido con algunos personajes y sucesos periodísticos de la realidad ecuatoriana reciente puede no ser mera coincidencia.
Pocos días atrás, el 30 de diciembre de 2024, se anunció la muerte de Lanata tras una prolongada agonía. La noticia, en sí misma, ya es antigua. Sin embargo, la relevancia y los matices del personaje dispararon el interés por realizar, desde la perspectiva del punto final y fatal de su vida, otros análisis posibles sobre su condición humana y periodística. Lejos de las palabras de circunstancia, se imponen un enfoque y un debate a los que también comienzan a asomarse los medios y profesionales del Ecuador y otros países de la región: ¿hasta qué punto la fama, el dinero y la cercanía con el poder logran condicionar y corroer el ejercicio ético de este oficio?
Los dos textos que presentamos a continuación —publicados en medios de Argentina y levemente editados por La Línea de Fuego, para eliminar localismos, contextualizar o aclarar términos que puedan resultar desconocidos para nuestros lectores— exploran ese territorio. El primero fue escrito por Horacio Verbitsky, director del medio digital El Cohete a la Luna, excompañero de Lanata en la fundación del diario Página/12 y en varios ciclos radiales y televisivos; el segundo lleva la firma de Sebastián Lacunza, exdirector del Buenos Aires Herald y actual columnista de elDiarioAR.
La muerte no afea ni embellece
Por Horacio Verbitsky
5 de enero de 2025 – El Cohete a la Luna (publicación original aquí)
Compartí con Lanata quince años intensos, en el periodismo y en la política. Cuando murió Maradona, Lanata dijo que fue un asco de persona y pidió que “la muerte no convierta a una mala persona en buena”. Mi opinión sobre Maradona es distinta y sobre Lanata más matizada.
La mezquindad
Lanata trató y fue tratado con mezquindad. Se fue mal del diario que había dirigido, cuando se descubrió que lo usaba en beneficio personal. Hasta dos páginas le concedió en una entrevista al exministro de Salud del gobierno de Carlos Menem, Julio César Chiche Aráoz, pero la publicidad de ese ministerio se facturó al programa radial del director. Cuando lo conté, Luis Majul (Nota de LDF: Periodista y escritor, actual conductor televisivo de LN+, entre otros medios) se lo preguntó.
–Puede ser, no me acuerdo –fue su respuesta. Página/12 había denunciado que Aráoz revendía muebles de los detenidos-desaparecidos por el Cuerpo III de Ejército, durante la dictadura de 1976-83.
De allí en adelante, Lanata menospreció al diario, se atribuyó la exclusividad de su creación, inventó que había renunciado en desacuerdo con el ingreso de inversionistas con los que no coincidía, y procuró superarlo con nuevos productos. Recién lo logró cuando acordó con Héctor Magnetto (CEO del Grupo Clarín) ser el ariete de su multimedios contra el kirchnerismo. Quienes quedaron al frente del Página replicaron del mismo modo, lo borraron de cualquier referencia a la historia en la que su presencia era insoslayable. Fue injusto por ambas partes. Ni lo hizo él solo, ni fue un accesorio prescindible.
Su habilidad comunicacional era ostensible. Fue uno de quienes repusieron en el siglo XXI la odiosidad entre peronistas y antiperonistas que ensombreció el siglo XX. Luego le puso el equívoco nombre de grieta y por último saltó de una orilla a la otra como la grácil Señora Bibiloni, que regocijaba a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (Nota de LDF: Se refiere a Beatriz Bibiloni, a quien Borges dedicó sus Dos poemas ingleses y fue, probablemente, inspiración de la Beatriz Viterbo de su relato El Aleph). Tenía una comprensión incomparable del efecto mediático. Cuando aun era un desconocido y Mariano Grondona (Nota de LDF: Abogado, periodista y escritor, recordado por sus ciclos televisivos y su apoyo a diversas dictaduras argentinas a partir de los años sesenta del siglo XX) lo invitó a su programa, se compró una chompa amarilla de duvet, que entre tanta elegancia retumbaba como un trueno. Cuando ya contaba con el presupuesto del Grupo Clarín y no tenía forma de disimular el volumen que había adquirido, se hizo vestir con trajes a medida en las telas menos convencionales hasta lograr el efecto hipnótico de un peluche gigante.
La transición
Lanata siguió figurando como director de Página/12, pero quien se encargaba de ese rol era Ernesto Tiffenberg, un gran lector y editor. Me consta, porque editó algunas de mis notas durante el menemismo:
- La grabación del ministro Roberto Dromi, pidiendo apoyo en el Congreso para las privatizaciones porque el país “está arrodillado vergonzosamente”, lo cual provocó su eyección del gobierno.
- La denuncia de la embajada de Estados Unidos contra el cuñado presidencial Emir Yoma por haber pedido una contribución ilegal al frigorífico Swift.
- El recurso de arrancatoria en la Corte Suprema de Justicia, para reemplazar una sentencia por otra.
- La confesión del capitán Adolfo Scilingo sobre los vuelos de la muerte.
