El Telegrafo
08 Agosto 2014
Todo país digno y orgulloso de lo que es y de lo que hace tiene en su Biblioteca Nacional uno de sus mayores bienes culturales y patrimoniales. La cuida con esmero, sabe que ahí se concentra no solo la sabiduría acumulada en siglos sino que ese conocimiento es el mayor legado para el presente y futuro. Por ello, le asigna sus mejores instalaciones, los mayores recursos y el personal mejor preparado. Así sucede en todo el mundo, menos en Ecuador.
La Biblioteca Nacional del Ecuador a duras penas funciona, cada vez tiene menos libros, menos luz y menos personal. Los hongos se toman los libros y los incunables más valiosos están en riesgo. Pero no solo la Biblioteca, en verdad el emblemático edificio en donde mal funciona se cae a pedazos. Los espejos, otrora símbolo de la modernidad de la ciudad, son ahora evidencia del deterioro, abandono y agonía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
La Casa de la Cultura Ecuatoriana es, sin duda, el mayor símbolo de la institucionalidad cultural del país. Su trayectoria, su presencia, su rol fundamental en la defensa de las libertades, de la dignidad y lucha por los derechos y principios ciudadanos, su papel en la configuración y consolidación del ser, de la identidad y la cultura nacionales, así como haber sido un eje dinamizador del quehacer y la gestión cultural, lo posicionaron como un referente nacional e internacional.
Pero de esto ya hace varios años, demasiados, y poco a poco fue perdiendo ese brillo que la distinguía hasta sumirse en una cruel decadencia que la tiene postrada y moribunda, tal como el propio presidente Raúl Pérez Torres lo dijo al asumir la presidencia: “Hay que llamar a los doctores, la Casa está enferma”. Entonces, Raúl confiaba en que esos doctores la aliviarían. Sin embargo, luego de dos años, la Casa no ha mejorado, sigue agonizando.
Hay una gran verdad, han pasado ya siete años y toda la propuesta de ‘Revolución Cultural’, incluida en el plan de gobierno y el ideario de la Revolución Ciudadana, ha quedado solo en los papeles membretados. Y lo que es peor, el Gobierno Nacional no ha podido cumplir con el mandato constitucional que determina la conformación del Sistema Nacional de Cultura y la promulgación de la Ley de Cultura.
A pesar de la angustia y la precariedad, la Casa de la Cultura decidió celebrar sus primeros 70 años. Y lo hace con los colectivos, grupos y bandas. Y lo hace arropada por los artistas y gestores que la frecuentan. Y lo hace reponiendo una obra que en sí misma es la cumbre de la rebelión y la protesta: Boletín y Elegía de las Mitas, de César Dávila Andrade.
El éxito de un país no solo se mide en los indicadores de crecimiento, sino también en la dignidad de sus ciudadanos, en la vitalidad de sus artistas y en la salud de sus instituciones culturales.