Avanzan con sigilo por la región, corteses y distantes, desde hace poco más de un siglo. Les preceden su fe y su fama de extranjeros pacíficos, trabajadores y ajenos a las disputas violentas. Pero las huellas que dejan en el terreno no son tan leves como su apariencia hace suponer: la congregación religiosa menonita, famosa internacionalmente por sus prácticas tradicionales, no es tan tradicional ni tan pacífica cuando se trata de ocupar grandes extensiones de tierra en varios países de la región, incluyendo aquellas donde viven Pueblos Indígenas en Aislamiento y Contacto Inicial (PIACI). Sus feligreses saben (o han aprendido) cómo transgredir normas para obtener parcelas en áreas protegidas, apelan a todo tipo de argumentos para cambiar el uso de los suelos forestales por agrícolas, deforestan y emplean agroquímicos a pesar de las prohibiciones, y tienen tanto éxito comercial como al eludir las consecuencias legales de sus acciones.
Tampoco es apacible su convivencia con los pueblos indígenas latinoamericanos, que a menudo habitan parte de los territorios ocupados o pretendidos por los menonitas. Casi sin perder su estudiado gesto amable, los colonos persisten hasta lograr sus objetivos: desplazar, asimilar o utilizar la fuerza de trabajo de sus vecinos ancestrales como instrumento de su propia expansión. En un reportaje del medio peruano Ojo Público, Elva Cruz Nunta –referente de la comunidad shipibo-konibo de Caimito, en la Amazonía de ese país– señala que las comunidades menonitas “están acabando con los bosques, plantas medicinales, y también con los animales. Esto no puede seguir de esta manera”.
Pero quizás, lo más grave de las estrategias comerciales de los menonitas, tanto en la adquisición como en el uso de los suelos, es que pueden también generar impactos sobre los PIACI. Veremos, por ejemplo, casos como el de los Ayoreo del Gran Chaco paraguayo-boliviano, cuyo territorio está sujeto a continuas incursiones por parte de grupos de agricultores, incluidos los menonitas. “Ellos llegan con una imagen semitradicional y usan la religión para anestesiar a las comunidades, pero enseguida aplican prácticas capitalistas como el uso de tecnología de última generación, maquinarias y drones para controlar sus tierras”, explica Tagüide Picanerai, referente del pueblo ayoreo-totobiegosode del Paraguay.
Una expansión pacífica y dañina
El movimiento menonita fue iniciado por el sacerdote holandés Menno Simons, durante el siglo XVI, como una línea conservadora y pacifista dentro del cristianismo anabaptista. Muy pronto, las persecuciones religiosas y las restricciones políticas les impulsaron a migrar hacia distintos puntos del continente europeo. Algunos siglos más tarde también partieron rumbo a América, donde su primera colonia rural se estableció en Argentina, en 1877. Pero no fue sino hasta comienzos del siglo XX que comenzaron su expansión regional más seria y sostenida, prolongada hasta la actualidad.
Si bien su movilidad migratoria hace difícil precisar el volumen total de población menonita en la región, algunas investigaciones recientes contabilizaron unas 200 mil personas, distribuidas en alrededor de 214 colonias a lo largo de nueve países (Argentina, Belice, Bolivia, Brasil, Colombia, México, Paraguay, Perú y Uruguay). Aunque también se identificó la presencia de habitantes menonitas por fuera de las comunidades rurales, ya que ciertos grupos menos conservadores se asientan en las zonas urbanas de cada país.
En tanto, el territorio que ocupan las comunidades de esta congregación en toda América Latina es del orden de los 3,9 millones de hectáreas, aunque sin certeza absoluta: “Esta estimación no refleja la tierra que los menonitas poseen individualmente fuera de las colonias, que en algunas áreas como el Chaco paraguayo representan otros varios cientos de miles de hectáreas”, advierte el equipo autoral del estudio Pioneros piadosos: la expansión de las colonias menonitas en América Latina, de la Universidad McGill en Montreal, Canadá.
“Muchos países latinoamericanos invitaron, facilitaron y hasta financiaron (México, por ejemplo) la venida de contingentes de menonitas a desbravar tierras ‘vírgenes’ o ‘desocupadas sin uso’, es decir, espacios naturales, en general bosques, que les fueron dados en propiedad, entre otros privilegios, muchas veces previamente decididos mediante convenios”, anotó el ingeniero y académico francés, radicado en Perú, Marc Dourojeanni, en el ensayo Menonitas y deforestación en América del Sur. Entre otros aspectos, el contenido de esos acuerdos garantizaba bastante autonomía a los colonos, como la posibilidad de educar a sus niños por fuera del sistema oficial, mantener sus propias lengua y religión en los asentamientos y eximir a los jóvenes –aún a aquellos nacidos en los países adoptivos– del servicio militar. Cada vez que los gobiernos locales modificaron estas condiciones, los colonos buscaron nuevos destinos en los cuales afincarse.