Poco después del alejamiento del director, sus sucesores me preguntaron cómo veía el diario. Dije que estaba cubriendo muy bien los temas que nos interesaban, pero que se extrañaba el humor vitriólico que le ponía Lanata, porque esa me parecía la clave del éxito: el mix justo entre información rigurosa sobre las consecuencias de la dictadura, que aún estaba muy próxima, y el cachondeo, el ingenio y la liviandad de una generación posterior, que Lanata encarnaba mejor que nadie. No me olvido las caras que recibieron mi comentario.
Omisiones y canapés
En 2012, el diario celebró sus 25 años en la EXMA (Nota de LDF: La antigua Escuela de Mecánica de la Armada, centro clandestino de detención y torturas durante la última dictadura militar argentina, luego expropiada y transformada en Museo de la Memoria), con Cristina Fernández de Kirchner (CFK) como invitada de honor y nadie mencionó al primer director. “Es como celebrar una fiesta en Auschwitz”, dijo al día siguiente Lanata.
Clarín contó: “Horacio Verbitsky, otra figura clave del diario, no se exhibió en el evento. No fue un gesto desapercibido”. No podía imaginar un festejo, con champagne y canapés en un escenario paradigmático de la brutalidad dictatorial.
Mi aprecio por Cristina está fuera de discusión, pero no coincidimos en todo. El CELS (Nota de LDF: Centro de Estudios Legales y Sociales, ONG de derechos humanos de la cual Verbitsky fue director hasta 2021) propuso que sólo se expropiaran el edificio emblemático de las cuatro columnas y el Casino de Oficiales con su salón Dorado, de donde salían los grupos de tareas para secuestrar personas o llevarlas a los aviones para tirarlas al mar. Pensábamos que la formación democrática de las nuevas generaciones castrenses se fortalecería si la Marina del siglo XXI custodiara el sitio y rindiera homenaje a las víctimas de la Marina de 1976.
Pero los demás organismos de derechos humanos se negaron a poner un pie en el sitio hasta que no fuera desalojado el último marino. Perdimos 9 a 1 pero entendimos y respetamos esa abrumadora decisión mayoritaria, que Kirchner hizo suya.
Nos parecía que el mantenimiento de 17 hectáreas, con 40 edificios muy deteriorados, más la construcción de nuevas instalaciones en otro lugar para quienes debieran salir de allí, implicaría un alto costo para el conjunto de la sociedad, que había sido víctima de la dictadura. También incitaría a quienes se consideraban humillados y ofendidos a revertir la decisión en cuanto cambiaran las condiciones políticas. Uno de los inventos de Lanata fue que la política de derechos humanos del kirchnerismo fue planeada para robar sin temor a las denuncias que incomodaron a Menem.
En su nuevo diario, Crítica de la Argentina, Lanata calificó el enfrentamiento del kirchnerismo con Clarín y con las patronales agropecuarias de “guerra gaucha”. La Mesa de Enlace (Nota de LDF: Construcción articuladora que contaba con representantes de las mencionadas patronales agropecuarias, durante el conflicto por la aplicación de retenciones impositivas al sector, en 2008), en forma abierta postulaba el desplazamiento de la Presidenta, por su Vice Julio Cobos, como dijeron muy divertidos Mariano Grondona y Hugo Biolcati (Nota de LDF: Presidente de la Sociedad Rural Argentina durante esos años). Lanata atribuyó el fracaso de Crítica a la presión oficial para que las empresas y los gobiernos provinciales no lo pautaran. Los Wikileaks incluyen un cable del entonces embajador de Estados Unidos, Earl Anthony Wayne, quien sostiene que Lanata y su entonces socio, el exjuez Gabriel Cavallo, le pidieron su intercesión para que las empresas multinacionales rescataran al diario con sus avisos.
Esa bruja de cuento de los hermanos Grimm, a quien personas como Lanata le hicieron fama de que solo admitía esclavos o enemigos, nunca me dijo una palabra por haber escrito en aquel momento que era una tontería calificar de mafioso un dibujo de Hermenegildo Sábat (Nota de LDF: Se refiere, claramente, a CFK, quien se expresó de ese modo sobre una caricatura del ilustrador político del diario Clarín que la ridiculizaba). Muchos años después, por una de sus biografías, supe qué injusto le había parecido. Lo mismo pasó por mi solidaridad con las publicaciones de Perfil, cuando el oscuro asesor Enrique Albistur (empresario y secretario de Medios durante el gobierno de Néstor Kirchner) recomendó borrarlas de la pauta oficial. O cuando desde el CELS logramos eliminar del Código Penal los delitos de calumnias e injurias, con una causa ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. No la entusiasmaba, pero modificó la ley sin protestas.
Con la misma discreción que mostró en aquellos casos, CFK se abstuvo ahora de emitir cualquier opinión sobre quien la llamó “una pobre vieja enferma, sola, peleando contra el olvido, y arañando un lugar en la historia que ojalá la juzgue como la mierda que fue”. Habría que remontarse al “Viva el cáncer” de 1952, pero ese insulto brutal era anónimo. Lanata luego se retractó, al advertir que a nadie le hacía más daño que a él.
