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LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA. por Jorge León T.

11 junio 2014

La restauración conservadora es el nuevo lema de la ya reiniciada campaña electoral de Correa. Busca darle sentido. Sus cercanos ya fraguan alguna interpretación o justificación, más de propaganda que de razón. Esto es cuánto más urgente que se percibe ya que el gobierno venderá la idea al nivel internacional, para condenar la normal organización de los contrincantes políticos y su pérdida electoral en las elecciones seccionales ecuatorianas.

La expresión exige precisiones sobre sus significados. Es bienvenida. Que existe una corriente conservadora en el mundo, lo vemos cada día cómo crecen sus indicios. Acaban por ejemplo de ganar en Europa, al calor de la crisis económica y del desprestigio de políticos o de la política, varios grupos de extrema derecha o que se reclaman del conservadurismo. Estos incrementan el chauvinismo nacionalista, rehúsan la integración más allá de su país, condenan libertades individuales que no corresponden a sus tradiciones. Gobiernos conservadores, como en Canadá, Gran Bretaña o Australia han atacado el laicismo, condenan el feminismo, y se alinean sin pena ni gloria con los republicanos en Estados Unidos. En Oriente crece el clericalismo.

Son corrientes políticas que no admiten los cambios que el mundo ha conocido para reconocer derechos humanos, el pluralismo ideológico y de vida, las limitaciones del poder a los electos, la creciente circulación de las personas con la consiguiente modificación de las identidades personales y de lo que se dio en llamar la nación. Mientras algunas de estas corrientes, que pueden ser vistas como la búsqueda de algún pasado idealizado, consideran indispensable un nuevo proteccionismo económico y aborrecen del simple mercado, invocan precisamente el nacionalismo para que el Estado cierre sus puertas a tanta apertura comercial y proteja las empresas propias; otros sectores de estos conservadurismos se sitúan en el campo contrario y se acercan al neoliberalismo. No hay pues una simplificación de que todos los conservadores quieren una misma política económica. Hay los conservadores al estilo de Estados Unidos como el Tea Party que reivindican una moral del pasado para una familia tradicional de muchos hijos y de una mujer más cercana a lo doméstico, creyente, antiaborto, que se indigna de las libertades que ahora tienen jóvenes y no jóvenes de hacer y deshacer sus vidas, frente a lo cual reivindica el matrimonio, el rito y condena que el Estado intervenga en tanta cuestión social, pues prefieren, ellos sí, el juego del mercado y un gobierno que en el mundo se haga respetar, es decir se imponga.

Pero estos fenómenos sociales que, tienen por lo demás múltiples causas socioeconómicas, políticas y de otra índole, sería imposible comprenderlos reduciendo la realidad a algún maniqueísmo empobrecedor del análisis y la comprensión, como los que ven en esta realidad algún complot de derecha o de izquierda; de alguna maldad que se organiza a sí misma y destruye la bondad de los oponentes. Una vez más, la realidad reducida al discurso político, sobre todo polarizante, acaba por negar la realidad y contentarse por ratificar sus posiciones; protege sus posturas más no ayuda a comprender los hechos.

Podríamos más bien, provisoriamente concluir que lo conservador es sobre todo una postura política ante modos de vida, valores, concepciones de vida, y reivindicaciones de una sociedad y Estado de un idealizado pasado; es menos definida en relación a la economía.

La izquierda oficial latinoamericana, por su parte, encuentra progresistas a los gobiernos iraníes, que son confesionales, clericales y reivindican el texto religioso para regir las relaciones entre las personas y entre estas y el Estado: algo propio de la Edad Media en Europa. Esta izquierda hace lo mismo con varios gobiernos árabes, generalmente añejas dictaduras que, además de desconocer muchos de los derechos humanos, entre otros de las mujeres, no siquiera promueven equidad social.

Con tales posturas queda claro que lo conservador puede estar a la izquierda o a la derecha dependiendo de lo que con ello se alude. Para un europeo esta postura latinoamericana es generalmente incomprensible.

Felizmente para la comprensión, en el Ecuador su presidente reconoce que en cuestión de “valores” es conservador y pone como característica de ser de izquierda el promover la equidad social. En contraste, igualmente, sabemos que pueden haber derechas que también promueven equidad social, esto no es panacea de un color o tendencia política. Habría que diferenciar el cómo se lo logra en uno y otro sentido, para a lo mejor encontrar contraposiciones.

Uno de los rasgos sobresalientes de Correa es también un cariz tecnocrático, pero esto tampoco es propio de una u otra tendencia ideológica, mal se le puede clasificar con este criterio para definir si eso es o no conservador.

Que complicado resulta entonces diferenciar las aguas de lo que puede ser una restauración conservadora con gobiernos que no tienen claras definiciones ideológicas o políticas, pues las cambian a voluntad, usando uno y otro discurso para justificarse a sí mismos, más no para tener sindéresis con algún proyecto o programa identificable. Toda postura o definición, en este caso, puede servir para hacer leña del contrincante más no para defender o promover un proyecto, razón o idea.

En cambio, habíamos recordado previamente que un connotado conservador como García Moreno, fue un gran reformador, un modernizador de su época y que Correa tiene varios aspectos comunes con éste presidente del XIX, inclusive modales y valores como su gusto de un orden controlador y autoritario. También, desde hace tiempos, insistimos que el presidente ecuatoriano actual, promueve un sistema social y político conservador que prepara así el camino para que mañana regrese un orden conservador que será de larga duración, precisamente porque ahora alimenta mentalidades y condiciones sociales para una época conservadora.

