La función de Orlando Pérez, editor del diario El Telégrafo, es, entre otras cosas, defender a Rafael Correa y Alianza País. A pesar de las diferencias internas que puedan existir respecto a su manejo del periódico – en estos días se notan algunos columnistas más críticos – si no fuera correista y defensor del presidente, no ocuparía el puesto.
Como consecuencia, para la mayoría de gente de izquierda sus opiniones valen poco. Son, dicen, sesgadas y ciegas. No obstante, sería un error pensar que su inclinación partidista siempre le lleva a equivocarse. Muestra de ello es su columna del pasado sábado, 11 de abril (¿La búsqueda del vacío se instala de nuevo?), en la que de manera entusiasmada y lírica se dedica a analizar la coyuntura política: las marchas y las alianzas y el papel de la derecha en fomentar el descontento. Refiriéndose a la izquierda, habla de ‘una búsqueda incesante de ese salto al vacío’ y ‘…mientras la izquierda calienta las calles la derecha cosecha en los hoteles’.
No es necesario ser coideario de Pérez para encontrar la verdad en lo que dice. Sospecho por ejemplo que la izquierda ecuatoriana aún no se acostumbra a la lid electoral, que sigue pensando en derrocamientos antes que ganar la batalla en las urnas. No pretendo relativizar las protestas y la necesidad de marchar y ser escuchado, son necesarias, sobre todo en un contexto en el que un gobierno no escucha – ¿qué gobierno escucha a la izquierda? El problema es lo que pasa después. Si no hay partido o movimiento capaz de llevar los reclamos a la Asamblea o más importante dado la carta magna actual, al palacio presidencial, los argumentos de Pérez se convertirán en profecía.
Sabemos que tampoco sería la primera vez. Bucaram se convirtió en Alarcón, Mahuad en Noboa, y Gutiérrez en Palacio. Admitido, de los tres interinos Palacio fue el mejor, pero no altera la tendencia. En el mejor de los casos ganamos poco con los derrocamientos, pero no dejamos de pensar en ellos porque, primero, seguimos laborando bajo la ilusión de que la calle tiene poder, cuando la experiencia nos enseña que en la práctica son las Fuerzas Armadas y gente como León Febres Cordero que mueven los hilos, y segundo porque no hay partido de izquierda con posibilidades de ganar. La frustración y decepción que son el legado de Alianza País nos han dejado sin opciones, salvo empezar otra vez desde cero.
No pretendo enaltecer la democracia electoral: tiene fallas evidentes, es una cancha inclinada y por el lado izquierdo su promotora principal ha sido la social democracia, hecho que no satisface a cualquiera que busca cambios sistémicos. El problema es qué hacer fuera de ella, y por ahora no veo una respuesta evidente. Otro factor para tomar en cuenta es la estabilidad que ha traído estos ocho años de gobierno de Alianza País. Como apreció Alberto Acosta después de las elecciones presidenciales del 2013: la gente se acordaba de los años bochornosos entre 1996 y 2006, y eso fue un factor sorpresivamente importante que no se había tomado en cuenta.
Montecristi Vive, la Unidad Popular y Pachakutik
Empezar desde cero puede sonar dramático, después de todo tenemos el reciente manifiesto de Montecristi Vive y este podría ser un inicio. Es clara y topa los temas más candentes y desconcertantes de la presente administración: la falta de separación de poderes, la vergonzosa obediencia de la Corte Constitucional y Consejo Nacional Electoral a la voluntad del ejecutivo, un auténtico proceso de descentralización y autonomías, una política económica para enfrentar la crisis, etc. etc. La dificultad es que Montecristi vive es una agrupación de intelectuales sin bases; no es un vehículo, y no pretende ser un vehículo electoral.
También existe la Unidad Popular. Hace pocos días sus representantes presentaron unas 300.000 firmas en apoyo a su inscripción como movimiento electoral, y si bien estas 300 firmas no necesariamente representan el mismo número de militantes a futuro, son una clara muestra de apoyo a una agrupación política de izquierda necesaria para una sana vida política. Presentar las firmas no es, sin embargo, el fin de la historia.
Dado la ignominiosa actuación del CNE en casos como el de los Yasunidos y la consulta sobre la explotación de los campos ITT, una resolución imparcial respecto a la Unidad Popular sería una sorpresa. Sorpresa grata, sin duda, pero sorpresa de todos modos.
Y aun cuando logre superar la barrera del CNE-ejecutivo, la Unidad Popular no representa una fórmula mágica para curar los males de la izquierda ecuatoriana e instalar el reino de paz, y socialismo, en la tierra. Es después de todo una nueva versión, sin duda más moderna y abierta, del MPD. Y esa organización por una parte despierta muchos resentimientos en ese segmento de la izquierda capaz de recordar sus excesos pasados y por otra, tendría que soltar las riendas de la UP y abrir las puertas a la participación de otros sectores para ser una verdadera opción electoral. ¿Es capaz? Ojalá…
Lo que nos lleva a Pachakutik, el único partido formalmente registrado y que resulta extrañamente difícil caracterizar. Es y no es de los indígenas, e incorpora a gente tan dispersa como: Salvador Quishpe, el ahora viejo luchador más o menos heredero de la línea política de Luis Macas; Milton Castillo, candidato a la alcaldía que cuando se sentía seguro de no tener posibilidades de ganar, apoyó a Mauricio Rodas; Lourdes Tibán, incansable luchadora por algo, que entre sus amigos cercanos se destaca ex fiscal Washington Pesántez; Klever Jiménez, cuyo gran compañero y asesor Fernando Villavicencio ahora aboga por la intervención de EE.UU., y finalmente Monica Chuji, que ve algo de valor en la ‘Fanesca’ de Rodas, Nebot y Carrasco, que en realidad no es una fanesca porque Carrasco no es de izquierda, es un oportunista. Un día con Salvador Quishpe, el siguiente con Rodas y Nebot.
Las protestas y la derecha
El panorama no es alentador, pero esto en sí debe servir como impulso, como llamado a la acción. Hay que seguir marchando y protestando, pero a la vez resolviendo el problema de cómo enfrentar al candidato de Alianza País en el 2017, y más allá. Y no lo tomo por sentado que ese postulante sea Rafael Correa; es capaz de desinflar las campañas que se centran en él como culpable de todos los males, manteniendo a medio mundo en un fervor de odio para luego renunciar y apoyar a otro/a candidato/a. No se puede descartar nada. Por tanto es más importante enfocarse seriamente en lo positivo, en cómo unir a la izquierda para mejorar la vida de los ecuatorianos, que en formar alianzas con la derecha.
No sería nada bueno que las palabras de Orlando Pérez se conviertan en profecía y que nos metamos otra vez en “ese pasado donde la llamada partidocracia organizó, puso el libreto y amasó el ‘rendimiento’ de la protesta social de entonces.” Solo una cosa: el manifiesto de Montecristi Vive es un inicio y puede servir como base, pero una campaña política exitosa es otro animal. No se gana la Presidencia o la Asamblea con una lista de propuestas que para la población en general son semi-esotéricas, no importa lo válidas que sean.