Ya que no existe texto sin contexto, se debe reconocer que el actual contexto global está traspasado por la hegemonía de la lógica económica monetario-mercantil apoyada a su vez en la explotación del ser humano y la naturaleza, y en la acumulación del capital, que hace que se pervierta el sentido general de toda la producción social -incluida desde luego la producción simbólica-, ya que el origen de la producción y el mismo sentido de la creciente productividad estaría modificando su correlato explicativo en la realidad al no satisfacer las necesidades sino al crearlas, concretando la motivación social en la lucha por el acceso a satisfactores-mercancía como única vía de acceso e inclusión en el sistema.
Las contradicciones de apariencia insoluble en la que tal dinámica desemboca (problemas de pobreza, de desigualdad, de exclusión), se constituyen en el soporte del crecimiento y la expansión del mismo sistema totalizante que acapara otras racionalidades y las refuncionaliza por necesidad. El solipsismo o la unidimensionalidad del sistema decreta a priori la muerte de lo alternativo, y esto implica una situación de transmisión y circulación jerárquica y violenta de significados dotados de legitimidad y validez no por su potencia reflexiva sino por la saturación de la semántica del poder, que produce simultáneamente una suerte de incomunicación estructural que se traducen en un tipo de alienación o de automatización irreflexiva.
En el contexto como el descrito la posibilidad de la organización popular es de por sí antisistémica y se entiende que su anulación es prerrequisito de la estabilidad. La posibilidad de la organización popular estaría ligada a factores políticos que les permite reconocer los procesos estructurales de destrucción de las identidades de las colectividades y de sus opciones ideológicas al derribarse sistemáticamente sus narrativas y las raices de la significación que dan al mundo. El poder estaría subyugando a las personas al brindarles la posibilidad de admitir sus valores globales referenciales. La destrucción social y su reconstitución -en los términos del capital- serian estrategias de un mismo modelo de dominación.
La organización, sin embargo, la mayoría de veces se ve imposibilitada de establecer autónomamente soportes críticos para impedir la administración del disenso que es gestionado desde el mismo poder, porque la organización no comprende que encarna una opción cultural diferente sin que la cultura sea, -paradójico-, un elemento relevante de su reflexión. Así, la organización claudica en lo que menos le importa, pero que en realidad es lo fundamental; en las formas y en los métodos, pues su forma, la distinción de esa forma, permite la impugnación de los absolutos que se reproducen efectivamente en la totalización. La organización debe asumir el dilema de su inminente desaparición si no se refuncionaliza al servicio del sistema, no obstante, la resistencia implica estrategias internas y externas y una de ellas es la resistencia en la formación y distribución de su inteligencia significativa, es decir la cultura alternativa, la educación crítica y la comunicación anti-marketing.