LA “REVOLUCIÓN CIUDADANA” DE CORREA, NO ES MÁS QUE UNA MARCA PUBLICITARIA.
Ramiro Vinueza. Periodico Opcion
Mucho se habla en estos días de revolución, el término ha sido usado para describir hechos ciertamente trascendentes como los levantamientos populares de Túnez y Egipto o para describir el movimiento de los indignados en España, pero que, sin embargo, no son una revolución. Son hechos que pueden dar origen a un proceso revolucionario, pero eso aún no es una revolución. También han tomado el nombre de “revolución” los procesos que viven países como Venezuela, Bolivia o Ecuador, donde por medio del voto se instauraron gobiernos alternativos que han realizado un conjunto de reformas económicas, políticas y sociales pero que no alcanzan la dimensión de una revolución.
“La revolución ciudadana”, como hace llamar Rafael Correa a su gobierno, no es más que una marca publicitaria que usando muchos millones de dólares en propaganda busca ser patentada en la mente de los ecuatorianos. En realidad el gobierno desarrolla un conjunto de reformas para modernizar y afirmar el capitalismo y, por ende, conculca los derechos de los trabajadores y los pueblos, reprime sus reclamos y encarcela a los luchadores sociales. Sin ningún rubor se parangona con procesos y personajes como Eloy Alfaro, líder de la revolución liberal en Ecuador.
Primero vale establecer, conforme lo señala la ciencia del marxismo, que la revolución social es un salto cualitativo de un estadio de la sociedad a otro nuevo y diferente, es como un punto de ebullición que destruye el viejo andamiaje social e implanta uno nuevo, radicalmente diferente al anterior, es un cambio violento. En la historia de la Humanidad se han producido varias revoluciones, como la revolución de los esclavos contra los esclavistas, de los siervos contra el feudalismo y, revoluciones más actuales son las revoluciones proletarias contra el capitalismo, como la revolución rusa, china, entre otras.
En el Ecuador, ese cambio del estadio de sociedad actual a uno nuevo y diferente no se ha producido, pues se mantienen las mismas viejas e injustas estructuras capitalistas, las clases trabajadoras siguen explotadas, oprimidas y empobrecidas, mientras las oligarquías siguen gozando de sus privilegios y ganancias. Un estado realmente nuevo y superior de la sociedad, es el socialismo.
Las reformas vividas en el campo político e institucional llamadas “socialismo del siglo XXI”, tienen como producto más importante es la nueva Constitución, considerada más avanzada y democrática que las anteriores, pero está es burlada y atacada sistemáticamente por un conjunto de leyes promovidas por el gobierno y aprobadas en la Asamblea Nacional por una mayoría gobiernista. Segundo, Una revolución es producto de la lucha de clases, que existe desde que la sociedad se dividió en clases. La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases constata Carlos Marx, y terminará cuando esta división se elimine.
Este es un hecho objetivo, existe independientemente de que se lo reconozca o que se pretenda que esta situación ha sido superada, como hacen Correa y sus acólitos, diciendo que la “revolución ciudadana” es de otro tipo, que es democrática, pacífica, que es la revolución de voto. La revolución, dice Pablo Miranda en su libro “Es posible la revolución ahora”, no es pacífica ni armada, es un hecho integral que se desarrolla en terreno económico, político, militar, cultural…En la etapa del capitalismo y el imperialismo la lucha de clases conduce y un día culmina con la Revolución Social del Proletariado, en la instauración del poder y de la sociedad de los trabajadores”.
“Cuando las transforma- ciones se hacen en el marco del orden institucional establecido, esto se llama reformismo”, señaló Rodrigo Borja, líder socialdemócrata, reconociendo a Carlos Marx como el mayor teórico de la revolución. Y efectivamente, las reformas de la “revolución ciudadana” han transformado las instituciones estatales para reforzar el sistema capitalista, para afianzar el poder de una nueva derecha, para ejercer, con el apoyo de un andamiaje jurídico antidemocrático y las fuerzas policiales y militares, un control y represión a los trabajadores y los pueblos. Es evidente que el reformismo correísta es burgués y reaccionario, para nada revolucionario.
Tercero, la revolución actual y auténtica no puede hacerse sin el concurso de las clases desposeídas, sin los trabajadores y los pueblos. En el mismo texto, Miranda sostiene que “para la concepción materialista de la historia son las masas, los pueblos, los que forjan con su acción el curso de sus vidas, los que hacen la historia. Las masas son las protagonistas de los grandes y pequeños acontecimientos que han marcado el devenir de la sociedad”, y efectivamente la historia de los pueblos del Ecuador nos muestra su incesante lucha por cambios y transformaciones económicas, políticas y sociales que han batallado contra la esclavitud y el coloniaje, contra la servidumbre, y siguen batallando contra el capitalismo.
La llamada revolución ciudadana, por el contrario, enarbola la figura del caudillo, hace culto a las habilidades histriónicas y discursivas, exacerba al individuo a tal punto de parangonarlo con el viejo líder liberal, y él mismo parece convencido de ello. Para Correa los trabajadores y los pueblos son solo un instrumento para alcanzar sus intereses. Las clases dominantes temen la participación política de los pueblos, por ello legislan para mantenerlos controlados, ponen límites a la participación electoral, perfeccionan los aparatos de represión para sostener el sistema capitalista.
A cinco años de gobierno de Correa, la llamada ‘‘revolución ciudadana’’ queda como lo que es: una política al servicio de la oligarquía y de la derecha del siglo XXI. Pero algunas cosas no caen por su propio peso continuaremos hablando de lo que es una auténtica revolución.