Por Francisco Escandón Guevara*
Cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la No violencia contra la Mujer, en honor de las hermanas Mirabal asesinadas por revelarse a la dictadura del dominicano Rafael Trujillo. Desde entonces la lucha contra ese delito de odio continúa.
El feminicidio no sólo es una expresión de violencia extrema contra la vida de las mujeres, también encarna una historicidad de las relaciones sociales y reproductivas que afirman la sumisión de género y la propiedad sobre ellas.
Culturalmente el poder político naturalizó las desigualdades y legitimó la inferioridad inter-genérica. Basta recordar que, hace más de un siglo atrás, las mujeres ni siquiera eran consideradas ciudadanas, no podían sufragar, no eran sujetos de derechos como el de propiedad, ni podían estudiar.
En la actualidad las discriminaciones prosiguen. Salarialmente las mujeres ganan menos que sus pares varones; se adiestran roles domésticos y profesionales para féminas; se incumplen el principio de paridad de género en la representación pública, etc.
Además, la acción del Estado, dirigido por las élites conservadoras, es deliberada para sostener el predominio de esas relaciones sociales machistas y patriarcales. En Ecuador, a las restricciones civiles, se suman la carencia de garantías a la vida de las mujeres, prueba de ello es la reducción progresiva del presupuesto para prevenir y erradicar la violencia de género, al mismo tiempo del silencio cómplice con los asesinatos de mujeres, que en lo que va del año 2020 superan el centenar feminicidios.
La lucha por transformar esta realidad es urgente, exige de una deconstrucción de los aprendizajes machistas heredados, reclama adherirse a las luchas del movimiento de mujeres y calificarlo hacia perspectivas liberadoras.
De por medio está el combate contra la banalización del feminismo y la criminalización de la protesta. Estereotipar como feminazis, marimachas, machonas o vándalas a las mujeres que luchan por sus derechos refleja profunda ignorancia o complicidad con las desigualdades orquestadas desde las élites. Valorizar una pared grafiteada más que una mujer asesinada es una enajenación humana.
La lucha de ellas, es la de todos. Ni una menos, ni una explotada más.
Culturalmente el poder político naturalizó las desigualdades y legitimó la inferioridad inter-genérica. Basta recordar que, hace más de un siglo atrás, las mujeres ni siquiera eran consideradas ciudadanas, no podían sufragar, no eran sujetos de derechos como el de propiedad, ni podían estudiar.
*Francisco Escandón Guevara, marxista, consultor político. Articulista de opinión. Activista por los derechos humanos y de la naturaleza.