Ese ha sido el rasgo más constante de su personalidad y contribuyó a crear las condiciones para que llegara al gobierno alguien que cultiva el mismo lenguaje soez (Nota de LDF: Se refiere, ahora, al actual presidente argentino Javier Milei). ¿O son muy distintos?
Al recordar su primera visita a Día D, Mauricio Macrì contó que él esperaba una entrevista amable con Lanata, pero que “apareció Horacio Verbitsky, que me agredió desde el principio”. Al terminar, Lanata le dijo “te la bancaste bien”, y allí nació una amistad, agregó. Yo nunca dije quiero preguntar, yo pregunto. La información en la que me basaba era fruto de una investigación a fondo, y el hombre lo recuerda hasta hoy como una agresión.
Lanata me instituyó como su antagonista. En Urgente 24¸el periodista Raúl Acosta escribió que “Verbitsky ha sido, sin dudas, el único escollo con el que no pudo Lanata: alguien con estudios, pensamientos propios y otras certezas sobre el rol en la vida y como ganarse el mendrugo”.
La visita
Una mañana de 1987, mientras era columnista de El Periodista, donde cubrí el juicio a los excomandantes de la dictadura, un grupo de directivos y redactores de El Porteño me pidió una cita. Llegaron a mi oficina Lanata, Ernesto Tiffenberg y Alberto Manzana Elizalde. Con veinte años más que ellos, tenía la experiencia profesional para poner en marcha un proyecto: había sido secretario de redacción del Semanario CGT (Confederación General del Trabajo, principal central sindical argentina), que aún hoy se estudia en las escuelas de periodismo; organizado la redacción y contratado al personal de La Opinión; y repetido el mismo proceso con Noticias, el diario de Montoneros (Nota de LDF: Ala izquierda radical del movimiento peronista, durante los años sesenta y setenta del siglo XX).
Por esa misma práctica, Eduardo Luis Duhalde (abogado, historiador y exsecretario de Derechos Humanos de Argentina) me había propuesto lanzar un diario alternativo, de pocas páginas, más pequeño que el tabloide clásico. Estaría dedicado a la actividad política que desconocían o tergiversaban los diarios comerciales. Trabajé un par de meses en el proyecto, mientras Duhalde buscaba financiamiento. Me habló de Fernando Sokolowicz, un empresario pyme maderero, a quien yo conocía. Durante una visita de varias organizaciones a los presos políticos cuyo indulto solicitábamos al Presidente Raúl Alfonsín, un capitoste pronunció la frase hiriente: “Los judíos no”. Sokolowicz me lo relató con lágrimas de indignación. Hice saber que, si esa fuera la posición general, abriría el debate público en mi columna semanal en El Periodista. No fue necesario. Adolfo Pérez Esquivel (abogado y defensor de los derechos humanos, Premio Nobel de la Paz en 1980), Emilio Mignone (fundador y presidente del CELS 1984-1998) y Estela Carlotto (presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo) respondieron que era un disparate que no los representaba.
Cuando todo estuvo en orden para editar el diarito alternativo, me eché atrás, por razones personales. En aquel momento llegaron a mi puerta los porteños, a quienes Duhalde y Sokolowicz habían puesto en antecedentes. Una de mis recomendaciones fue desechar las Remington y Olivetti e incorporar computadoras, que implicarían un salto tecnológico de una generación.
Pero no tenían ni tiempo ni plata para abandonar la lógica de Gutenberg. Los fondos disponibles alcanzaban para uno o dos meses y era preciso un rápido impacto. Nos despedimos y días después me llamó Sokolowicz para invitarme a dejar El Periodista y sumarme al nuevo diario. A mí me contrató Sokolowicz, no Lanata, y ese fue el primer motivo de recelo. Mucho después, cuando Lanata me llamó para la televisión, su primer saludo fue que esta vez él iba a ganar más que yo. Me llamó la atención. Shakira diría que a mí me gusta el Swatch y nunca me interesó el Rolex.
El número 1 de Página/12 apareció el 26 de mayo de 1987. El día anterior, por primera vez las Fuerzas Armadas habían jurado lealtad a la Constitución y el sistema democrático. Un oficial se negó a prestar el juramento. Un mes antes se había producido el alzamiento de los carapintada (Nota de LDF: Primera de las cuatro sublevaciones militares realizadas entre 1987 y 1990). Lo cubrí desde El Periodista, como antes lo había hecho con el juicio a las juntas. Por eso me encargaron la tapa. “Si, Juro. Fidelidad con dudas”, decía el título, sobre la imagen de un oficial resfriado que estornudaba.
