Estas elecciones presidenciales están resultando especialmente reveladoras sobre la magnitud de nuestros temores y percepciones. La primera gran sorpresa es que Germán Vargas, el candidato predestinado a suceder al presidente Juan Manuel Santos, esté hoy de colero en las encuestas.
Al exvicepresidente no le han servido ni sus pergaminos de delfín, ni sus casas sin cuota inicial, ni el poder de los caciques que lo acompañan para remontar en las encuestas, y solo un milagro podría salvarlo de la debacle. Los vargaslleristas, sin embargo, no pierden la esperanza y confían en que van a pasar a la segunda vuelta porque tienen en el bolsillo cerca de 4 millones de votos. Yo, que no creo en los milagros, no veo a Germán Vargas pasando a la segunda vuelta.
En cambio, quien sí tiene posibilidades de estar en esa segunda vuelta compitiendo con Iván Duque es Gustavo Petro, un candidato de izquierda por el que nadie daba un peso hace un año. El exalcalde hoy no solo está llenando las plazas, despertando un fervor que está desconcertando tanto al centro como a la derecha, sino que además ha derribado ya el techo electoral que tenía tradicionalmente la izquierda en Colombia, al obtener en la consulta del pasado 11 de marzo una votación que superó los 2.600.000 votos que obtuvo Carlos Gaviria en las elecciones presidenciales de 2002.
Es decir, estas son las primeras elecciones en la historia de Colombia en que un candidato de izquierda democrática puede llegar a ser alternativa de poder; un hecho verdaderamente insólito en un país que se acostumbró desde el Frente Nacional a construir un ámbito democrático del que se excluyó a la izquierda con el poderoso argumento de que esta mantenía una relación umbilical con la lucha armada.
El fenómeno Petro desde luego no es fortuito: es una consecuencia directa del acuerdo de paz y sobre todo del desarme de las Farc. Muchos pensaban que ese espacio lo iba a capitalizar el partido de las Farc, pero eso no ocurrió y ese vacío lo terminó llenando Gustavo Petro.
Sin esa guerrilla en armas, la posibilidad de una izquierda democrática y moderna se está abriendo campo en el país, lo cual lejos de ser una mala noticia como muchos colombianos aseguran es una muestra de que nuestra democracia, pese a todos los problemas, está ganando en pluralismo y en madurez política.
Una democracia sin izquierda es lo mismo que una democracia sin derecha: siempre va a estar coja y condenada a caminar siempre con la ayuda de muletas. Por eso, no hay que temerle a que en el país por fin esté naciendo una izquierda moderna, democrática que pueda servir de interlocutor para debatir con la derecha. De eso se trata la democracia. Ser de izquierda no puede seguir siendo una amenaza a la democracia de la misma forma que insistir en la necesidad de cambiar el modelo extractivo por uno más sostenible con la naturaleza no significa que se va a arrasar con la propiedad privada.
He sabido que muchos colombianos asustados por la posibilidad de que Petro gane las elecciones andan vendiendo sus apartamentos y buscando la forma de emigrar de Colombia. Yo les diría a ellos que se tranquilicen: que los de izquierda no muerden ni van a profanar sus lugares sagrados. (Por lo demás, la democracia de los mismos con las mismas tampoco nos ha funcionado).
Yo, a diferencia de esos temerosos, saludo la llegada de Gustavo Petro a la política colombiana así no vaya a votar por él. Mi voto lo voy a depositar por el profesor Sergio Fajardo.
* María Jimena Duzán
Publicado en: Semana