Tomado de Contrapunto
Junio 28 de 2017
Se ha escrito, hablado y difundido bastante sobre el incendio en la Galería Nicolini de Las Malvinas y en particular sobre la terrible muerte de cuatro jóvenes que trabajaban en el lugar y perecieron calcinados pues sus patrones los mantenían encerrados hasta que acabaran una jornada laboral por la cual recibían menos del sueldo mínimo. Han declarado ya el alcalde de Lima, el ministro de trabajo, el ministro del Interior y otras autoridades que, con distintos tonos, han manifestado su extrañeza acusándose unos a otros, responsabilizando a tal o cual individuo o enfatizando en una que otra falla de la seguridad, como si se tratara de un hecho aislado, y no de una constante en el modelo de desarrollo neoliberal, impuesto a sangre y fuego por el fujimorismo y obedientemente continuado por los cuatro últimos gobiernos. Un modelo que exalta el emprendedurismo a cualquier costo, que elimina derechos laborales elementales y reduce el rol del Estado a una mera caja de tramites corruptible y al servicio de los poderosos.
Y mientras morbosamente los medios emiten los últimos minutos de trabajadores resignados a morir, una no puede dejar de preguntarse ¿Que tiene que pasar en un país para que ciertos “empresarios”, se sientan con la potestad de encerrar a jóvenes en contenedores de metal por salarios miserables? ¿Qué tiene que pasar en un país para qué muchos jóvenes arriesguen sus vidas aceptando esas pésimas condiciones? Aunque las respuestas son más profundas, puede afirmarse que estos hechos suceden porque en el Perú quienes tienen algo de poder y recursos, saben que cuentan con impunidad para quebrantar la débil normativa, porque todo vale para hacer negocio y finalmente es más lucrativo corromper funcionarios o pagar una multa que mejorar cualquier estándar…total así funciona el “capitalismo nacional”. Y estas cosas pasan también porque tenemos una situación de desempleo y empleo precario extendida, que afecta a miles de jóvenes sin calificación y urgidos de conseguir recursos, miles de compatriotas que finalmente han asumido que “chamba es chamba” pues sin calificación ni redes ¿qué opción tendrían de conseguir algún trabajo digno?
Hoy la tragedia del incendio, ha destapado cómo se trabajaba en la Galería Las Malvinas pero las cosas no deben ser muy distintas en los talleres de Gamarra, los galpones del Agustino donde se pela ajos, los textiles de Huancayo o más dramáticamente aún en los lavaderos de oro en Madre de Dios. Muchos han calificado la situación de los trabajadores calcinados como “esclavismo” queriendo quizá resaltar la anomalía, como si se tratara de algo arcaico y extraño que contraviene nuestra modernidad cuasi OCDE. En realidad, en el Perú el capitalismo se ha consolidado en base a la convivencia de regímenes de producción y acumulación que se retroalimentan perversamente con la venia del poder político.
Ahí están los “empresarios” del caucho que en los años 20 se conectaban a los centros industriales de Inglaterra mientras en la selva literalmente esclavizaban a los pueblos amazónicos. Retomando a Quijano (1978) es pertinente afirmar que mantenemos una “heterogeneidad estructural” expresada en la coexistencia y compenetración de diferentes niveles productivos y espacios sociales. La reestructuración de la economía a escala mundial no anula dicha heterogeneidad sino que la reconfigura, instalando procesos productivos altamente tecnificados, como los centros de gran minería vinculados al capital transnacional, que conviven con bolsones de precariedad donde los individuos subsisten no como “esclavos” pero sí empleados en nuevas formas de esclavitud, caracterizadas por la coacción y la violación de la dignidad humana.[1]
En el Perú del 2017, el modelo neoliberal, con su consabida receta de flexibilización laboral, reducción estatal, desregularización económica y reprimarización productiva, organiza la actual dinámica capitalista. Asimismo, veinticinco años de neoliberalismo no solo atañen ya a normas y políticas impuestas por los gobernantes; producto de la crisis y un sesudo trabajo de penetración ideológica desarrollado por los grupos de poder y los medios de comunicación, el neoliberalismo es también ya una narrativa político societal que permea a las clases populares, incidiendo decisivamente en sus expectativas y formas de vida. Se ha impuesto y asumido un discurso que exacerba el éxito individual y la competencia, presentando como “emprendedores” a quienes se enriquecen de la informalidad y necesidad, y como “perdedores” a quienes, no consiguen recursearse para sobre salir. La impunidad con la que los exitosos del modelo avanzan y triunfan contrasta violentamente con la miseria de los vencidos, cada vez más resignados a su suerte. Y es que aunque hoy esta situación nos indigna, se sabe que en el corto o mediano plazo muy poco cambiará…no se modificará la legislación laboral, la justicia no sancionará a los responsables y tampoco se ofrecerán otras alternativas de empleo a los jóvenes empobrecidos…
La magnitud del problema nos abruma y puede inmovilizarnos anulando nuestras resistencias, generando impotencia. ¿Qué ofrecemos ante ello desde la izquierda? Cómo encaramos la situación en lo programático y lo político?. En medio de toda esta indignación urge trabajar por plantear cambios legislativos y rediseños técnicos gubernamentales, pero es imprescindible enunciar otras narrativas, hacer carne de las necesidades concretas de la gente y expresar también otras expectativas de desarrollo y de vida. Para ello hay que interpelar puntos medulares del neoliberalismo exigiendo cambios constituyentes desde un trabajo arraigado en y con los sectores populares tal cual son y no como los imaginamos…una tarea ardua pero impostergable, porque nuevamente ha quedado demostrado que el asunto es socialismo o barbarie… y de barbarie ya hemos tenido bastante.
[1] http://www.unesco.org/new/es/social-and-human-sciences/themes/slave-route/modern-forms-of-slavery/