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El arte de la politiquería siempre ha sido experto en complicar lo simple. El Mashi no acepta la derrota y tiene razón; pero, como decía Machado: “que dos y dos sean cuatro, es una opinión que muchos compartimos. Pero si alguien piensa otra cosa, que lo diga. Aquí no nos asombramos de nada”
Que Correa llame triunfo a la derrota a mí no me asombra, tiene la obligación de defender su proyecto de centro y reformista, antipopular y contrarrevolucionario, porque lo que triunfó el 23 de febrero fue la derecha camuflada de centro. ¿No es eso lo que significa el triunfo espectacular de Avanza?, ¿y de Rodas y Cabrera?, ¿y el repunte del socialismo oportunista? Ningún anillo podía venir mejor al dedo de Correa como el triunfo de Rodas en Quito. De hoy en adelante seguirá aplicando la fórmula que tanto éxito le ha dado: un discurso radical, por un lado y la alfombra roja para sus aparentes enemigos, por otro.
El concepto de pueblo en el arte de la política revolucionaria nada tiene que ver con el que maneja la desinflada “revolución ciudadana”. Para ella una masa de electores enceguecida por el resplandor del líder, es pueblo, no importa si el líder les conduce al abismo; para los revolucionarios, un pequeño grupo de seres consientes que se multiplican como los glóbulos rojos en la sangre hasta convertirse en masa arrolladora, es pueblo. La diferencia está en que el líder burgués apunta al estómago de sus seguidores y el revolucionario a la conciencia.
¿De qué triunfo habla Correa si en las provincias mineras fue derrotado el extractivismo? Los líderes del centro que envidian a Correa se ocupan de aconsejarle, los revolucionarios de combatirle. La fórmula de usar el discurso de izquierda para pegar centro, tiene que ser derrotada definitivamente.