Febrero 21 de 2017
Cuando se analiza cualquier proceso de la vida social, no es posible no hacerlo desde un lugar político específico, que supone intereses, demandadas, aspiraciones, valores; es decir un horizonte ideológico particular. Lo dicho no significa que el mismo carezca de objetividad, pues ésta radica en dejar claro desde donde se habla, cual es el anclaje político de la enunciación. Es esta claridad la que permite el intercambio de ideas, no para llegar a consensos, si para debatir.
Con ésta necesaria aclaración intentaré dar mi opinión sobre el último proceso electoral del país, dejando claro que ensayo hablar desde la clara demanda de la transformación social, desde abajo y hacia la izquierda. Se entiende que el abajo corresponde una opción de y por las clases explotadas, las otredades oprimidas, las individualidades asfixiadas, la naturaleza violentada, y por lo tanto un rechazo al dominio capitalista, patriarcal, falocéntrico y antropocéntrico. Y se entiende hacia la izquierda la intención permanente de buscar justicia social y libertad humana.
La democracia liberal representativa, debilitada, arrinconada, pervertida por la expansión de la lógica capitalista, que le convierte cada vez más en una vulgar transacción mercantil; no deja por lo mismo de ser la forma política que acompaña la reproducción del capital. Aún más, tiene la habilidad de seducir a la sociedad de que en ella radica su único ejercicio democrático. Cada proceso electoral manipula el azar y, con él, el deseo de un acontecimiento que transforme las condiciones de vida de las mayorías afectadas por la violencia capitalista.
En el caso del Ecuador, además del deterioro general de la democracia electoral, el proceso no cumple ni las reglas formales de su juego, menos aún las reglas no escritas de su procedimiento. Sin embargo de lo cual, en este último proceso electoral otra vez se manipuló el deseo de la sociedad y nos lanzamos creyendo neciamente poder conquistarlo. Al final, por enésima vez nos damos cuenta que es un proceso absolutamente mercantilizado, lleno de irregularidades y por último ratificamos que con el voto poco elegimos, de lo cual nada es trascendental para la vida de los pueblos; menos aun cuando los dos finalista son prácticamente lo mismo. El uno significa un regreso violento a la política neoliberal, quizá estilo Macri, y el otro el neoliberalismo a dosis cada vez más grandes que el mismo Correa ya empezó a suministrar.
La traición de la “izquierda” correísta nos ha puesto entre dos derechas: la derecha a la que se entregaron en esta década y que ha sido la gran beneficiada de su gobierno, y la vieja derecha, que ciertamente nunca ha estado tan alejada de la primera, más allá de las broncas políticas, tienen varios negocios comunes.
Al final de la década, la utopía socialista quedó hecha trizas, trastocada en sus fundamentos y prostituida en sus símbolos. Gran parte de la población (60%) que no apoyó a Alianza País no quiere saber nada de “izquierda socialista” y han regresado de una u otra manera a poner sus esperanzas en la vieja derecha. De la población que apoya aun al gobierno, gran parte cree que lo que ha hecho A.P en estos diez años es una revolución (incluido el autoritarismo, la prepotencia, el extractivismo, el endudamiento, el clientelismo, la corrupción, el cinismo, la servidumbre a los grupos económicos nacionales, regionales y sobre todo al salvaje capital chino, etc.).
Por nuestra parte, nos queda ser honestos con nosotros mismos para poder mirar y aceptar la absoluta precariedad política en la que nos encontramos, detenernos, pensar, y asumir nuestros errores históricos y reconocer nuestra participación en este fraude histórico. Solo desde allí podemos reinventarnos y empezar nuevamente a caminar de manera autónoma, sin arrimarnos a ningún poder que no sea el que construyamos desde abajo.
*Publicado en Mirando a través de la Fisura
Entre las múltiples reflexiones sobre el resultado de las elecciones hay una, pequeña pero muy clara, realizado por Natalia Sierra https://lalineadefuego.info2017/02/21/mas-que-un-fraude-electoral-un-fraude-historico-por-natalia-sierra/, pero que merece puntualizar más algunos detalles que no se toca por, quizá, ser “políticamente incorrecto” o porque la izquierda ha construido mitos y tabús intocables que no permiten ir a fondo a la hora de los aprendizajes ineludibles frente a las derrotas.
