LA VIRGEN DEL TOLDO
Un cuento de Ricardo Cobo
(Cualquier parecido con la realidad… es una mera y lamentable coincidencia)
Doña Francisca apuraba el paso por las calles dudosas del recinto “La Sequita” -para los iletrados en la geodesia “La Sequita” vagabundea por los alrededores de Montecristi de la provincia de Manabí-, en una mano la petaca con “cuatro trapos” mientras que la otra la empleaba en tono amenazador para espantar a los cerdos que ojeaban por la callejuela algún biscocho abandonado por el tropel de visitantes que se había incrementado desde aquel fin de semana en que Nancy, la hija de don Pedro y doña Bélgica, se despertó bendecida por la imagen de la virgen del Tepeyac que se había estampado en el toldo de su cama. Unos pasos atrás la seguía Agapito, su hijo aún estudiante, literalmente asfixiado por la corbatita de lazo negro que había sigo resucitada después de la primera comunión para esta muy especial romería.
– Mamá Paca, déjate de notas y regresemos a Jaramijó que esta huevada de corbata me asa el cuello, chuta con el calor que hace y me disfrazas de monaguillo en penitencia.
Y doña Francisca sin inmutarse apuraba el paso si voltear a ver al mártir de la corbata mientras respondía con ese tono plagado de sabiduría y dignidad que tienen las mujeres del campo manabita y que saben que el creador hace lo que los hombres por flojera o desidia olvidan.
– Apura chico, que la virgen del toldo nos va a hacer el milagrito. Recuérdate bien lo que te dije que le pidas… Con fe mijito, con mucha fe, le pides a la virgencita que te ayude a sacar buenas notas y que el padre Fulgencio te ayude para conseguir esa beca y te vas a las Europas, mijito, a estudiar donde estudian los que van a ser presidentes.
No hubo pierdes, supo el momento exacto de cuando llegó a su destino, la casa de los Anchundia, la ubicación se adelantó varios metros, pues un “gentío de gentes” se habían adelantado. Cuatro buses repletos de cristianos habían madrugado desde Rocafuerte, otros venían de más lejos de Santa Ana, del recinto Pepa de Uso habían llegado en la noche y habían acurrucado la noche esperando ya su turno, había cristianos de la Sabana, desde la perimetral de Guayaquil, de La Colorada, de Canta Gallo. La noticia de la imagen milagrosa grabada en el toldo de la niña Nancy, había recorrido ya toda la latitud del litoral y se empinaba para las estribaciones, del mismo Atahualpa habían llegado. Todos apiñados a los bordes de una casita de dos piso, de losa y ladrillos, esperaban la bajada de la prodigiosa virgen que el rocío, que descendía del cerro por la madrugada, había dibujado con detalle y nadie discutía ni ponía en tela de juicio, se trataba de la mismita virgen de Guadalupe que había llegado con sus milagrosas bendiciones a este recinto olvidado de Dios donde al mediodía un calor de 32 grados caería verticalmente sobre los feligreses, pegándose en los brazos, la espalda, las piernas y exprimiendo las frentes.
Don Pedro, desde una ventana dibujada en la mitad del centro de su casa, con actitud de candidato a la Junta Parroquial, miraba desde lo alto a la multitud que se había convocado y estiraba de cuando en cuando su mano saludando algún rostro familiar o conocido mientras para sus adentros se decía.
– Carajo, tres milagritos y la virgencita acarrea más gentes que político en campaña.
Pedro Anchundia, casado con doña Bélgica y padre de una media docena de hijas, todas mujeres, que en rondador rotulaban los años que había vivido en el recinto al lado de su tercera mujer, Bélgica López, una templada portovejense quién un día interrumpió su camino al colegio para irse detrás del único amor al que había conocido en sus dieciséis años y que el destino la estampillaba para que cierre sus ojos al momento del soplo supremo de la muerte.
Había parido ya ocho hijas a don Pedro, dos se marcharon antes de tiempo, la primeriza que no tuvo tiempo para ponerle nombre alguno y murió antes de que le cortaran el ombligo y la cuarta, Andrina, que se la llevaron los mosquitos en el invierno del 89.
Francisca, encontró su sitio en el zaguán de una casa vecina y se acomodó en una banca de madera que habían colocado a la sombra, Agapito, ya con aire de “echado al dolor” se sentó a su lado mientras su madre buscaba en sus tereques la colonia de Bay rum, verdadero bálsamo para mitigar el calor que empezaba a adueñarse del pueblo que continuaba desperezado con la gente que seguía llegando de todos los cuatro punto cardinales.
Y así empezó toda esta historia, para Francisca. Todo dejó de estar en su sitio cuando su marido le dio la ventolera de “hacerse político”, un jovencito funcionario de Quito de no sé qué carajo ministerio le dijo en una de sus visitas de que si apoyaba al gobierno le “gestionaría un cargo” en la gobernación y podría trasladarse a Portoviejo, viejo proyecto aplazado por años a la espera de una oportunidad, y se metió de lleno, como hacía con todo. Empezaron las reuniones, los viajes a las sabatinas, las recibidas en casa de la gente del Movimiento Patria Tierra Sagrada. Aún no tiene el “puestito” en la Gobernación pero insiste con eso de la Revolución, total…la esperanza es lo último que se pierde.
