02 de Agosto 2016
“La conciencia del pueblo no cabe en la cabeza del Estado” Jerzy Lec
No existen ganas de reflexionar la política desde la filosofía por la elementalidad de los enfoques coyunturales. El análisis del poder desde la perspectiva del pensamiento abstracto es pobre aunque debería ser un imperativo, no tanto para la filosofía que bien copado tiene su tiempo, sino para la política y sus actores que mal definido tienen su espacio.
El poder y el conflicto político que lo circunda, es para el pensamiento común una fatalidad que hay que abordarla, para aceptarla o negarla. En su análisis, solo aceptando la naturalidad del estado y sus consecuencias es posible no marginarse y el binomio irreparablemente dual: adhesión al poder u oposición a él (mientras la oposición no se haga del poder), marcará la agenda del discernimiento. Rechazar las manifestaciones del poder o de la oposición no son definidas como una opción sino como una autoexclusión y el rechazo a la “cosa pública” será tildada como irresponsabilidad. Por eso, la exageración del anunciado aristotélico de que el animal es un ser político y el mal uso del pronunciamiento de Gramsci contra la indiferencia política.
Indiferencia o rechazo son asimilados como equivalentes recíprocos y se obliga al ciudadano a participar, al punto de que se minusválida a quien no acude a las urnas o a quien vota nulo o blanco. ¡Democracia participativa donde la participación no es un derecho sino un obligación¡ ¡vaya democracia¡
La esencia del poder, de todos los poderes, tiene que ver con el dominio político, que no es sino la facultad de aceptar que son necesarios los gobernantes, y que el acto de obedecer no puede ser eludido ni en lo íntimo ni en lo global. La construcción del Estado, por analogía, se asimila al poder de Dios y la construcción de todas las contemplaciones se definirá en la creación natural o elaborada de las leyes. Las leyes de la naturaleza o las leyes de la economía serán sacralizadas en la misma lógica de las leyes de sociedad.
Pero, contemplar la naturaleza, la sociedad y el pensamiento no puede ser necesariamente aceptar el poder o la ley, cual destino fatal. No existen leyes ni dominios en las tormentas, las epidemias o en las formas de gobierno, tampoco existen leyes en el advenimiento de la historia (aunque se afirme lo contrario). La sociabilidad, la solidaridad y el apoyo mutuo son productos esenciales en la supervivencia, que hacen posible la convivencia permanente, en tanto las guerras y las maldades de los poderes, son su oposición dialéctica. Un mal momento en la vida misma. ¿Qué tal si el humanismo libertario tienen que enfrentarse a la naturaleza en su hostilidad? ¿Cómo enfrentarse a las llamadas leyes de naturaleza sin dejar de respetar a la naturaleza?
La existencia humana, pero también la existencia animal, es una coexistencia, sobre todo entre los humanos porque es donde el ser existe para la sociedad, tanto como la sociedad para el ser. La ética anarquista se opone a la sujeción a la ley y concibe que los sujetos de derecho son fácilmente sujetos al derecho. La justicia y la libertad acrática se proyectan en una dimensión ética – estética distinta, integrando el placer y la belleza al ánimo de construir desarmando el espíritu normativo que precede lo imperativo a la conducta.
Desde luego, romper la dinámica de subordinación legal nos llevará a reflexionar sobre el derecho y su devenir en la historia, y como se sabe, aun somos víctimas en la modernidad del derecho romano. Este creó los estados centralizados y unitarios, con monarcas absolutos y dioses terrenalizados. A diferencia del derecho anglosajón que no anticipo la ley a la práctica social, el derecho romano creo la supremacía del estado y su mórbida omnisciencia. Desde luego al no rechazar el estado, el derecho anglosajón se inventó otros mecanismos para la consolidación del poder.
El estado en todas sus vertientes como lo jurídicamente organizado, quiere tener derecho de autoría de la bondad y asume que son los estados-gobiernos quienes deben hacer el bienestar a la humanidad, ocurriendo en los hechos lo contrario. [i] En realidad lo que necesita el estado es sepultar la ayuda mutua, la libertad autónoma y la solidaridad comunal. ¡Cómo le fastidian los fondos de cesantía y los fondos mutuales¡ …
Así, el crecimiento maligno del Estado que nada presenta, sino opresión, cárcel y guerras, devora las instituciones comunes libres, y promueve el individualismo mezquino (se excluye incluso al individualismo solidario). Pero sin embargo insisten los apologistas del estado que quieren hacer creer que sin poder no hay energía, ¿pero es la energía capaz de realizar fuerza sin dominio? ….para los amantes de la libertad, la fuerza sin dominio existe en tanto la fuerza no aplaste a nada y a nadie. La energía es libre si es fuerza que empuja y da elevación
El poder proviene de Dios y la sangre del Cristo tiene poder ¡será posible tal aseveración¡ Qué pena que así sea y que este sea el mismo catecismo del estado y sus perversiones. Pero, cuando a la consustanciòn del estado, pan y vino de sacrifico “socialmente necesario” se suman los Mesías iluminates que aplican la dosis de su voluntad, la forma de fenómeno monstruoso contra la libertad toma cuerpo, porque la apariencia moralmente neutra del acto de gobernar adquiere el aspecto de un valor moral en la “razón de estado” gobernando muchos espíritus con mordazas y grilletes desde la egida personal.
Seamos optimistas, digamos, constatemos. Ya la humanidad, para ánimo de la liberación, se siente gobernada por fuerzas ocultas, superiores, omnipresentes que se perciben como destino o fatalidad, buen momento porque inconscientemente todos los pueblos perciben que el poder es exógeno a la voluntad y sienten que esa fuerza es destrucción y estorbo para el espíritu creador. Este rasgo del poder, muy pronto se entenderá no como una fatalidad a la que hay que soportar, sino de la cual hay que prescindir.
Y el ejercicio del poder, que se presume anónimo, caerá en desplome y no habrá chance para re surgimiento del Estado. Por ahora, bien vale realizarnos preguntas previas de libertad urgida. ¿Por qué obedecemos, por qué delegamos autoridad a censores corrompidos o por corromperse? ¿Es ético gobernar y sentirse gobernados? Tiene lógica: para saber mandar hay que saber obedecer y obedecer es algo que al hombre moderno no le agrada. Repitamos, nadie es feliz en la obediencia.
El miedo a la libertad, sentimiento de debilidad, o de indefensión frente al poder político debe desvanecerse y las funciones de protección y solidaridad social deben retornar a los individuos y a los grupos endógenos comunitarios, pequeños e íntimos, que den al traste con las burocracias centralizadas
Decidir solo desde la comunidad próxima es comunismo comunalista y libertario más no liberalismo, porque el liberalismo es otra forma de estado todopoderoso deshumanizado.
[i] Recordemos los celos por la solidaridad con los damnificados y las exigencia monopólicas de protagonismo