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domingo, diciembre 22, 2024

La perversión estatal: cambiar todo para que no cambie nada

Por Natalia Sierra*

La idea de que el Estado es el aparato a ser disputado por los diferentes grupos políticos, que según su tendencia ideológica lo administrarán para bien o para mal de la sociedad, es absolutamente falsa. Una equivocación que es en sí misma una trampa que nos tiene cada cuatro años cambiando de gobierno para que no cambie nada.

El Estado es una red de relaciones cuyo núcleo articulador es la relación política-jurídica que sostiene el derecho económico de la propiedad privada, les guste o les disguste a sus operadores eventuales. No es el Estado el abstracto teórico liberal, es el Estado históricamente concebido, es decir, el Estado capitalista-burgués-patriarcal y, en nuestro caso, además, colonial y oligárquico. No es el Estado en su mejor versión de la Europa democrática y del bienestar, es el Estado en su época neoliberal-empresarial y en decadencia.  No es un aparato que mágicamente cambia su función dependiendo de quienes lo administren, de si son buenos o malos gobiernos, el problema es el mismo Estado que hace perversos a los malos gobiernos y malos a los buenos gobiernos

El Estado capitalista, patriarcal, colonial tienen que reproducirse como tal, sino deja de existir, por lo tanto, sus reglas escritas y no escritas tienen que garantizar dicha reproducción. 

Como Estado capitalista tiene que asegurar la acumulación y concentración de capital privado, de ahí sus relaciones legales o ilegales que garantizan todo tipo de negociación que tenga ese fin. Contratos públicos en beneficio de las empresas más globales y menos nacionales, en detrimento de la sociedad, que tienen que ser operados por todas las instancias del Estado y en todos los niveles de gobierno. Transferencia de los bienes sociales a las empresas públicas, vía política de impuestos a la sociedad, para luego privatizarlas y consolidar el capital privado. Para esto, la articulación pendular Estado desarrollista-Estado neoliberal funciona a la perfección. El primero hace la transferencia de la riqueza social al Estado vía inversión pública y el segundo transfiere lo invertido en lo público al sector privado. En su función de garante del capitalismo cada vez más salvaje, el Estado termina siendo un aparato mafioso donde las reglas escritas de la Constitución ceden terreno a las reglas no escritas del pragmatismo económico y a toda la corrupción que se abre con ello.  En este punto es cuando vemos al progresismo correísta negociar con el socialcristianismo sin ningún pudor, o a la izquierda de Pachakutik acercarse sin recelo a CREO. El argumento es la gobernabilidad, pero lo que no se dice es que la gobernabilidad es para beneficio del Estado capitalista y su proyecto económico, no para la sociedad. La gobernabilidad es para que se garantice la reproducción del capital, no la reproducción de sociedad en términos de justicia. Para que se concentre la riqueza en los grandes grupos económico y no para que la sociedad en su conjunto pueda disfrutar de su trabajo. 

Como Estado patriarcal tiene que asegurar la estructura vertical de mando y obediencia, dentro de la cual el mismo aparato es el sujeto de mando frente a la sociedad, que es convertida en el objeto de obediencia. Eso y no otra cosa es el sistema de representación abstracta del voto mercantil, por el cual se despoja a la sociedad del poder de decisión amplia y directa, en función de un grupo de gobierno que asume el mando alejándose de la sociedad. Con el triunfo electoral no se gana la representación, sino el mando sobre los representados, como toda masculinidad dominante el gobierno en cualquier instancia estatal se deshace de la sociedad, que por su fragilidad se vuelve dependiente del mando gubernamental. 

Con la sociedad neutralizada, empiezan los rituales masculinos gubernamentales de la competencia, el oportunismo, la vanidad narcisista, la amenaza y la violencia para conquistar el mando político y los beneficios económicos que trae consigo.  Se concreta el reparto del poder de mando, la presidencia de la Asamblea, las comisiones, la Corte Constitucional, el Consejo de la Judicatura, la Contraloría, la Fiscalía, el Consejo Nacional Electoral, la Procuraduría, etc. Todos quieren el poder, no para hacer algo en función de la sociedad, sino para afirmar el poder dominar, el poder de mando, el poder por el poder. Para afirmar el Estado patriarcal.  

En esta competencia por el reparto no importa los bloques, las ideologías, las convicciones, los partidos, menos los afectos y lealtades éticas y políticas, obviamente no importa la sociedad, solo importa obtener el mando que satisfaga el narcisismo y de paso el bolsillo. A todo este combate masculino por el mando, se lo llama negociación política, donde los operadores políticos se lucen por conseguir poder a como dé lugar, y si fallan siempre está el recurso del cinismo para evadir sus malos cálculos. Ahí salen los socialcristianos, los UNES y los CREO sin saber cómo maquillar su mala jugada. Los otros PK, ID, independientes viendo cómo aprovechar el traspié de la alianza socialcristiana-unes-creo para ganar mando, sin darse cuenta que la verdadera dirección está en la sociedad y de ella tiene que emerger la decisión. Si algo distinto y ético puede hacer el Pachakutik en el Estado es denunciar públicamente la corrupción que le carcome por dentro, de lo contrario quedarán atrapados en sus redes perversas, gobernando en contra de los pueblos a los que se deben y debilitando la movilización social. 