Asumir los errores no solo es de valientes, sino, por ende, de dignas rebeldías. Solo de ahí la posibilidad de aprender, por eso felicitaciones por el remate del pequeño artículo de Natalia Sierra, que significa, entonces, invitar a reflexionar, ciertamente, sobre caminos ya trillados y que sin embargo, por razones débiles, no se quieren reconocer. La izquierda ecuatoriana ha sido más liberal que otra cosa. Así leyeron a Marx. Izquierda más de personalismos que de principios. El último auténtico fue el doctor Manuel Agustín Aguirre que hoy, quienes liquidaron su corriente, los socialistas amarillos(*) de los Enriques Ayalas y demás, tratan de hasta eriguirse en sus discípulos. Pero más grave es lo de los líderes del movimiento indígena, movimiento que, por su potencialidad y raigambre, merece que se ponga a replantear muchas cosas. Para empezar, no se vale y hasta resulta de baja estatura y marrullería politicóide, denostar a posteriori, cuando se le apostó a participar, pero solo cuando vieron que no eran sus aspiraciones de candidaturas las que triunfaban, entonces sí, tomaron distancia, como es el caso, por ejm., de un dirigente de la histórica Ecuarunari que, si se siguen sus declaraciones de los últimos meses, no solo valoraba positivamente a politiqueros como el ex general Moncayo o Ayala, etc, sino que creaba expectativas entre las “bases” sobre lo que significaría si ganaban; pero resultó que ni su organización optó por él, sino por Tibán, y notoriamente y de manera adrenalina hizo un giro, oportunista, claro, de ahora sí criticar este proceso que, en particular, nunca hemos creído. Se valoraría si a sus nuevas posiciones las fundamentarían con una autocrítica. El tema es de principios, no de pragmatismo político, propio de la ética liberal, de la cual a pesar de ser dirigentes indígenas, se han aculturado con ella. Por eso se sostienen como líderes, montándose sobre los usos y costumbres tan valiosos y muchas veces alternativos a los usos y costumbres liberales. Líderes que hacen política, a la usanza de esa izquierda que, aunque les cueste aceptar, ya tiene más de medio siglo de fracasos y que no aprende por designio de egos y etcs, a aceptar errores. CUANDO ACEPTEN LOS ERRORES HISTÓRICOS QUE NO HAN SIDO DE ABAJO Y A LA IZQUIERDA, como lo declara la Sexta Declaración de la Selva Lacandona de los zapatistas que al fin parece que alguien la ha leído después de doce años, y, por lo que se ve, medio entendido. El abajo y a la izquierda es en todo; abajo y a la izquierda en la práctica, en los acuerdos, en la lucha. Aunque es loable este artículo que llama a reconocer errores, también hay que llamarle la atención sobre lo que entiende de abajo y a la izquierda porque el abajo es de izquierda, precisamente, por su antagonismo al capitalismo, no solo por esa débil y hasta liberal idea sobre injusticia social, etc. que en dicho artículo manifiesta N.S. En todo caso, hoy es la posibilidad de un futuro que supere a los Correas y también a estos llamados líderes aculturados y, peor aun, de socialistas amarillistas como los Ayalas y etc, liquidadores del socialismo revolucionario de abajo y a la izquierda que el Dr. Aguirre -con sus limitaciones románticas-, legara sin que nadie se tome el tiempo de valorarlo. Un futuro donde haya la certeza de que no se puede delegar a nadie la tarea de cambiar el mundo. Eso lo hacen en las luchas diarias ese pueblo, desde hace mucho, y desde abajo y a la izquierda, cuyo mayor ejemplo es la autonomía zapatista y, hoy, la iniciativa de formar un Consejo de Gobierno Indígena, donde los que lo representen manden obedeciendo.
(*) En Ecuador se llamaba “socialistas amarillos” a una especie de Socialismo “light”como el de hoy chileno.
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