Los conquistadores europeos llegaron al territorio de lo que hoy es Ecuador apenas en la década de 1530. Sus descendientes ni siquiera han cumplido 500 años en estas tierras. Otros migrantes desde Europa y diversas partes del mundo tienen aún menos tiempo, apenas llegaron en el transcurso del siglo XX o más tarde, muchas veces huyendo de atrocidades como la primera y la segunda guerras mundiales. Y de entre esos migrantes, nuevos o antiguos, que llegaron con nada, algunos son hoy grandes empresarios y terratenientes en el Ecuador, autoridades de diferente nivel, presidentes, alcaldes, obispos y generales.
A pesar de los crímenes de los primeros conquistadores, del esclavismo al que sometieron a los habitantes originarios de la Abya Yala, los pueblos originarios que han habitado aquí por milenios han acogido a sus invasores y han convivido con ellos; a pesar de la exclusión social a la que han sido sometidos y a pesar de que han querido avasallar sus culturas y su resistencia.
La cultura Valdivia floreció en nuestro territorio hace 6.000 años. Hay indicios de que diversos pueblos habitaron lo que hoy es Quito desde hace 3.500 años. El sitio arqueológico de Rumipamba es un testimonio de ello. Yumbos y Quitu-Caras se asentaron en diferentes épocas en Calacalí, Mindo, Nanegal, Nono, Lloa, Cotocollao, Chilibulo, Guamaní, Alambí, Llambo y Cachillacta; son nuestros abuelos, aunque la memoria sea frágil. Y hubo un intenso intercambio entre pueblos de la Costa, Sierra y Amazonía, como lo señalan varios historiadores y etnógrafos.
Sin embargo, un sector de los blanco – mestizos del Quito moderno (por suerte la minoría), recibe a esos pueblos ancestrales como extraños, como enemigos, como invasores. Ayer los masacraron con látigos y arcabuces, hoy con balas de goma, perdigones, balas de fusil y bombas lacrimógenas disparadas con saña contra cráneos y pechos de los valientes; amparados en leyes de seguridad, en falsas banderas blancas, en estados de excepción y en el uso progresivo de la fuerza bruta.
Los pueblos y nacionalidades originarios no piden que los invasores europeos se vayan. Sólo piden que convivamos en armonía los seres humanos, en armonía con la Madre Tierra, que todos seamos iguales en derechos, como versa en la Constitución y en la Declaración de los Derechos Humanos.
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— Vilmatraca (@vilmavargasva) June 24, 2022
De dónde salé ese recalcitrante odio y esa apología a la supremacía blanca, en un país en el que la inmensa mayoría de la población somos mestizos, indígenas, negros, cholos y montuvios, con una mínima fracción que se reconocen como blancos. Según el último Censo de Población del 2010 (INEC) apenas un 6,1% de la población se reconocía como blanca, en muchas provincias incluso menos; y, ese auto reconocimiento como blancos tiene de hecho una connotación ideológica.
Precisamente esa pequeña población que se dice blanca es la que está, e históricamente ha estado, ligada al poder económico y político. Es la dueña de la banca, de la gran industria y la agroindustria, la dueña del gran comercio, de la exportación e importación, son los terratenientes de la Sierra y de la Costa, son los que mandan en la cúpula militar, policial y eclesiástica.
Solo muy excepcionalmente aparece un “exitoso” empresario indígena o afrodescendiente, de medio calado, que sin embargo es utilizado prolíficamente como propaganda por la burguesía; para demostrar que, si se acogen a las normas del capital y el mercado, a la especulación, al saqueo de lo público, a la despiadada explotación del otro, cualquiera puede llegar a ser empresario exitoso; promueven el arribismo y la explotación, no la igualdad social.
Esa minoría blanca (a veces blanca – mestiza), que sabe que detenta privilegios, y a la que no le importa que la mayoría de la población esté sumida en la pobreza, sin acceso a educación, salud, seguridad, trabajo digno. Esa minoría es la que promueve el discurso de odio al otro, al pobre, al que se atreve a protestar por sus derechos. Esa minoría blanca sabe que debe usar la violencia (aunque tiene a mano otras alternativas) para proteger sus privilegios; es la que manda a reprimir y a matar a los “indios”, a los “negros”, a los cholos que se atreven a levantarse; manda a masacrar con las armas de la policía y el ejército, pero están prestos ellos mismos a sacar las armas de sus armarios, al estilo del National Rifle Association of America, cuando creen que los cuerpos represivos del Estado, a su servicio, no pueden controlar el orden y la paz, su orden y su paz, su “derecho” a seguir explotando y acumulando.
Lo paradójico es que algunos hijos de los pueblos y nacionalidades, de los empobrecidos del campo y la ciudad, de la llamada clase media, se creen parte de esa minoría blanca, y hasta actúan como sus parapetos cuando el caso lo requiere. Hablan como ministros, asambleístas o autoridades empoderadas por la banca y la gran industria, desprecian a sus hermanos de raíces, gobiernan y legislan con los opresores.
Compleja realidad, en la que como dice Galeano: a los pueblos originarios se les llama invasores, a los verdugos se les aclama y a las víctimas se les dice verdugos. No es solo una lucha de clases la que vivimos, es una guerra de los blancos (y los que se creen blancos) contra los que no son de su color o no piensan como blancos, es una guerra contra la Madre Tierra, es una guerra del patriarcado clerical contra los derechos de las mujeres.
¡Que la lucha de los pueblos nos salve de esta infamia!… algún día.
Caricatura: Vilmatraca
Articulo totalmente racista, casi todos somos descendientes de los indigenas que habitaban el Ecuador, de los negros, de los conquistadores españoles (de descendencia judia, mora, celta, etc.) y Usted sin evidencia alguna nos acusa precisamente de odiar a los indigenas, por indigenas y NO SEÑOR, el odio es al vandalismo, a la delicuencia, al terror de quienes han invadido la ciudad siguiendo el guion de Iza y sus financistas (Correa y probablemente el narcotrafico).