“Muchos países latinoamericanos invitaron, facilitaron y hasta financiaron (México, por ejemplo) la venida de contingentes de menonitas a desbravar tierras ‘vírgenes’ o ‘desocupadas sin uso’, es decir, espacios naturales, en general bosques, que les fueron dados en propiedad, entre otros privilegios, muchas veces previamente decididos mediante convenios”.
No obstante, la mayor parte de esos privilegios jamás fueron eliminados. Antes bien, con el tiempo, la experiencia, la asesoría especializada y una notable falta de escrúpulos, los menonitas consiguieron incrementarlos. Una de sus estrategias para “seducir” a las autoridades, en ese sentido, surgió de su presencia en zonas alejadas de los centros urbanos y carentes de casi todos los servicios elementales: los acaudalados menonitas construyeron caminos, puentes, pistas de aterrizaje de avionetas y muchas otras obras que, así como disimularon la ausencia del Estado para sus vecinos, también permitieron “relajar” los controles y la fiscalización sobre sus propias actividades. “El conocimiento de los menonitas de las legislaciones nacionales no es algo nuevo. Rodeados siempre de asesores, buscan justificar sus acciones dentro de las brechas y oportunidades que brindan los distintos países”, subrayó el periodista peruano Iván Brehaut en uno de sus reportajes sobre el tema.
Además, los colonos aprendieron a usufructuar la corrupción de los diversos organismos públicos, para obtener parcelas mediante trámites abreviados, testaferrismo y talar grandes extensiones boscosas en zonas de conservación, sin recibir multas o demandas de importancia. “Se sabe que los gobiernos regionales han utilizado los títulos agrarios para sanear propiedad del Estado que tenía bosques primarios”, puntualizó la investigadora Yvette Sierra Praeli. Asimismo, las barreras idiomáticas, religiosas y culturales les permitieron fingir ignorancia acerca de las limitaciones existentes para operar maquinaria pesada, sembrar semillas transgénicas o aplicar fertilizantes químicos a sus cultivos.
Por otro lado, la principal etapa de expansión menonita en América Latina (1920-1960) coincidió parcialmente con el auge del desarrollismo latinoamericano. En ese contexto, el hecho de transformar las tierras “improductivas” –aunque se tratase de bosques vírgenes– en enclaves agrícolas o ganaderos no sólo era un objetivo deseable para los gobiernos, sino también una práctica bien vista por las sociedades de entonces. Tradicionalistas y refractarias a los cambios que puedan afectar sus ganancias, las comunidades anabaptistas mantuvieron esa perspectiva como escudo hasta hoy.
“Ellos están convencidos de que su accionar en los bosques está en consonancia con lo que Dios pide a los seres humanos, se trata de fidelidad a la palabra de Dios. Es la manera como entienden el mandato del Génesis de ‘dominar la tierra’, que es interpretado de manera literal”, sostuvo Laura Vargas, coordinadora del capítulo peruano de la Iniciativa Interreligiosa para los Bosques Tropicales (IRI), entrevistada para el medio digital Convoca.pe.
La huella del daño que provocan, en consecuencia, es extensa y profunda. Sin conflicto aparente, pero sin pausa. Más allá del historial de maniobras poco transparentes para adquirir terrenos o cambiar el uso de suelos, han dejado como mínimo varios cientos de miles de hectáreas deforestadas en toda la región y un número todavía indeterminado de otras afectaciones ambientales.
Vecinos amenazantes
Por varias razones, como su uso agresivo y utilitario del medio ambiente, los menonitas han estado en constante riesgo de confrontación con los pueblos originarios de cada país latinoamericano en el que se asentaron. No sólo porque el vínculo de las comunidades indígenas con la naturaleza es claramente opuesto, sino también porque ambos grupos entienden de formas diferentes la convivencia, el trabajo y los intercambios comerciales que se gestan en el espacio compartido.
En el departamento boliviano de Santa Cruz de la Sierra, a fines de 2022, una investigación periodística denunció que la expansión agrícola de la congregación anabaptista mantenía “acorralados” a los Territorios Comunitarios de Origen (TCO) de Lomerío, habitados por la nación monkoxi: “Existen riesgos porque San Antonio de Lomerío es un territorio indígena y tiene protección por ley. En Lomerío se cuidó por años nuestro territorio y hay algún temor por el ingreso de menonitas. Unos de los riesgos son la deforestación y los incendios provocados”, comentó el comunero local Marco Vera al periodista Iván Paredes Tamayo, del sitio Mongabay.