Identifiqué al rebelde que se negó a jurar como el mayor Eduardo Villarruel, a quien llamaban El Cachucha. Había sido el segundo de Aldo Rico (Nota de LDF: Excombatiente de Malvinas y líder carapintada de 1987, dedicado a la política tras su retiro) en la compañía de comandos en la guerra de Malvinas, lo había acompañado en el alzamiento de Semana Santa y tenía una hija púber que se llamaba Victoria (Nota de LDF: Actual vicepresidenta de Argentina).
Los militares presionaban para obtener lo que llamaban “la solución política” para los detenidos por Crímenes de Lesa Humanidad. Alfonsín, en 1983 quiso aprobar una ley de obediencia debida, pero le faltó un voto y debió acceder a que se exceptuaran los crímenes atroces y aberrantes. Es decir, todos, porque ese fue el discurso del método. Rico y Villarruel patearon la mesa y Alfonsín se basó en esa fuerza para que esta vez sí el Congreso le aprobara la ley de obediencia debida. Se votó el 8 de junio. Durante esas dos semanas escribí cada día sobre las alternativas en discusión. El diario logró despegar. Era irreverente y socarrón. Pero además tenía la mejor información sobre el tema central del momento.
En los años transcurridos Lanata se ocupó una y mil veces de mí, siempre insultante, o participando en la invención de historias que nunca ocurrieron. Además contó que le dije que yo “escribía para las dos mil personas a las que quería influir, que de las restantes decenas de miles de lectores del diario se ocupara él”. También dijo que él hacía periodismo, y yo ideología. No es así, los dos hicimos periodismo e ideología. Cada uno a su manera y con sus convicciones.
El suicidio de La Chorra
Cristina Fernández de Kirchner fue una de sus víctimas predilectas. Él le adosó el apelativo La Chorra, antes de que las redes antisociales generalizaran esa práctica de las fake news.
En 2009 recibimos en el CELS una denuncia gravísima: uno de los responsables de las edificaciones que se estaban reconstruyendo en la EXMA había rechazado un presupuesto con una frase turbia:
–Tiene que costar el doble.
Solicité una audiencia y se lo comuniqué:
–Si roban con la ESMA yo me suicido –fue su respuesta tajante. Después me preguntó qué habría que hacer para impedirlo.
–Disolver la comisión de amigos de la EXMA, que permite eludir los controles de la ley de obras públicas.
Así se hizo. El robo con la obra pública fue organizado por un club de empresas a partir de la dictadura de 1955, como cuento en mi libro Robo para la Corona. Los Kirchner aún eran políticos provinciales desconocidos fuera de Santa Cruz. Pretender como Lanata y muchos de sus seguidores que ellos les enseñaron ese método a quienes llevaban medio siglo practicándolo, sólo puede deberse a mala fe o estupidez.
Se convirtió en un infotainer, hizo programas de juegos, actuó en el teatro de revistas. Aspiraba a a ser Tato Bores (Nota de LDF: Nombre artístico de Mauricio Borensztein, célebre humorista político argentino fallecido en 1996), Marcelo Tinelli o Susana Giménez. Su gran mérito es haberlo conseguido, lo cual es digno de aplauso, para quienes valoran esa veta.
Talento, irreverencia y vale todo: el periodismo y la democracia frente al espejo de Lanata
El director impensado para un diario imposible. Muerte y sobrevida de Página 12 y una condena prematura para Crítica. Clarinización de Lanata y lanatización de Clarín. Desmanes en la conversión y una reflexión pendiente del kirchnerismo sobre sus enemigos
Por Sebastián Lacunza
Una de las varas para medir la dimensión de un editor periodístico está dada por la proyección de quienes trabajan con él hacia un horizonte propio. Si un cronista encuentra tema, estilo y fuentes, comienza a construir una firma. Un editor puede fomentar que su redacción despliegue alas, o puede cortarlas con mezquindad y mala praxis.
El mérito del jefe que habilita nuevos horizontes va más allá de la eventual generosidad. Tiene que ver con la dirección de proyectos desafiantes que enciendan la chispa del periodismo y liderazgos no despóticos ni (enteramente) condicionados por agendas ocultas. En ese punto, a la luz de innumerables testimonios, el legado de Jorge Lanata fue sobresaliente.
Muchos periodistas relatan su propio recorrido con Lanata como un hito. “De él aprendí mucho de lo que hay que hacer, y mucho de lo que no hay que hacer”, decía días atrás una voz que lo acompañó en varios de sus proyectos, sin saber a ciencia cierta que el conductor de Radio Mitre vivía sus horas finales.
Decenas de cronistas que narran un antes y un después de haber trabajado con Lanata refieren admiración, desilusión o desprecio, a veces, todo junto en ese orden. Desde Página 12 hasta los ciclos televisivos y radiales del Grupo Clarín, los trazos del Rey Jorge abrieron oportunidades a sus trabajadores. Entre quienes se reconocen como “discípulos”, hay de todo: buenos periodistas y otros con profesión desconocida.
El diario Crítica de la Argentina (2008-2010) acaso sea la excepción que encuentra un relato bastante uniforme en torno a una frustración, sin costado luminoso del director. Lanata pareció aburrirse demasiado temprano y la empresa terminó en manos de un estafador español, Antonio Mata. “Les ofrecí laburo, no los adopté”, respondía Lanata —ya instalado en el Grupo Clarín— ante los reclamos de los trabajadores despedidos sin indemnización.
