Nadie quiere una restauración conservadora, bueno, casi nadie a excepción de los conservadores, seguramente. Pero habría que preguntarse si en una sociedad tan “liberal” y “progresista” como la nuestra, es posible esa restauración. Por restauración conservadora no se debe entender solo el intento de volver al establishment político de antaño donde un selecto grupo de privilegiados gobernaban, sino la adecuación de las directrices esenciales del conservadurismo en la red social de la contemporaneidad.
El problema es interesante puesto que una restauración implica que el conservadurismo debe actualizar los mecanismos para seguir conservando su hegemonía, lo cual no implica que admita cambios en sus bases conceptuales, sino que replantea el ejercicio de las formas tradicionales de mantener su dominio, con lo cual asegura su vigencia y su coherencia. Por eso el problema aparece tanto en una dimensión liminal, o aquello que puede percibirse con los sentidos, como y principalmente en su dimensión sub-liminal, o aquello que sostiene la comprensión del sentido total de lo manifiesto en los discursos y las prácticas del poder.
Si el ejercicio del poder es por esencia un ejercicio conservador, la restauración debe garantizar la actualidad de ese poder. Para ello bien puede servirse de la sofisticación de caducas formas de hacer política, adoptando por ejemplo discursos “progresistas” que tornen aceptable su perennización. No obstante, la restauración tarde o temprano va a hacer visible su esencia conservadora en las formas de su expresión: la restricción y afectación a la democracia expresada en la acumulación de poder, la comprensión de la justicia como instrumento del poder y no como el mecanismo para regularlo y controlarlo, la intolerancia a la disidencia y la crítica, el debilitamiento de la oposición, la anulación de toda utopía radical, el uso de la ética maquiavélica como carta de navegación, el uso manipulador del afecto y del miedo, la imposibilidad de reconocer errores –ya que siempre se tiene la razón-, la prepotencia y la arrogancia como estilo de liderazgo cuya perversión más desagradable se encuentra en la emulación existencial que hacen del/los líder/es, sus adoradores, en su forma de pensar, de hablar, e incluso en la forma de vestir, etc., etc.
En ese punto poco importa que la restauración conservadora provenga de la pseudo-izquierda, del centro, o la derecha. Por ser conservadora es un escollo en el camino hacia el progreso. ¡Un momento! ¿No será ese, otro discurso de la restauración conservadora?