Algo más al norte, en la región amazónica del Perú, los pueblos shipibo-konibo, ashaninkas y asheninkas sufrieron desde mediados de 2023 varias intrusiones menonitas en su territorio, sin que las autoridades estatales mostrasen interés en detenerlas. Una de ellas contó incluso con respaldo policial y de la Dirección Regional de Agricultura de Ucayali (DRAU). Aparentemente, esas acciones fueron una respuesta a las exigencias que los indígenas presentaron ante el Estado peruano en la llamada Declaración de Masisea, para detener “la deforestación, el asesinato de líderes indígenas y reconocer las Areas Ecológicas Indígenas”.
“El acaparamiento de tierras en la Amazonía peruana por parte de esta comunidad extranjera está fuera de control. Siete años después de que las primeras familias de este grupo religioso comenzaran a ocupar irregularmente nuestros territorios ancestrales, los menonitas han talado sin autorización al menos 4.000 hectáreas de selva”, detallaron los pueblos amazónicos del Perú en otro comunicado.
Durante el conflicto armado interno de Colombia, muchos indígenas sikuani se vieron obligados a abandonar sus tierras ancestrales en el departamento del Meta. Cuando intentaron regresar, hallaron la región en manos de otros propietarios, entre ellos una colonia menonita. La demanda que presentaron para intentar recuperar su área de vida, con apoyo de la Comisión Nacional de Territorios Indígenas, tuvo algunos avances recientes: “[…] se logró que los abogados representantes de la Comunidad Menonita abrieran la posibilidad de ofrecer en venta las tierras que fuesen necesarias para lograr superar la situación que se presenta actualmente en los predios motivo de la controversia”, se anunció en septiembre de 2023 en un comunicado del Ministerio del Interior colombiano.
Sin embargo, en abril de 2024 los sikuani aún enfrentaban restricciones de acceso a la zona en disputa (alrededor de 58 mil hectáreas, distribuidas en cuatro comunidades: Barrulia, Tsabilonia, Iwitsulibo y San Rafael-Guarrojo), incluidos sitios ceremoniales donde reposan los restos de sus antepasados. “Hace dos años los menonitas empezaron a entrar poco a poco. No se les podía decir nada porque tienen quien los respalda”, indicó a la agencia EFE Alexander Álvarez, gobernador de la comunidad Iwitsulibo, que congrega a 80 familias.
“En el análisis final, el pueblo Ayoreo no necesita de los menonitas o del gobierno de Paraguay para ‘proteger’ sus territorios”, consideró Brian Keane, director de la organización por los derechos indígenas Land is Life. “Los Ayoreo son los únicos que protegen sus tierras ancestrales, lo que necesitan es que sus derechos a la autodeterminación, a la tierra y a los recursos sean reconocidos y respetados”, añadió.
Los Ayoreo: un caso testigo…
Para el conjunto de las relaciones que la congregación menonita ha mantenido con los Pueblos Indígenas en América Latina, tal vez un caso muy ilustrativo sea el del pueblo Ayoreo en Paraguay. Sobre todo por la diversidad de tácticas aplicadas en casi siete décadas de presencia menonita en la zona del Gran Chaco, que incluyeron hasta la producción de contenidos impresos y audiovisuales como presunto “aval” de sus perspectivas. Pero las iniciales fueron violentas: entre las décadas de 1940 y 1950, los primeros contactos entre ambos grupos derivaron en confrontaciones, con un saldo de varios muertos por ambas partes.
“Ese momento del contacto, que en realidad es todo un largo proceso, es algo sumamente traumático. Es forzado por los misioneros que prohibieron seguir recordándose de los territorios y prohibieron también volver a los territorios. Trataron de prohibir los rituales y el cultivo de la propia espiritualidad”, denunció Benno Glauser, miembro de la Iniciativa Amotocodie, una organización que trabaja en defensa de los derechos humanos, culturales y territoriales de los grupos ayoreo en aislamiento voluntario.
Desde las Actas del Seminario Regional sobre Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario y Contacto Inicial en la Amazonía se indicó que, todavía en 2006, era “una amenaza la actividad misionera y evangelizadora: […] Pese a que el hecho fuera sancionado por la Fiscalía General del Estado, persiste aún la postura entre colonos menonitas de que es necesario contactar y evangelizar a los grupos aislados. […] De paso se vuelve evidente que la presencia activa de dichos misioneros constituye también una amenaza a la delicada situación y los derechos de autodeterminación de los grupos Ayoreo en contacto inicial”.