Una noche de esas, escuchó la biografía del Presidente. De que había nacido en un barrio mediaguas de Guayaquil y que lo habían becado en un colegio de curas y que lo habían becado en la universidad y que por último lo becaron para las europas… Así que tomó su decisión, si becado presidente becado… Agapito su hijo, será presidente con la bendición de Dios.
Y como “en este país se llega a presidente por milagro” decidió coger el toro por lo cuernos y empezó su peregrinaje. Como debe ser, primero fue la Narcisa de Nobol, la churona de Loja, el Cristo del Consuelo del manso Guayas, Marianita de la capital y por si acaso: el Hermano Miguel que ya tuvo un pariente de presidente. Después de terminar su peregrinaje por los santos formales empezó por los marginales, el Hermano Gregorio, la santita del Cajas, la niña Gema de Rocafuerte y ahora la virgencita del toldo de la niña Nancy de “La Sequita”.
Y como a Dios rogando y con el mazo dando, inició una terapia intensiva de autodidacta. Una vecina que tiene a su hijo en la UTM le cedió un libro de un escritor europeo que contaba una historia de un hombre que se transformó en bicho, lectura que desechó pronto porque tenía un apellido de tísico, Kafka y le dijeron que esa enfermedad era muy contagiosa.
Ahora entre sus compañías inseparables de sus peregrinajes está un libro de “un poeta inglés, que el nombre se escribe Shakespeare pero que se pronuncia, Schopenhauer”.
– Agapito, tiene que abrir mundo y desde ahora prepararse para que quede bien en todos los compromisos de protocolo de un presidente.
Así le contó Pedrina que habían hecho con el presi desde cuando era un niño de pantalón corto.
Desde entonces Agapito viste como futuro mandatario del Partido con sus pantalones oscuros y camisa blanca impecable y la nunca desestimada corbatita de lazo negra de la primera comunión.
Es infaltable a las reuniones de educación política del movimiento que luego en casa muy ordenadamente repasa las premisas del materialismo histórico de un señor Carlos Marzo y los libretines de los “compañeros” de la New Age del Partido. Agapito es el único niño del pueblo que ya tiene su pagina en el Internet, feisboc, dice que se llama, y que ya tiene su primer centenar de amigos on lain.
Se ha iniciado pie derecho con la preparación del futuro mandatario de la Patria y se siguen al detalle todos los “tip´s” que le da don Braulio, asesor de imagen del pueblo que por costumbre popular le continúan llamando peluquero, Francisca anota en una libreta todos los pasos de la campaña cotidiana que llevará a su hijo a la primera magistratura del país.
Lo levanta muy temprano, con el primer canto del gallo, para que empiece su ritual de imagen, sin olvidar la dosis de “glostora” para que mantenga sus crespos ordenados y no se inmute su cabello con los vientos que entran en sotavento desde la playa de Jaramijó.- De punto en blanco Agapito acude diariamente y sin falta a su escuela donde sus compañeros ya han sentido el peso de su presencia y le llaman “el presidente” , lo designaron ya líder de su grado y sus profesores se dirigen a él respetando el ritual señalado para un primer mandatario. Agapito camina por las calles de Jaramijó saludando con su manita en alto a todos y cada uno de sus vecinos y no falta algún ciudadano que lo confunde con un alto funcionario de estado y lo saluda con aplausos.
– Algún subsecretario a de ser, dicen, y lo aplauden por si acaso.
Como con insistencia ha escuchado eso de que hay combatir a la derecha. Francisca ha optado por adoptar medidas drásticas y sujeta la mano derecha de Agapito para obligarlo a que cumpla sus tareas escolares con la mano izquierda. Vigila como tigrillo a su presa todos los movimientos de su hijo y con franciscana paciencia y perseverancia acude a cada uno de los pasos previos de su renuevo en su carrera presidencial. Lo entrena en artes marciales para que esté presto a todos sus ulteriores enfrentamientos con la prensa corrupta, policías conspirativos y empresarios pelucones. Agapito en sus tareas extra curriculares tiene que incrementar su lenguaje de mandatario con una lista de veinte adjetivos nuevos todos los días… El domingo no se cuenta y es el día en que puede hablar como le dé la gana.
Agapito ya sabe del significado epistemológico de la palabra pelucón, gorda horrorosa, Tarzán de bonsái, infantilismos ecológicos y de izquierda, contadores economistas y derecha dinosuaria, sabe de partidocracias, aristócratas chiros y bobos de la yuca. Sabe que el país esta ligero para la Revolución pero no para el socialismo, que lo importante es parecer el César y sonreír con un aire de inocencia. Agapito, entre sus amigos más cercanos ya ha escogido a tres de ellos para que sean sus futuros ministros. Juan Bautista, un escuálido y pequeñín conocido en el pueblo como “hijo de cura” es su mano derecha. Juan Bautista es una bala al rato del juego de pelota en la playa, pues tiene que desarrollar una cintura de oro.
La película que en 3D corría por la cabeza de doña Francisca se vio de repente interrumpida por el ajetreo que desató la presencia de don Pedro que desde abajo instruía a su familia para que descienda la imagen de la virgen, al verse rodeado de miles de feligreses que habían acudido de los más recónditos rincones de la Patria… Gritó desde el último peldaño de la escalera de la casa:
– Ahora si, que bajen al muertito y se arme el griterío.