El director impensado
La cúpula del Movimiento Todos por la Patria (MTP) acertó al ofrecerle la dirección de Página 12 a Lanata.
Francisco Provenzano —un exradical que se había integrado al Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, en los setenta y padeció la dictadura en la cárcel— empujaba hacía rato un proyecto editorial o, finalmente, un diario (La Tablada—A vencer o morir, Felipe Celesia y Pablo Waisberg, Aguilar, 2013). Con Raúl Alfonsín acechado por los golpistas, en el seno del MTP, el Partido Comunista y otras corrientes cercanas se discutía el perfil de un medio en una Buenos Aires que por entonces contaba con marcas hegemónicas, conservadoras, radicales, populares y financieras, pero ningún diario de izquierda.
Durante la primavera y el otoño de Alfonsín, existían o habían existido publicaciones periódicas de esa vertiente, como El Porteño, El Periodista, Humor y La Voz, y un abanico de revistas culturales. En una de las grandes capitales del mundo con mayor variedad de títulos en los kioscos, fundar un diario era otra cosa.
Una redacción que se pobló de trabajadores y columnistas provenientes de diferentes izquierdas (trotskista, ortodoxa, peronista, radical, progresista), exmiembros de organizaciones armadas y víctimas directas de la dictadura pasó a ser conducida por un joven que había sobrevivido al terrorismo de Estado desde los márgenes y eludía definiciones ideológicas tajantes.
A Lanata, con un pasado destacado en El Porteño y Radio Belgrano, lo entusiasmaba mucho más la publicación irreverente francesa Le Canard Enchaîné que replicar el modelo de un diario militante. El escritor Osvaldo Soriano, otro de los mentores de Página, trajo de su exilio italiano el ejemplo de Il Manifesto, un quotidiano comunista disidente que trazó un puente entre la mordacidad y el partidismo.
La combinación entre plumas consagradas, editores experimentados, militantes y jóvenes llegados al periodismo en democracia requería de un talento excepcional en la conducción. A las acechanzas económicas propias de un diario de izquierda se sumaba el problema de la dependencia del MTP, la organización heredera del ERP que colapsó un año y medio después de la creación de Página. En la represión del ataque al regimiento a La Tablada, en enero de 1989, fue desaparecido Provenzano, aquel carismático militante que había convencido a Enrique Gorriarán Merlo (Nota de LDF: Guerrillero argentino del ERP y el Partido Revolucionario de los Trabajadores, PRT) de invertir en un nuevo periódico.
Lanata salió del laberinto por arriba, con el ingenio que lo acompañaría hasta sus últimos días. Página encontró un público antes de que una crisis se lo llevara por delante. El menemismo —su vulgaridad, su entreguismo, su agenda reaccionaria, su colorido— fue el puente de plata que le permitió al diario reformatear a la prensa, embelesada con el viaje al Primer Mundo que ofrecía el riojano (Nota de LDF: Carlos Menem nació en la provincia de La Rioja, al noroeste de Argentina). Invariantes de la historia argentina.
El director adquirió fama y comenzó a alejarse del medio que cofundó, hasta que renunció en 1994. Con los años, Lanata expresó dos motivos divergentes por los que “Página dejó de existir” cuando él se fue. Primero atribuyó la defunción a la nunca oficializada compra por parte del Grupo Clarín, de la que afirmó haber sido testigo directo. Unos años más tarde, dijo que el acta final fue labrada por la adhesión del medio al kirchnerismo.
Página llevaba siete años en la calle cuando Lanata partió. Desde entonces, el diario siguió editándose durante tres décadas. La disonancia entre la declaración de muerte en 1994 y la publicación diaria hasta hoy es sintomática de un ego fuera de órbita, quizás imprescindible para una biografía tan singular.
En la larga era post-Lanata, Página tuvo alzas y bajas. Leyó y narró como pocos la crisis de 2001 y 2002 frente a una prensa mayormente cómplice, se entusiasmó con la primera agenda de los Kirchner —como buena parte de su lectorado—, transformó la adhesión crítica a Néstor y Cristina en acrítica, alumbró nuevas camadas de periodistas, hace unos años dejó de reemplazar a consagrados que se bajaron del barco o fallecieron, sostuvo pilares propios como feminismo, diversidad y Memoria, Verdad y Justicia, y perdió originalidad, rebeldía y color al quedar demasiado condicionado por intereses de una facción pejotista (Nota de LDF: De la sigla PJ, Partido Justicialista, denominación oficial del partido peronista) de Capital Federal.
Esta semana, ante la muerte de su primer director y un revolucionario del periodismo, Página le dedicó un obituario correcto, sin firma, y una nota secundaria de trazo grueso. Nada Más. “¿Vos me entendés que me estás jodiendo?”, preguntaría Lanata en la reunión de blanco.
