El Hoy 05 Mayo2013
La marcha del Primero de Mayo en Quito volvió a estar dividida en dos. En esta ocasión, algunos se cambiaron de lado. En la plaza de San Francisco, Correa habló durante 40 minutos entre los telepronters.
Los desfiles del Primero de Mayo pueden ser muy reveladores. En la Unión Soviética de Brezhnev, los periodistas de las agencias extranjeras solían esperar ansiosamente la emblemática celebración porque ofrecía una rara oportunidad para conocer el estado de las luchas por el poder en el seno del Politburó. Si Podgorny, que el año anterior estuvo a la derecha del gran jefe, aparecía ahora a cuatro puestos de distancia, era señal inequívoca de su caída en desgracia; Tijonov, que subió del tercero al segundo puesto por la izquierda, aparecía como su más seguro reemplazo en el ministerio. Estos albures siempre se confirmaban.
Este miércoles, en Quito, el presidente Rafael Correa saltó a la tarima levantada frente al atrio de la plaza de San Francisco acompañado por el alcalde de Quito, Augusto Barrera, y el presidente de la Confederación de Trabajadores del Sector Público, Marcelo Solórzano; no por Ricardo Patiño y Galo Mora, como en ocasiones anteriores. Señal inequívoca de que la movilización social, en esta nueva etapa de la revolución ciudadana, corre por cuenta de las organizaciones barriales y de la burocracia, no de los sindicatos o del partido.
La que históricamente se llamó marcha unitaria de los trabajadores lleva ya varios años, como muchas otras cosas en el país, dividida en dos: Gobierno y oposición. Esta circunstancia ofrece al ávido observador de los movimientos sociales y al aplicado investigador del sindicalismo criollo, la deliciosa oportunidad de comprobar las graciosas evoluciones de los protagonistas entre ambos bandos, el juego de las traiciones y las alianzas, el termómetro, en fin, de las fidelidades. Hay que ir a las marchas del Primero de Mayo, pero hay que ir a ambas, para averiguar quién está con quién. Frases del tipo “ve estos traidores miserables ya se pasaron de lado”, pronunciadas al desgaire a uno y otro lado, ayudan al observador a comprender los cambios.
Este año, por ejemplo, la marcha de la oposición se engrosó, y de manera considerable, con la inesperada presencia de varios sindicatos que, hasta el año pasado, desfilaban en el otro lado: los trabajadores del Consejo Provincial de Pichincha, más de 800 de ellos en cerrada y compacta formación de escuadra, avanzaban de diez o doce en fondo, hombro con hombro, ocupando a todo lo ancho la estrecha calle Guayaquil, impecablemente uniformados con sus camisetas amarillas y sus gorras rojas que los hacían distinguibles a la distancia; más allá, el Sindicato Único de Trabajadores del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, los trabajadores de Emaseo y, con sus banderas verdes (pero no verdeagüitas sino verdes cobalto, es decir, verdes de verdad), los el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social. ¿En qué momento se operó este giro político impredecible?
Junto a ellos, los sindicatos históricos, los de toda la vida (Ceosl, Cedocut, FUT, UGT…), y las figuras políticas de rigor: Alberto Acosta, Lourdes Tibán, Cléver Jiménez, Luis Villacís… Su marcha, y esta fue una novedad que las informaciones oficiales omiten o directamente tuercen, le ganó en número de participantes a la del Gobierno. Todavía no terminaban de salir del parque de El Ejido los marchantes, disciplinados y en orden estricto, cada quien bajo su bandera correspondiente, cuando la cabeza de la manifestación coronaba ya la plaza del Teatro en su ruta hacia la de Santo Domingo, donde la tarima esperaba con música la llegada de los oradores.
Mientras tanto, en El Arbolito, a escasos 100 o 200 metros de la retaguardia opositora, una rala y espaciosa concentración de gobiernistas desesperaba por salir. “Todavía no salimos porque estamos coordinando con la cabeza para no chocarnos con la otra marcha”, disponía desde la tarima el maestro de ceremonias de voz combativa y revolucionaria, trepidante, que ora cantaba loas a la solidaridad de los pueblos, ora desgranaba epítetos inverosímiles contra el Imperio y sus secuaces, ora rechazaba los intentos de agresión a Irán o Siria, regímenes simpáticos donde los hay, ora expresaba su condolencia al hermano pueblo de Venezuela por “la desaparición física” de Hugo Chávez.