El avance territorial menonita nunca se detuvo; hoy, esa congregación controla alrededor de 1,8 millones de hectáreas en todo el Paraguay, destinadas en su mayoría a la agricultura y ganadería intensivas. El Gobierno paraguayo no impulsó abiertamente esta política expansionista y perjudicial para el ambiente, pero la sedentarización forzada de varios miles de ayoreo, obligados a vivir en reducciones religiosas en condiciones miserables, le resultó funcional en otros sentidos: la construcción de proyectos de “desarrollo” como el tendido de la ruta Bioceánica, cuyo objetivo real es facilitar el extractivismo de los recursos naturales chaqueños, no habría sido posible de otro modo.
A causa de la tala indiscriminada, el uso de agroquímicos y otras prácticas dañinas para el ambiente, se han dejado ver efectos como la pérdida de biodiversidad, pérdida de fuentes hídricas y ciclos de sequía e inundaciones cada vez más brutales y rápidos. Pese a todo, los ayoreo en aislamiento se resistieron a abandonar sus territorios: en la actualidad, al menos seis grupos viven en la inmensidad del Chaco y rechazan el contacto con la civilización occidental. Desde 1993, con acompañamiento de algunas Organizaciones No Gubernamentales (ONG), los ayoreo-totobiegosode –en contacto inicial– iniciaron una demanda territorial por 550 mil hectáreas.
Ese proceso recibió un fallo positivo a finales de la década, pero las numerosas violaciones a los límites fijados llevaron a los indígenas a solicitar la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 2013. “Ahora, el Estado paraguayo tiene mucho cuidado con este caso, porque sus antecedentes son negativos en todos los procesos como denunciado ante la CIDH y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH)”, reflexionó Tagüide Picanerai, quien señaló como otras fortalezas de su comunidad el preservar su lengua originaria y mantener “poco contacto con los menonitas”, a diferencia de otros pueblos ancestrales como los nivaclé o los guaraní, que realizan intercambios de bienes y servicios con los misioneros.
Aunque el referente indígena advirtió asimismo que los menonitas han aprendido a tejer redes políticas, hecho que en la práctica les garantiza una clara ventaja sobre los pueblos indígenas en cualquier negociación mediada por el poder público: “En los últimos 20 o 30 años, los menonitas también se adiestraron en la estructura del Estado y hoy tienen representantes en las dos cámaras legislativas. No son muchos pero, al unirse con otros bloques de la derecha paraguaya, eso hace que tengan mayoría los intereses no indígenas”, describió Picanerai.
Una amenaza latente, en este sentido, es el proyecto de ley que busca crear un “fideicomiso” sobre las tierras de los Ayoreo, uno de cuyos firmantes es el senador Orlando Penner, de extracción menonita. Si bien el argumento es contribuir a la “protección y preservación” de esos espacios, las organizaciones indígenas sospechan la existencia de otras intenciones, como la noción discriminadora y falaz, acerca de la incapacidad de los pueblos ancestrales para darle un “buen uso” a su territorio.
“Fueron los misioneros los que hicieron que no podamos más vivir en el territorio. […] Es como que los misioneros limpiaron con su evangelización el territorio que pertenecía al pueblo Ayoreo. Así fue fácil para los ganaderos comprar casi todo nuestro territorio y algunos blancos poderosos así nomás agarraron nuestro territorio”, dijo Mateo Sobode Chiquenoi, presidente de la Unión de Nativos Ayoreo del Paraguay (UNAP) en una investigación realizada por la Iniciativa Amotocodie.
“En el análisis final, el pueblo Ayoreo no necesita de los menonitas o del gobierno de Paraguay para ‘proteger’ sus territorios”, consideró Brian Keane, director de la organización por los derechos indígenas Land is Life. “Los Ayoreo son los únicos que protegen sus tierras ancestrales, lo que necesitan es que sus derechos a la autodeterminación, a la tierra y a los recursos sean reconocidos y respetados”, añadió.
Y, contra todos los ataques, allí permanecen los Ayoreo. Entre la negación y el acoso, en defensa de lo que siempre ha sido su hogar.
*Jorge Basilago, periodista y escritor. Ha publicado en varios medios del Ecuador y la región. Coautor de los libros “A la orilla del silencio (Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos-2015)” y “Grillo constante (Historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti-2018)”.
Fotografías: Unsplash, Land is Life, WRI/Global Forest Watch.
Este informe fue realizado con el apoyo de Land is Life https://www.landislife.org/