Marca propia
Convertido en marca de sí mismo, Lanata creó, vendió y fundió en los años post-Página. Escribió best sellers y alternó proyectos viables (Veintiuno, “Día D”) y fracasos (Data54, EGO). Con la revista Veintiuno y sus sucedáneas consagró lo que los autores Martín Latorraca y Hugo Montero definieron como “periodismo de revelación”. Cada tapa, una primicia; cuanto más estridente, mejor. La experiencia dejó a sus editores impregnados de la creatividad de quien se había transformado en “el Gordo”, pero extenuados por la vorágine.
La tendencia a la espectacularidad y la repentización dialogó bien con las incursiones televisivas de Lanata, criado en la gráfica.
En el cambio de siglo, el conductor seguía ubicado a la izquierda del mainstream periodístico argentino, un déficit objetivo a la hora de conseguir espacio en la televisión, que supo sortear con esfuerzo y talento. La llegada de los Kirchner a la Casa Rosada interpeló al progresismo. Las aguas se dividieron y el periodista, en breve tiempo, pasó de la disidencia a la oposición frontal.
En marzo de 2008 llegó Crítica de la Argentina¸ promocionado como “el último diario de papel”.
Pompa, circunstancia y error
Por entonces, el canillita (Nota de LDF: Forma coloquial de llamar a los vendedores de diarios en Argentina) ofrecía Clarín —camino a convertirse en el mayor enemigo de los Kirchner—, La Nación, Ámbito Financiero —ya sin su director-fundador, Julio Ramos—, Perfil —en el lugar del antikirchnersimo liberal,— Página 12 —en el del kirchnerismo de izquierda—, Popular, Crónica, Buenos Aires Herald, El Cronista, Buenos Aires Económico y La Prensa, además de diarios gratuitos. Electa presidenta Cristina Fernández de Kirchner, encontrar un espacio en un ecosistema que agudizaba la polarización representaba un desafío válido.
Crítica, cuya propiedad inicial se atribuyó al propio Lanata, los abogados Pablo Jacoby y Gabriel Cavallo, y Marcelo Figueiras —dueño de laboratorios Richmond—, llegó con pompa: un documental de tono épico (“un hombre luchará contra la corriente para que una aventura imposible se convierta en realidad”) transmitido por América TV y un concurrido cóctel en las escalinatas de la Facultad de Derecho.
A la cabeza de Crítica se ubicaron Lanata y Martín Caparrós, junto a unos pocos editores de su generación en los cargos altos. La premisa fue que serían los mayores de la redacción, algo que Eduardo Blaustein, primer prosecretario, interpretó como un mecanismo destinado a evitar objetores con los kilates suficientes como para plantarse ante el rumbo fijado por el director (Las locuras del Rey Jorge,, Ediciones B, 2014). Los convocados fueron periodistas que mayormente habían trabajado en Página, Veintiuno y Perfil, y en los proyectos televisivos y radiales de Lanata. Se sumaron cronistas y principiantes de diversa procedencia que apuntaban al texto elaborado y un punto de vista no partidario.
El primer número de Crítica, el 2 de marzo de 2008, vendió unos 70.000 ejemplares, cifra atendible para la época. La semana terminaría con menos de la mitad, y la escala descendente se estabilizaría pronto en un décimo de la tirada inicial.
Lanata mantuvo desde el primer día y hasta su despedida, el 5 de abril de 2009, una guerra sin cuartel contra Clarín, que boicoteó a Critica con retaceo de papel y bloqueo publicitario. Otra invariante de la prensa argentina.
El director apeló a todo lo que tuvo a mano para disparar contra el multimedios que dirigía Héctor Magnetto: la presunta apropiación de hijos de desaparecidos por parte de Ernestina Herrera de Noble, la contaminación producida por Papel Prensa (Nota de LDF: Única empresa argentina productora de ese insumo básico para la edición de periódicos; es de propiedad mixta privada-pública; el Grupo Clarín posee el 49% de las acciones) en San Pedro, la compra armada de Papel Prensa durante la dictadura, los supuestos pactos subterráneos con el kirchnerismo, el monopolio de la TV paga, la caída en la circulación del diario, el objetivo de quedarse con Telecom… El Grupo respondió con furia.
En simultáneo, con Crítica nació el conflicto entre el Gobierno de Cristina y las patronales agropecuarias por las retenciones móviles a las exportaciones de granos (resolución 125). Un lugar probable para Crítica habría sido el de la sintonía con la agenda progresista del kirchnerismo, sin aceptar el combo de la corrupción, las alianzas turbias y el personalismo del expresidente y la presidenta. No fue el caso. Resultó que la tapa de Crítica adoptó una defensa irrestricta de los “chacareros” en una línea asimilable a la de los grupos Clarín, La Nación y América.
Con la dosis de provocación cotidiana de la que Lanata era capaz, el error del enfoque en un tema que pasó a arbitrar la política argentina en 2008 fue decisivo, pero no el único. La dirección del diario no supo ver a tiempo que, así como el debate en torno a la 125 abroquelaba a un antikirchnerismo radicalizado y escorado a la derecha, también alumbraba un posicionamiento progresista que podía no sentirse interpretado por el kirchnerismo, pero menos aún por sus enemigos.