Si sobre un mapa de la ciudad se trazan dos líneas, una entre El Arbolito y San Francisco, otra entre El Ejido y Santo Domingo, se verá que inevitablemente se cruzan a la altura de San Blas. Problema: aun considerando que la marcha de la oposición debe salir una hora antes que la del Gobierno, ¿cómo evitar que manifestantes dispersos o rezagados se encuentren en ese lugar, se amenacen unos a otros (con la consabida actitud de desabotonarse la camisa y ofrecer el pecho a las balas, por ejemplo) y terminen intercambiando golpes como los que se han convocado alguna vez desde las sabatinas? El operativo es impecable. Una doble barrera ha dispuesto la Policía en la esquina de San Blas, a pocos metros de la casita triangular de planta colonial que la chispa quiteña bautizó, cien años ha, como “el calé de queso”. Una barrera es de carne y hueso: no menos de cincuenta uniformados que entrelazan los brazos y cubren todo el ancho de la calle ni bien termina de pasar el último hombre de la manifestación opositora. La otra es de infranqueable fierro: 25 motocicletas policiales colocadas una junto a otra.
La marcha del Gobierno recorrió la avenida Gran Colombia, bordeó La Alameda, cruzó la Guayaquil, ingresó al casco colonial por la calle Venezuela y enfiló por la García Moreno para saludar al compañero presidente a su paso por Carondelet. Algún rato decidió salir al balcón Rafael Correa, acompañado por el alcalde Barrera y darse un bañito de popularidad ante las masas que lo aclamaron a gritos y que provenían de las más variopintas y, en ocasiones, insólitas agrupaciones gremiales.
Junto a la Confederación de Trabajadores del Sector Público, el Partido Comunista con sus hoces y martillos, la histórica Federación Ecuatoriana de Indios que se había dado por muerta hace diez años y, por supuesto, el Movimiento PAIS, desfilaba por ahí el verdadero rostro popular del régimen, alegóricamente representado en nombres como los que siguen: Confederación de Trabajadores Motorizados de Pichincha, Asociación de Pequeños Comerciantes Ambulantes y Tranporte Público y Autónomo del Distrito Metropolitano, Sindicato de Carretoneros de Quito, Comerciantes Autónomos del Panecillo, Sindicato de Heladeros del Ecuador, Federación de Comerciantes Minoristas, Trabajadores Autónomos y Mercados de Pichincha, Asociación de Trabajadores de Mototaxi de Tosagua, Federación Ecuatoriana de Operadores y Mecánicos de Equipos Camineros…
Los hay de Los Ríos, El Oro, Esmeraldas, Guayas… Todos con las mismas banderitas y los mismos carteles que exigen radicalizar la revolución, o las pancartas con las caras de Lenin, Marx, Engels, Fidel Castro, Eloy Alfaro, el Che Guevara… Los agremiados a la Asociación Coco y Sabor, directamente llegados de la provincia verde, exhiben con orgullo la lustrosa palmerita que llevan bordada sobre el pecho. Cualquier espectador avisado no puede menos que sorprenderse por los logros de la revolución: ¿en qué otro lugar los heladeros reivindican a Engels?
Cerraba la marcha una gigantesca bandera ecuatoriana que cargaron entre un par de cientos de personas y, por último, los verdeagüita, la mayoría de ellos disciplinadamente uniformados. Ahí estuvo el recién electo asambleísta Carlos Viteri, quichua de Sarayaku con el disfraz de shuar que lo caracteriza desde que se hizo correísta; ahí estuvieron Gastón Gagliardo, Richard Espinosa, Marcela Aguiñaga… El ala derecha del régimen con familiares y amigos y cara de no haber participado en una marcha del Primero de Mayo en el transcurso de sus vidas, brillantes y reconocibles como claveles entre los cardos.
De los oradores, poco o nada que decir: nadie asiste a estas concentraciones para escucharlos. Ninguna de las dos plazas se llenó, ni siquiera la de San Francisco, donde llegó Correa haciéndose anunciar con la música de ‘Patria, tierra sagrada’, habló Correa 40 minutos entre los telepronters, vendió el puñado de ideas que vende siempre y se dejó ver tenso, malhumorado, irritable. Algo tiene que hacer el Presidente con su rictus de muelas apretadas: un día de estos va a arruinar su dentadura.
Felicitaciones a Roberto Aguilar por su impeccable analisis.