Lo notorio puede ser su lógica disciplinaria y un orden controlador, de lejos distante de acordar el mínimo de espacio a la sociedad civil o a la persona, todo debe estar a la vez reglamentado y controlado. La figura del gran hermano, por lo general, ha sido un sueño conservador, muy cercano a las figuras religiosas que quieren el reino del bien sin malos, algo que en la realidad no puede ser, pero que sirve para con moralismo y represión o sanción encaminar los comportamientos. Un mundo con sentido de libertad y de nexos entre las personas para crear una convivencia por encima de leyes y sanciones puede crear inclusive condenas renovadas por parte estos conservadores apasionados por todo formalizar. En sus posiciones y análisis, la rigidez o carencia de flexibilidad pretende ser rigor científico o técnico. Sólo ello dice mucho de una persona y sus tendencias. De estos aspectos resulta visible su sentido autoritario, pero claro esto no es panacea de la derecha, también puede ser la norma en varias izquierdas. Precisamente por eso el conservadorismo, más que tendencia ideológico-política, es una posición ante la vida social.

Estos caracteres de conservadurismo, en Correa se complementan con lo que es más decisivo en la política inmediata, con su tendencia a despolitizar la política y a reducirla a la gestión. El “confíen en mí”, aparentemente magnánimo y de buena fe, está diciendo lo mismo que su idea de que si uno conoce de alguna corrupción vaya a la Fiscalía, pero que no se puede hacer la denuncia pública o que un diputado pueda hacerlo, es decir, el orden es tal que “yo sé lo que hago”, y hay un camino para cada cosa, no la irrupción de lo incontrolable. En este camino, lo tecnocrático y la visión religiosa de si mismo y del mundo de juntan bien, pues el orden pensado se complementa con la pretensión de cumplir una misión divina en el mundo, para desarraigar el mal. Misión divina para lo cual requiere tiempo (y reelección entre otros aspectos) pues debe terminar la buena obra hasta que sea perfecta y se vuelva eterna.

En sus condenas a los contrincantes o en su argumentación sobre las políticas, Correa apela a estos aspectos, y en nombre de lo pragmático elimina el debate político; sólo hay espacio para la adhesión o el rechazo. La crítica, como lo hacemos aquí, no tiene cabida, no puede ser comprendida; se la recluye al banal rechazo, propio de alguna ciega oposición. A ese punto llega la polarización que tiene más de emociones que de razones. No hay espacio para la razón, es arriba que se la fragua, los demás harán bien en comprender la virtud de la adhesión. Esta despolitización primaria lleva a pasionales polarizaciones, en las que la reflexión se convierte en el arte de justificar lo dicho arriba, por incoherente que sea, más no en desentrañar sus sentidos, razones o desrazones.

No tratamos sobre la concentración de poder o la represión de los contestatarios, o el uso o abuso de propaganda que tiende a ser algo más que eso, pues estas tendencias autoritarias se las practica tanto a derecha como a izquierda, pero en cambio al enraizarse como acontece ahora, crean las condiciones precisamente para que mañana reine un orden conservador. Un orden de esos que cultivan el silencio de los de abajo, el olvido de la razón y prefieren ritos y dogmas, no necesariamente religiosos, antes que debate de ideas o construcciones de razones que pueden, en cambio, aportar a mentes con sentido independiente y criterio propio de personas que no fácilmente se las mete en el bolsillo.

Quede para constancia otros fenómenos que simplemente enunciamos pero que no son menos importantes de la tendencia conservadora para una sociedad: el uso de la religión para ganar adhesiones políticas, o las reiteradas invocaciones que las prácticas religiosas desde el poder (p.e. el pase del niño, las misas, la redefinición reiterada del laicismo o, aún más, los ensayos de insertar la religión como materia escolar obligatoria…) que cimientan una mentalidad precisamente a lo opuesto de lo que podríamos llamar la herencia de la Ilustración en su lucha contra la Edad Media.

Como a su vez, Correa es un modernizador del Estado, de su gestión, de los servicios públicos e infraestructura en general, concluyo que su gestión es una modernización conservadora. No hay elementos para identificar a este gobierno como de izquierda ni menos revolucionario, tiende a ser de centro izquierda en varios aspectos, en otros como lo relativo al orden social es más bien de las corrientes de derecha, en sus posiciones anti-imperialistas puede identificarse con la izquierda, pero en general es más de izquierda para venta externa que interna.

No es un corte izquierda-derecha, más allá del hecho que ahora es difícil precisar lo que izquierda quiere decir, y menos podríamos hacerlo considerando a las personas o partidos hasta recientemente símbolos de la izquierda como los socialistas y los comunistas que ahora se caracterizan por inconsistencias entre discursos y hechos o el conjunto de sus posiciones que mal se podría decir lo que son, aquí y en todas partes. Huérfanos de definiciones ideológicas, cualquiera puede ahora adaptar sus discursos y posturas al color que le convenga.

Sí, bienvenida entonces la idea de la restauración conservadora, se nos mezclan los actores y los espacios en que actúan, sobre todo cuando se intercambian las banderas. Sí, ya estamos en restauración conservadora.

 

lalineadefuego
lalineadefuego
PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Justamente por eso es necesario un cambio a la verdadera izquierda, aquella que confronta con ideas, sin insultos, sin corrupcion, con trabajo y con democracia, Eso es el gobierno socialista que todos soñamos que algún dia llegue.

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