18 noviembre 2014
Partamos de que el fundamento y fin de la educación se expresa en el “florecimiento de las personas” y en el tratamiento e interés sobre los mecanismos que permiten este florecimiento. Es importante, sin embargo, distinguir el “florecimiento” del “desarrollo”. Este último es un término cuestionado porque le asocian a un proceso teleológico organizado por la expansión y reproducción global del paradigma de la modernidad capitalista. Paradigma que corresponde a lógicas de explotación evidentes o soterradas del ser humano, y de la naturaleza, en función del acrecentamiento de la ganancia, y mediante el uso creciente de tecnologías aplicadas esencialmente a la industria. También implica el uso de una serie de dispositivos políticos y culturales cuya articulación simbólica más acabada estaría en la expansión universal de la idea de “progreso”.
La idea es dejar de reproducir las connotaciones colonialistas de la racionalidad moderna, y cuestionar los mecanismos de su mantenimiento simbólico, acuñados en la conciencia de las personas. Por lo tanto una educación que pretenda el “florecimiento” del ser humano, es entonces una educación que tiene como fundamento la importancia de la vida real de las personas, y de sus contextos sociales históricos y territoriales. Es una educación democrática y participativa. Es una educación en donde se sientan las bases de una organización social solidaria, donde se producen procesos de investigación rigurosos y creativos, que, sobre todo, son éticos y coherentes con nuevas prioridades colectivas basadas en la autonomía, la capacidad de diálogos y acuerdos equilibrados. Reniega de la educación concebida como un proceso de adoctrinación y de simple incorporación al orden establecido.
Esta perspectiva cambia el rol del educador como reproductor del establishment, para convertirlo en un suscitador. Deja de ser un representante de la autoridad y se transforma en un facilitador de una racionalidad comunicativa. Deja de ser el dictador de contenidos para convertirse en un mediador del aprendizaje. Deja de utilizar la autoridad como principal herramienta didáctica, para acceder a la responsabilidad compartida y consciente, de que los mejores espacios para la reflexión y el aprendizaje son espacios de verdadera libertad.
El educador comprende que trabaja con personas bajo una clara direccionalidad política: la propulsión de las capacidades de las personas en función del bien común. Pero también en función de logros individuales cualitativos que profundicen la experiencia vital. Ése es el tipo de educador que una sociedad diferente debe reclamar.
[…] Fuente: lalineadefuego.info […]