Si algo distinto y ético puede hacer el Pachakutik en el Estado es denunciar públicamente la corrupción que le carcome por dentro, de lo contrario quedarán atrapados en sus redes perversas, gobernando en contra de los pueblos a los que se deben y debilitando la movilización social.

Como Estado colonial tienen que asegurar su dependencia a las directrices de la civilización y certificar todas las formas económicas, políticas, ideológicas y jurídicas que afirmen la cultura del colonizador. Todos los gobiernos apenas entran a administrar el Estado, ponen en marcha cada uno de los rituales coloniales del poder. Hacia fuera empiezan por alinearse y someterse a los poderes globales del occidente o del oriente, asumir sus imposiciones sin ningún criterio soberano, a adularles declarándose sus “mejores amigos”, “sus hermanos menores” y ¿por qué no? sus fans. Hacia dentro, recorren el país en sus caravanas de grandes carros de seguridad, mostrando a la sociedad su “majestad de poder”; andan rodeados de una corte de servidores públicos (choferes, asesores, secretarias, guardias) como si fuesen sus empleados privados, sintiéndose reyes en medio de una plebe de sirvientes. Manejan cada instancia del Estado como su pequeño principado, donde hacen y deshacen con los recursos de la sociedad a gusto personal; casi todos se mimetizan con la figura del caudillo, así hay grandes, pequeños y diminutos caudillos, pero caudillos al fin.  Entre ellos se juzgan y se indultan a discreción, según los pactos que hacen en sus cenas de palacio o también en sus cenas privadas tras las cortinas de la corrupción. 

Cada que vienen elecciones y la posesión del nuevo “gobierno” me pregunto: ¿para qué quieren tomarse un aparato tan perverso? Aquellos liberales, neoliberales, machistas de mente colonial que creen en su sistema y su Estado se les entiende, a fin de cuentas, están defendiendo su posición de clase y de privilegio económico, social y cultural. Lo que no entiendo es a aquellos grupos que salen de los procesos de lucha de la sociedad en contra del capitalismo, del colonialismo y del patriarcalismo, aquellos que sufren de esta triple dominación. Para qué quieren tomarse ese aparato putrefacto que de seguro les contaminará, pues solo hay dos maneras de protegerse: o transformarlo radicalmente, lo que supone que ni personalmente ni como grupo voy a ser beneficiario de su corrupción o no estar en él, e intentar construir otra red de relaciones políticas libres de la estructura estatal decadente y corrupta. 

Después de cuatro años estaremos con más decepción, más indignación, más saqueo, más corrupción, más cinismo, esperando que entre el “nuevo” gobierno a cambiar las cosas con el mismo formato que asegura su perpetuidad decadente.  

El argumento es la gobernabilidad, pero lo que no se dice es que la gobernabilidad es para beneficio del Estado capitalista y su proyecto económico, no para la sociedad.


*Natalia Sierra es socióloga y académica de la PUCE.

Fotografía: Asamblea Nacional.

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3 COMENTARIOS

  1. Saludos Natalia, eres una escritora con franqueza y fuerza, además de los principios y conocimientos bien cimentados política y sociológicamente. Esa es la vía, desnudar a un Estado que históricamente ha representado los intereses de los grupos dominantes de dentro y de fuera, ahora más de los grupos empresariales transnacionales, desnudar también a los representantes políticos de cualquier tendencia que hacen el juego a dicho estado mafioso y eso desnudará a los grupos de la supuesta izquierda que, cómodamente, le hacen el juego a dicho poder mundial. “intentar construir otra red de relaciones políticas libres de la estructura estatal decadente y corrupta.”, eso, iniciar la construcción de redes de “relaciones políticas” soberanas, autónomas con las comunidades, reaprendiendo y desaprendiendo el modus vivendi y modus operandi que nos enseñaron por siglos.

  2. Bravo, Natalia! Pulcra tu concepción sobre el Estado capitalista. Ahora hay que responder por qué lo sustituimos. Lenin sostenía que había que “hacer saltar el Estado burgués en mil pedazos”, pero jamás sostuvo que había que hacer desaparecer el Estado. Junto a Marx dijo que el Estado, como tal, tenía que “extinguirse”, es decir, tenía que paulatinamente ir desapareciendo. Aunque los amigos de “esas izquierdas” y tu misma no quieran darle la cara a la discusión verdadera, esta es la discusión verdadera.
    Como vengo sosteniendo desde mucho tiempo atrás, la herencia de las sociedades pre colombinas, nos dan una respuesta. Sólo que hay que saber interpretarla correctamente.
    Discutir con altura no pasa por cerrar los oidos a los que piensan diferente. Aceptemos el debate y reconoscamos el aporte que cada uno podamos dar a la discusión, si queremos salir de la eterna capilla en la que sólo escuchamos nuestra voz.

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