Imaginen por un momento que tres países de la zona andina deciden botar abajo sus fronteras con una sola idea: que uno de los tres sea el país que de la vuelta olímpica universal y levante entre sus manos la Copa del Mundo, el trofeo más ansiado por cada uno de los 4.000 millones de seguidores del fútbol soccer que hay en la Tierra.
Pues esta idea ronda por la cabeza del presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, que la transmitió a sus pares de Colombia y Perú para que se unan en la postulación para ser los anfitriones del torneo global de 2030. Claro que en el camino se toparán con otro bloque latinoamericano que también piensa hacerse con la organización de la Copa en el mismo año, integrado por Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay.
Esta idea recibió pronto acogida en el templo de la posverdad, el de las redes sociales, donde comenzaron a regarse una gran cantidad de comentarios y encuestas sobre el tema. La verdad, al autor de esta columna le pasó la idea de algo parecido hace algunos años, viéndolo como una oportunidad de oro para colocar al país en la vitrina turística mundial, atraer millones de turistas y poner al Ecuador como propietario de cuantiosos recursos económicos. Así pensaba hasta que vi lo que aconteció en Brasil y cómo quedó su economía luego de ser el anfitrión de la Copa de 2014.
No cuestiono el talento y esmero de ninguna persona, equipo o industria para asumir el reto y salir airosos, pero este asunto, en el fondo, no tiene que ver con capacidad sino con la oportunidad. Como señala Stefan Hall, analista del Foro Económico Mundial, si se apega a criterios estrictamente económicos, los costos de organizar los grandes eventos deportivos superarán los beneficios económicos que generan por tres razones: el costo de oportunidad, el cambio en los patrones turísticos y el trozo del pastel de la FIFA.
Para el análisis propongo partir por analizar la infraestructura existente en los tres países andinos. Según las exigencias que pone la Federación Internacional de Fútbol (Fédération Internationale de Football Association – FIFA), los estadios mundialistas deben tener una capacidad mínima de 40.000 lugares para la primera etapa, octavos y cuartos de final, de 60.000 plazas para las semifinales y de más de 80.000 sitios para la inauguración y la final. ¿Tienen los países andinos suficientes estadios con este aforo?
Colombia tiene 117 estadios, según los datos de Wikipedia, pero de estos solo tres cumplen con la cobertura de más de 40.000 asientos: el Roberto Meléndez de Barranquilla (49.962 aforos), el del Deportivo Cali (45.000 personas) y el Atanasio Girardot, de Medellín (44.412 personas). Los demás, como el Campín de Bogotá, el Olímpico Pascual Guerrero de Cali, el General Santander de Cúcuta y el Hernán Ramírez Villegas de Pereira, tienen menor capacidad, con 36.343, 35.405, 35.000 y 30.515 asientos, respectivamente.
En Perú, tan solo cuatro estadios tienen el aforo necesario: el Monumental de Lima (80.093), el Monumental de UNSA en Arequipa (60.370), el Nacional de Lima (43.086) y el Inca Garcilaso de la Vega (42.056). Sin cumplir con la exigencia, le siguen: el Alejandro Villanueva, de Lima (35.000); el Olímpico de UNMSM, en Lima (32.500); el Centenario Manuel Rivera Sánchez, de Chimbote (32.000); y el de la UNA, en Puno (30.000).
En el caso de Ecuador únicamente tres estadios poseen un aforo mayor a 40.000 personas: el Monumental Isidro Romero Carbo, en Guayaquil (57.267); el Alberto Spencer, de Guayaquil (42.000); y el Rodrigo Paz Delgado, de Quito (42.000). Fuera del rango, les siguen: el George Capwell, de Guayaquil (39.042) y el Olímpico Atahualpa, en Quito (35.742).
En resumen, juntando los tres países existen diez estadios que cumplen el requisito mínimo de aforo para el Mundial. Considerando la cantidad de equipos que participan en el campeonato, la FIFA solicita que los organizadores cuenten con al menos 12 estadios modernos con capacidad mínima de 40.000 asientos. De entre estos, solo uno podría ser considerado para una semifinal y únicamente el Monumental de Lima podría albergar la inauguración y la final del torneo.
De entrada, se observa una desventaja importante comparando con la cantidad y tipo de infraestructuras implementadas por los organizadores de anteriores mundiales.
