Marzo 15 de 2017
La segunda vuelta de las elecciones en el Ecuador ha traído a mi memoria una escena fundamental en la trama de la conocida serie Juego de Tronos. No es una idea original mía, sino del politólogo Hector Meleiro (2014), a la que me permito llamar “la parábola de Ned Stark”. Ned es el cabeza de familia de una ilustre Casa que habita un mundo imaginario. Dicha Casa está sometida al Rey de los Siete Reinos, llamado Robert Baratheon. Además de vasallo, Ned es íntimo amigo de Robert. Por ello, y porque Nedd es puro, noble, justo y honesto, es llamado a Desembarco del Rey, la capital de los Siete Reinos, para ser nombrado Mano del Rey, es decir, máximo consejero de la Corte.
La primera decisión que tiene que tomar Ned es tan difícil como la que enfrentan los ecuatorianos el próximo 2 de abril: debe de elegir entre matar a una rival, Daenerys Targarien, o dejarla con vida. Los argumentos para asumir cada postura eran los siguientes: Daenerys pretendía formar un ejército poderoso para tomar Desembarco del Rey y restituir su linaje real, pues en el pasado sus ancestros habían dominado aquella tierra; por ello, debía de morir ahora que se daban las condiciones. No obstante, Daenerys en aquel momento era una mujer indefensa, confinada al otro lado del Mar Angosto, una frontera natural difícil de franquear; era mucho más probable que no consiguiese su objetivo, por lo que matarla era una pérdida de tiempo y recursos.
En este dilema, cada una de las opciones conllevaba sus riesgos. Si Daenerys era asesinada, el Reino debía cargar con el peso indigno de haber acabado con una mujer que no representaba ningún peligro inmediato. Pero si no lo hacían, podría desencadenarse una guerra cruenta en el futuro. Ned, tan puro, noble, justo y honesto, tomó la vía de en medio y, puesto que los otros senderos no eran satisfactorios, dimitió como Mano del Rey. Para no revelar más secretos de la serie, terminaré aquí la parábola.
Lo interesante de dicho relato es que ilustra de manera muy certera la naturaleza de la política. En palabras de Meleiro, “el dilema al que se enfrenta Ned Stark es el de salvar su alma o salvar a la ciudad. Ned, finalmente, opta por salvaguardar su integridad moral renunciando a su posición como Mano del Rey. Prefiere no tomar ninguna decisión porque, en definitiva, es un seguidor de la ética clásica y no comprende que el mal menor de acabar con los Targaryen puede evitar el mal mayor del inicio de una guerra. Ned Stark, por mucho que lo parezca, no está guiado por la búsqueda del bien común, sino por la de la salvación de su alma”. Esta es una reflexión interesante que agarra por las solapas de la chaqueta a cualquiera y nos coloca frente a un espejo: ¿votar nulo es una postura política real o es sólo una opción ética? Siempre he creído que hay poderosas razones para no votar en un sistema partidista burgués, en el que la representación es mínima y las candidaturas suelen ser nefastas. Por ello, no saco a relucir esta parábola a modo de reclamo prepotente contra quienes rayarán ambos binomios, sino más bien como una reflexión abierta sobre sus orígenes y consecuencias.
Íñigo Errejón y Chantal Mouffe (2015) discutían en un interesante diálogo sobre las causas y la importancia del movimiento 15M en España, aquella mayoría social que en el año 2011 apoyó o participó de las acampadas masivas que en cada plaza sostenía que no éramos mercancía en manos de políticos y banqueros. Y ambos llegaron a la conclusión de que la radicalidad del momento llegó cuando cada uno de nosotros dejó de padecer en secreto el sistema y nos reunimos en el espacio público a contarlo. A ello le llamaron “politización del dolor”, lo que de manera lateral vincula la política a la publicidad. Sólo se hace política cuando se actúa y se da a conocer. Cuando los comunes nos ponemos en común. Así, confiar en que de manera espontánea y silenciosa una absoluta mayoría decidirá votar nulo y colapsará el sistema se acerca más a la ingenuidad que a la política real. Debe tenerse siempre presente que Ensayo sobre la lucidez es una ficción, y no un relato histórico.
Desde el momento en que ningún partido o movimiento social de peso plantea el voto nulo como una campaña pública, organizada, disciplinada y con vocación de masas, sino simplemente como la opción más ética para no tener que resolver contradicciones, nos alejamos a pasos agigantados de hacer política y nos acercamos cada vez más al bálsamo de la conciencia limpia. Cuando la CONAIE resolvió legítimamente en febrero su “no al continuismo de la dictadura ni a la consolidación del capitalismo”, cabría preguntarse si tal pronunciamiento no adquiriría más sentido si aspirase a crear un frente amplio bajo el mismo lema (es decir, politizar el voto nulo), en lugar de ser simplemente una postura particular desentendida del proceso electoral. Una clave para entender por qué no fue así, pueden ser las declaraciones de su presidente, Jorge Herrera, en una entrevista con El Universo: “No, no. Eso [el voto nulo] no lo vamos a permitir. Ni votos en blanco ni nulos. Tiene que haber una decisión contundente. La decisión es en contra del correísmo”. Aquella declaración de febrero, de este modo, se revela como puro ejercicio retórico.