La directiva de publicar textos cortos con un lenguaje estándar chocó con la convocatoria a cronistas con estilo elaborado. El diseño de tapa con colorinche y superposición de photoshops fue, según la crítica de Blaustein, “una porquería y una mersada” (Nota de LDF: En Argentina y Uruguay, “mersa” significa “vulgar”, de baja calidad o categoría).
A ello se sumó una marcada imprecisión informativa en notas centrales y una recurrencia a la chabacanería y el sexismo con el fin de atraer un público popular. Habían pasado veinte años desde aquel joven Lanata de 27 que lidiaba con Soriano y Horacio Verbitsky. “Página 12 fue en su momento ‘lo nuevo’ que Crítica no alcanzó a ser nunca”, escribió Blaustein.
El protagonismo lógico devino en una autorreferencialidad abrumadora, al punto de que se modificaron horarios de cierre para que la tapa fuera presentada en la obra de teatro con la que se tentó el director meses después del lanzamiento del diario. La obra “La rotativa en el Maipo” fue anunciada con la consigna “Lanata se pone el conchero (Nota de LDF: Accesorio que cubre la zona púbica de las vedettes)”.
Entre las intenciones aviesas del español Antonio Mata —dueño de Marsans, firma expoliadora de Aerolíneas Argentinas—, el boicot publicitario a dos puntas de Clarín y el Gobierno de Cristina, los errores de dirección y el virtual abandono de Lanata, la suerte de Crítica se definió antes de lo que merecía.
Aquella temprana renuencia de Lanata a identificarse como un hombre de izquierda, para escozor de muchos de sus lectores y colegas de Página 12, acorta la distancia con el periodista que aceleró una deriva tras el fracaso de Crítica.
Un registro de los textos y la agenda del primer Lanata arroja dos probables conclusiones. Primero, el perfil de Página contó con la lucidez del director, pero fue una obra colectiva que excedió sus devaneos. Segundo, el lugar ideológico de “izquierda” asignado a Lanata fue más una noticia deseada de sus seguidores que una convicción del periodista.
Como fuera, una declaración ante las cámaras resultó chocante hasta para los más lanatistas y fue bienvenida por los más reaccionarios: “Me tienen harto con la dictadura. Ayer la Presidente de este país habló una hora y media por cadena nacional por algo que pasó hace 34 años”, descerrajó un anochecer de 2010.
El periodista transcurrió el bienio post-Crítica en su trinchera de Canal 26 y en proyectos internacionales, hasta que en 2012 se sumó a Clarín.
El Grupo Poderoso había convivido a gusto durante las décadas previas con la noción de que dos de sus tapas podían voltear a un Gobierno. La amenaza había dejado de tener efecto.
Desde el “conflicto con el campo”, el multimedios anunció una docena de veces que el kirchnerismo estaba terminado. Cristina Fernández de Kirchner fue reelecta en 2011 con uno de los mayores porcentajes de la historia de la democracia. “Hay que inclinarse con respeto ante la voz de los ciudadanos. Quien quiera oír que oiga”, atinó a escribir el editor jefe Julio Blanck al día siguiente de la contundente victoria de la Presidenta en las primarias de agosto de ese año.
Clarín había quedado tirando golpes al aire en el centro del ring, desconcertado ante la intención antimonopólica de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. En el taxi, en la cola del banco, en la mesa de Navidad y en la primera cita se hablaba de los pecados capitales del multimedios, a los que nadie negaba más allá de algunas firmas obedientes.
Así explicó Blanck la llegada de Lanata a Clarín, en el libro Pensar el Periodismo (2016, Ediciones B), de mi autoría.
“Era una cuestión de concentrar fuerzas… Traer a Lanata al diario o al canal, al Grupo, tenía que ver con la idea de pertrecharte, tener más impacto y consolidar más público. Es evidente que Lanata tiene un predicamento en un público al que los medios del Grupo no llegaban. Si vos pensás qué es lo que buscaste y qué conseguiste, los resultados son extraordinarios”.
Win-win
Los resultados extraordinarios se vieron de inmediato en la televisión y la radio; bastante menos en el diario, un soporte al que Lanata pareció descuidar en su última década.
“Periodismo para Todos” fue una misa televisiva antikirchnerista de los domingos por la noche que visitó los niveles de rating de Bernardo Neustadt (Nota de LDF: Periodista gráfico, radial y televisivo de gran relevancia en Argentina entre los años sesenta y noventa del siglo XX) en los ochenta, y “Lanata Sin Filtro” se erigió en un pilar de la audiencia de Radio Mitre junto a figuras provenientes de la era xenófoba y derechista de Radio 10. Lanata se clarinizó y Clarín se lanatizó. Win-win.