Cabe destacar que el Mundial de Catar, que se cumplirá en 2022, tiene ocho sedes aseguradas, pero de estas solo una está construida. Los demás están en pleno proceso de edificación o remodelación. Una de ellos, incluso podría ser el primer estadio desmontable (el Ras Abu Aboud).
Con estas cifras en mano es posible intuir que los tres países deberán realizar fuertes inversiones si pretenden ser considerados como sedes potenciales y más aún si consiguen la nominación, una duda que se absolverá, a más tardar, en tres años.
Pero no solo se trata de construir estadios, como lo hace Catar, o de reconstruirlos y mejorarlos, como debió realizar Brasil, sino de cumplir con requerimientos de parte de los organizadores, como el contar con óptimas condiciones de visibilidad, butacas con dimensiones específicas, estacionamientos, sanitarios, facilidad en la evacuación, entre otros; instalaciones de entrenamiento y para salas de prensa; mínimo 60.000 habitaciones disponibles en hoteles de la sede; hospitales de buena calidad en sitios cercanos a los estadios; dispositivos de seguridad dentro y fuera del estadio, entre otros. A esto se debe agregar las características exigidas a los países organizadores: estabilidad económica y política para la inversión.
Resumiendo lo anterior, si Colombia, Ecuador y Perú desean convertirse en sedes de un Mundial de Fútbol deberán prepararse para mejorar los diez estadios que tienen con capacidad ceñida a la exigencia de la FIFA, trabajar en mejorar la infraestructura de todos y ampliar la capacidad de aquellos que superan por ahora el aforo para 30.000 personas, como el Campín de Bogotá, el Atahualpa de Quito y el Alejandro Villanueva de Lima. No se debe olvidar que se proyecta que a partir del certamen de 2026 lleguen 48 selecciones a la instancia mundialista. Más participantes, más estadios, más inversión. Para lograr esto, ¿cuánto deberían invertir los tres países?
El último torneo, el de Rusia, le costó a ese país aproximadamente 14.000 millones de dólares, luego de reajustar el presupuesto unas 35 veces y modificar el fondo una docena de ocasiones; a Brasil le tocó desembolsar 13.600 millones de dólares para el Mundial 2014; y Sudáfrica habría gastado como 20.000 millones de dólares en 2010, una cifra diez veces mayor a lo presupuestado al presentar su candidatura. ¿Están los tres países andinos en condiciones de asignar recursos de esta manera? A manera anecdótica, el Presupuesto General del Estado ecuatoriano en 2019 es de $31.318 millones, apenas $11.000 millones más que lo gastado por el organizador de 2010, con un Decreto de Austeridad de por medio y la asfixiante meta del Gobierno de Lenín Moreno de bajar el déficit fiscal a toda costa, con desempleados y empobrecidos de por medio. ¿Soy yo o siento que las cifras no cuadran en la propuesta mundialista del Gobierno?
Y vienen más miedos. Por ejemplo, si se construyen estadios, ¿cómo evitar que terminen siendo elefantes blancos? El estadio de Brasilia, por ejemplo, costó unos 500 millones de dólares y terminó como estacionamiento luego del torneo mundialista.
Finalmente, no todo el dinero que se genera en el certamen se queda en el país. Los grandes ganadores, como siempre lo han sido, son la FIFA y las grandes empresas que generan publicidad. Se dice que el 95% de lo que se genera en el torneo va a las arcas de la multinacional del fútbol. Como señalan Simon Kuper y Stefan Szymanski en su libro Soccernomics -citados por Luis Alfonso Rojas-: “organizar un mundial de fútbol es un negocio redondo para la FIFA y sus patrocinadores (Adidas, Coca Cola, Visa, McDonald’, etc.), un buen estímulo temporal para las empresas hoteleras del país que organiza el evento y una inversión muy dudosa para el país en su conjunto. Que el proyecto tenga una cierta rentabilidad a largo plazo o sea perjudicial económicamente depende de la utilidad real fuera del evento, de la necesidad real de la infraestructura y estadios construidos para albergarlo”.
Solo con estos datos sería mejor cuidar la lengua, contenerse las ganas de gritar gol en un mundial y evaluar de manera más sensata si esa es la mejor opción. El debate está abierto.
*Es comunicador social. Ha desempeñado la docencia universitaria, el periodismo en medios de comunicación privados y públicos, trabajos de consultoría y ejercicio profesional en el sector público.