Hacer política, seguir siendo la Mano del Rey y tomar partido, implica admitir golpes, ensuciarse, dar la cara y asumir que pueden partírtela. Es esa difícil situación a la que se enfrentan no sólo los votantes del nulo, sino también los del Acuerdo Nacional por el Cambio (ANC). En este sentido, Unidad Popular ya ha declarado públicamente que harán campaña por Lasso y que, orgullosamente, lo harán sin pedir nada a cambio. O sea, “gratis”. Esta es otra de las particularidades de la izquierda ecuatoriana: teniendo parte de la sartén por el mango, prefiere quemarse agarrando el metal. También puede argumentarse que una cosa es la declaración y otra la acción. Que Unidad Popular dice lo que dice por puro tacticismo, pero que entre bambalinas lleva meses cociéndose una negociación de la que, entre otros asuntos, sería resultado aquella promesa que Lasso hizo en agosto sobre la devolución de la personería jurídica de la UNE.
Ojalá sea así, y el apoyo de la Unidad Popular tenga algún coste para el banquero. Pero hacer manitas por debajo de la mesa entraña varios peligros: primero, la falta de transparencia, en los casos concretos que afectan a las organizaciones de izquierdas, acaba minándoles su credibilidad a largo plazo. Del mismo modo, un compromiso secreto es más fácil de quebrar. Y por otro lado, si no se exponen públicamente -si no se hace política- los logros alcanzados en la negociación, se deja todo el terreno libre a la derecha para que se atribuya los méritos. Para que siga desplazando hacia la derecha el sentido común de la izquierda. Para que pueda seguir vendiendo que “es de derechas” devolver la personería jurídica a un sindicato, el libre ingreso a la universidad o el feminismo (como pasó con Viteri).
Pero algo que llama la atención es que la primera opción para una posible negociación de izquierdas haya sido Lasso. Desde la primera semana la mayoría de los partidos y movimientos sociales se apresuraron a negar cualquier posibilidad de acuerdo con Alianza País. Lourdes Tibán, desde la entrada al CNE, clamaba por “la democracia”. Carlos Pérez, sin sonrojarse, prefería un banquero a una dictadura (otro día hablaremos de dictaduras; yo, que todavía hoy no sé dónde enterraron las tropas de Franco a mi bisabuelo me ruborizo cuando leo estas cosas). Paco Moncayo tuiteó que “jamás” apoyaría a Lenín Moreno. ¿Qué izquierda es esta que, en lugar de aprovecharse de una Alianza País necesitada de votos y cariño se entrega desde el principio a la derecha?
No deja de ser cierto, asimismo, que el gobierno saliente tampoco ha dado muestras de querer negociar y que, el todavía Presidente, se comporta con su habitual arrogancia aun cuando no se dan las condiciones objetivas para ello. Igualmente, puede ser particularmente doloroso tener que compartir mesa con quienes han encarcelado y deportado activistas, amén de la retahíla tan conocida de desmanes cometidos. Pero precisamente por ello se trata de una negociación. No se negocia con el igual, sino con aquel que, sin serlo, puedes arrastrar hacia ti. No caben, así, excusas para no intentarlo.
Sin embargo, el ANC y muchos movimientos sociales despreciaron desde el 20 de febrero la oportunidad de ser escuchados por Moreno y de forzarle a adquirir algunos compromisos básicos de izquierdas. Se me ocurren, a vuelapluma, cuatro sencillos, posibles y nada ambiciosos tratos que en caso de victoria electoral mejorarían la vida de la gente: 1) Liberación de los presos políticos; 2) Ninguna privatización durante la legislatura; 3) Conciliación entre la obtención de recursos energéticos-mercantiles y el respeto de la cultura, espacios y formas de vida indígenas; 4) Despenalización del aborto y aprobación del matrimonio homosexual. El mes pasado se abrió una carrera contrarreloj de 45 días para desgastarnos, minuto a minuto, en arrancar alguno de estos acuerdos y debatir cuestiones cruciales para la izquierda. Y, entonces, si finalmente la cerrazón gobiernista lleva la operación al traste, que no sería descartable, podrían barajarse otras opciones. Con todo, el visceral eje “correa-anticorrea” es más apasionado que el sosegado e ideológico “izquierdas-derechas”, y no parece probable que nadie vaya a dar su brazo a torcer.
Así, nos encontramos frente al reto del mal menor, la política y la ética. Por un lado, la certidumbre de no tener ningún proyecto propio y ganador -rayar los dos binomios también es un mal menor ya que, entiendo, nadie milita en el “partido del voto nulo”- y, por otra, la de afrontar la segunda vuelta sin dolores de conciencia o con valentía política. Decía Manuel Sacristán que la política sin ética era politiquería, pero que la ética sin política se parecía mucho al narcisismo. Politiquería o narcisismo: la tragedia de las elecciones ecuatorianas.
Referencias
Meleiro, H. (2014). ¿Por qué Ned Stark pierde su cabeza? En Iglesias Turrión, P. (Coord.). Ganar o morir: Lecciones políticas en Juego de Tronos. Madrid: Akal.
Errejón, I. y Mouffe, C. (2015). Construir pueblo. Barcelona: Icaria.
De nuevo la ingenuidad: “Sin embargo, el ANC y muchos movimientos sociales despreciaron desde el 20 de febrero la oportunidad de ser escuchados por Moreno y de forzarle a adquirir algunos compromisos básicos de izquierdas”. Moreno es sólo la máscara de Glas, el títere de Correa el titiritero y por tanto negociar con Moreno es lo mismo que negociar con Correa y con Correa ya se negoció hace 10 años y no cumplió sus compromisos. Por tanto, sólo se puede negociar con Lasso y la ventaja es que no tendría el poder absoluto porque tiene en contra gran parte de la Asamblea y necesitará cierto apoyo popular para algunas de sus políticas. Es un reto para la izquierda lograr que en su eventual gobierno, ese apoyo siga siendo necesario lo que permitiría influir en sus políticas públicas.