El periodista no volvió a hablar del cúmulo de desgracias que —según él— representaba Clarín hasta pocos años antes. Cuando fue consultado por algún estudiante intrépido, apeló a argumentos pueriles sobre el fuerte y el débil, la Madre Teresa de Calcuta y otras habladurías. No viró sólo sobre la apreciación de la empresa que lo empleaba. Adoptó un credo económico liberal al que había denunciado hasta entrado el siglo XXI, abrazó un individualismo extremo y ofendió a travestis al llamarlas en masculino. Se disculpó luego por algunos excesos.
El giro copernicano desde posiciones de izquierda es más una constante que una excepción en todo proyecto político o mediático conservador. Exmarxistas devenidos en ácidos derechistas hay a raudales. Lanata decía que no se sentía de izquierda, pero su red fundacional, que lo encontró como un notable articulador, sí lo era.
Si el tránsito a un lugar opuesto es reprochable, es una cuestión de gustos o convicciones. Para unos cuantos que acompañaron a Lanata en ese camino o que lo recibieron en su nuevo destino, fue un síntoma de madurez y coherencia.
Lo inadmisible desde el punto de vista periodístico fueron los procedimientos de los que se valió Lanata para sostener sus posturas durante su paso por Clarín. La grabación de un falso testimonio en el living del departamento de Elisa Carrió (Nota de LDF: Abogada, académica y política argentina, surgida de las filas de la Unión Cívica Radical y reconocida por su prédica y denuncias contra la corrupción) en Barrio Norte, para sindicar a Aníbal Fernández (Nota de LDF: Abogado, contador público y exfuncionario de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner) como un narcotraficante, a días de una elección de gobernador (episodio “La Morsa”), fue cualquier cosa menos periodismo.
Tropelías como esa se cuentan de a decenas en los últimos años. La desinformación manifiesta en torno a la muerte de Alberto Nisman, la operación orquestada con el entonces secretario de Seguridad de Lanús, Diego Kravetz, para imputar a un niño de 12 años (“El Polaquito”) de haber cometido un asesinato, un viaje a las Islas Seychelles para elucubrar conclusiones sobre una escala presidencial sin tener en cuenta el huso horario…
Desde la muerte de Lanata, el lunes pasado, se ha advinado qué postura habría asumido el periodista ante lo que sigue de Milei. Las voces más cercanas resaltaron que Lanata había anunciado que le iniciaría una demanda por llamarlo “ensobrado”. El dato es cierto, pero ese recorte voluntarioso omite antecedentes para el olvido.
El martes 26 de junio de 2018, Milei agravió de la peor manera a la periodista salteña Teresita Frías, quien le hizo una pregunta correcta en una conferencia realizada en la ciudad de Orán. La puesta en escena del violento economista se viralizó en las redes. Dos días después, Lanata conoció a Milei en los estudios de Radio Mitre. “En este país donde nadie dice nada, donde está cada día más lleno de analfabetos, me parece que es totalmente reivindicable (decirle ‘burra’ a una periodista)”, celebró el conductor, en el inicio de un diálogo idílico.
Quizás habría sido distinto de ahora en más, pero hasta hace no mucho, los planetas de Milei y Lanata estuvieron alineados en la antipolítica.
Preguntas
Escribió el periodista e historiador Hernán Brienza en la red Facebook.
“Les hago una pregunta ¿por qué creen que Lanata cambió tanto? ¿Porque se corrompió solo? ¿Porque le gustaba la guita solamente? ¿Por obra y gracias del espíritu santo o del diablo? ¿O la cuestión es mucho más compleja y hubo factores internos, externos, confrontaciones inútiles, incomprensiones, dinámicas miserables, etcétera, etcétera? La respuesta que demos a esto habla mucho de quienes somos nosotros y no Lanata”.
La ortodoxia kirchnerista tiene una reflexión pendiente, no sólo por mínimo apego a la coherencia, sino para explicar su pasado y pensar su futuro. Más allá de los logros redistributivos y la ampliación de derechos, supuestos o reales, lejanos o cercanos, alguna vez deberá abordar el grado de violencia moral e intelectual que supone aceptar la complicidad y el enaltecimiento de figuras y causas que son un canto a la corrupción y/o el arribismo.
Que un funcionario dilapide durante años subsidios al transporte para quedarse con su tajada y la historia termine con un accidente atroz en Once, que se premie a conversos, que el Ministerio de Planificación orqueste desfalcos tan obscenos como para impulsar a un secretario a llevar sus millones a un convento en plena madrugada, que Lázaro Báez haya encontrado el resquicio para esconder millones en Suiza, que una ignota consultora allegada a un vicepresidente haya cobrado una comisión por asesorar en una emisión de bonos de Formosa, que se perpetúen traumas económicos que generan inflación por mero dogma o manejo de cajas y que se invente un índice de precios con patotas en el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) son razones más que suficientes como para que un periodista asuma una posición crítica.
De esa mesa se sirvió Lanata.
Luego, en una dinámica de enemistad, entra a jugar el vale todo, que ensombrece a la sociedad, al periodismo y al legado de un editor único.