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LATINOAMERICA DIFERENTE Y REALISMO MAGICO. Por Francisco Hidalgo Flor

30 Abril 2014

 

¿Qué hizo posible que Latinoamérica emergiera en las primeras dos décadas del siglo XXI, a diferencia de otros continentes, como el espacio en el cual es posible avanzar, con dificultades y avatares, en una crítica radical al neoliberalismo y que una parte importante de la misma optara por perspectivas políticas de sentido contrario al pensamiento único del mercado? He aquí un tema puesto en debate en las ciencias sociales, respecto del cual se abren varias respuestas e hipótesis, y una de ellas se nos ha mostrado en toda su magnitud en semanas pasadas, proveniente de las voluntades colectivas y los sentidos profundos de la cultura.

Con el fallecimiento de Gabriel García Márquez hemos presenciado un acontecimiento notable, sentimientos populares masivos, en casi todo el continente, de adhesión ante la obra de un gran intelectual y de dolor ante su pérdida física. Gabriel García Márquez marcó con su obra no solo a las generaciones de la segunda mitad del siglo XX, sino a las actuales del siglo XXI, plasmando en sus libros “Cien años de soledad” o “El coronel no tiene quien le escriba”, como las culturas de nuestros pueblos despliegan para resistir y construir mundos diferentes del canon impuesto por la colonialidad y el positivismo.

Los pueblos se ven identificados y representados en la obras de García Márquez, en un acto de rescate, para reconocerse en el momento presente y esbozar el horizonte de transformación al cual aspiramos.

Aportando un nuevo realismo, que no es la reproducción objetiva, sino la recreación de mundos, nociones de vida, donde se articulan resistencia y creatividad, conciencia y cosmovisión, pasión y utopía.

A la par, el propio autor nos da pistas claves para la potencialidad, no solo literaria sino de construcción de sentidos sociales profundos, en sus escritos y discursos, entre ellos aquel pronunciado con motivo del premio nobel del año 1982 “La soledad de América Latina”, donde cabe destacar dos planteamientos:
i) interpretar la realidad de los y las latinoamericanos con instrumentos culturales y de análisis que provengan de nuestras raíces y procesos, desechando los recursos convencionales de un eurocentrismo hegemónico;
ii) emprender en una nueva utopía de la vida, donde los pueblos puedan decidir por sí mismos y se abra una segunda oportunidad.
Detengámonos en estos planteamientos, que no son exclusivos de García Márquez, sino que forman parte de un ámbito común de desafíos que fueron compartidos en la literatura, en las ciencias sociales, en las ciencias políticas, y los movimientos sociales.

Mencionemos obras que comparten estas preocupaciones como, por ejemplo, el discurso sobre la pedagogía del oprimido del brasilero Paulo Freire, o la investigación acción participativa de su compatriota Orlando Fals Borda, o la valoración y potenciación de los pueblos y nacionalidades indígenas en el mundo andino, así como de las poblaciones afro-descendientes en el Caribe.

Es decir, durante las décadas posteriores a la quiebra de los regímenes oligárquicos y la revolución cubana, se despliega un mundo de interrogantes y respuestas marcadas por la necesidad de afirmar la identidad, la ruptura con el colonialismo y la posibilidad de una utopía distinta. Es un mundo que marca raíces profundas, horizontes de rompimientos, que décadas después van a hacer posible la apertura de un espacio político diferente para Latinoamérica, dado desde los niveles populares y periféricos, antes que en la institucionalidad gubernamental.

En el mencionado discurso, García Márquez sostiene: “el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida (…) si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de Europa, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos”.

Varias generaciones han adquirido conciencia de este desafío y han avanzado sustancialmente en la tarea de encontrar caminos propios, pues los heredados del racionalismo instrumental se mostraron insuficientes y caducos. Un ejemplo de los nuevos caminos emprendidos está en la obra del mismo García Márquez y junto a él muchos más, que avanzaron en el camino de métodos validos para que los latinoamericanos podamos interpretarnos, valorar y apreciar aquello que hace creíble nuestras vidas.

Luego el autor colombiano recalca: “la interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.

El método propio que implementa en su obra para conocernos, para ser un poco más libres y solidarios, reconociendo y rescatando lo común, es lo que los estudiosos denominaron “realismo mágico”, estilo que tuvo varios cultores antes y después del propio García Márquez , por ejemplo, en el caso de Ecuador se puede mencionar escritores como Demetrio Aguilera.

Más adelante sostiene: “no es demasiado tarde para emprender la creación de una nueva utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Es importante el énfasis de la nueva utopía como utopía de la vida, en oposición a la utopía de la muerte, que representa la carrera armamentista y la industria bélica, señalada por el norteamericano William Faulkner en una ocasión parecida (el discurso por el premio Nobel del año 1949). El industrialismo lleva en extremo a consagrar la utopía de la muerte.

La utopía de la vida está marcada por la capacidad de las estirpes condenadas, esto es los pueblos, de auto-decidir sus perspectivas; es fundamental la soberanía, con un horizonte de armonía y amor ante estas expresiones decimos no es la productividad o la rentabilidad.
Estos dos pilares, conocernos a partir de nuestras culturas y el derecho a una utopía de la vida, forjados en confrontación con los canones del colonialismo, eurocentrismo, el racionalismo instrumental y el industrialismo, han sido fundamentales para la forja de una cultura contrahegemónica a lo largo a varias décadas en Latinoamérica.

Además, nos permite reflexionar acerca de lo lamentable de varios procesos políticos de nuestros países, que nacieron con mucho auspicio, mas ahora en nombre del progresismo. Las elites gobernantes estén dejando a un lado estos pilares y se nos presente precisamente a las culturas del industrialismo europeo y norteamericano como el único modelo a seguir.

De la mano de una creciente subordinación al extractivismo, emergen las loas a un cientificismo separado y aislado de los pueblos y las culturas: el laboratorio como la única vía del saber y el modelo europeo como el paradigma de ciencia y desarrollo.

En contraste, los pueblos no han olvidado estas guías. En los homenajes sencillos y en las rondas de lectura de las obras del Gabo, se van recreando la identidad, la valoración de pueblos y nacionalidades y la utopía de la vida, hacia una equidad colectiva.

El haber logrado interpretaciones propias de la realidad latinoamericana es lo que ha permitido avanzar en propuestas culturales y políticas desde lugares diferentes de la ideología y la racionalidad unidimensional del capital y el mercado.

 

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