Hasta hace algunos años, captar el poder era un sueño que muchos idealistas de izquierda iban forjando día a día con la militancia, el estudio, a veces en alguna clandestina -eso se creía- vivienda, o bien al calor de largas y sesudas discusiones en un café o bar de medio pelo. Ahí, obreros, maestros, dirigentes estudiantiles, escritores, teatreros y músicos, creían estar sentando las bases de un futuro luminoso en el cual el Estado sería dirigido por la clase proletaria. Entre el material básico de consulta no faltaban el Manifiesto Comunista, Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado; Materialismo y Empirocriticismo, Apuntes Críticos a la Economía Política, y otros. A propósito, es curioso que este material, luego de tantos años, continúe siendo estigmatizado y que algunos de sus posesionarios estén acusados de terrorismo y subversión.
En todo caso, el objetivo no era otro que la construcción de un Estado sin pobres ni ricos, equitativo, en donde todos tuviesen las mismas oportunidades y la posibilidad de acceder a los bienes y servicios necesarios para disfrutar de una vida digna. Pero luego llegó el neoliberalismo, y poco a poco el consumismo fue desvaneciendo los ideales y mutando los valores éticos por antivalores que crearon el paradigma del éxito, concepto que llevado a su mínima simplificación está vinculado al reconocimiento social y la riqueza material; y hacia allá se enfilaron todos los esfuerzos, a formar individuos exitosos, con riqueza, poder y fama, algunos devenidos en políticos arribistas despojados de toda atadura moral.
Ahora, más que nunca, se ha puesto de manifiesto un fenómeno que amenaza con terminar con el poquísimo prestigio de la Asamblea. Gente de farándula, futbolistas, cantantes, animadores, comentaristas deportivos, ‘talentos’ de televisión y radio, se convirtieron en las figuras más cotizadas por los partidos y movimientos políticos para incorporarlas a sus listas. Prácticamente están al arranche de estos personajes, lo que evidencia el ningún trabajo de formación política en los partidos que conduce a la crisis de cuadros. Si nos quejamos del pobre nivel de representantes que hemos tenido durante los últimos años, imaginemos lo que nos espera los próximos cuatro. La Asamblea literalmente se convertirá en un circo lleno de vivos, en donde en combo se irán con todo.
Veremos ridículos combates y, de seguro, muchos golazos a la democracia, todo esto amenizado, según el gusto de los honorables, con música rokolera o chichera. Esta debacle únicamente se puede entender a la luz de la máxima: “el fin justifica los medios”. El fin es el delirio por captar el poder, el manejo de los recursos del Estado; los medios, la utilización de cualquier arbitrio que induzca a un gran sector del electorado -sin educación cívica, menos política- a votar en favor del candidato que más circo ofrezca. Como en tiempos del imperio romano, el pueblo todavía se alimenta de pan y circo. El pan está más o menos asegurado con el ‘bono de desarrollo humano’, el circo lo pondrá la Asamblea.