El Telégrafo <www.telegrafo.com.ec>
27 mayo 2014
Interrogado sobre su postura acerca de una posible reelección en 2017, Rafael Correa solía contestar hasta hace pocos meses con una cierta impaciencia a quien se le pasara la duda por la cabeza. “Ya me he referido al tema, no me quiero quedar, hay que buscar otros liderazgos”, y así adelante, demostrando incluso algo de compasión por el periodista desconfiado y testarudo. Es verdad, uno siempre puede cambiar de opinión. Pero eso pone en duda la seriedad de las afirmaciones más categóricas que uno emite. ¿Cuándo será que uno quiere verdaderamente decir lo que dice? ¿Cómo se distingue la declaración inamovible, el principio que queda, de la posición de coyuntura?
Una decisión tan trascendental para el país debería ser fruto de una larga y amplia reflexión, y sobre todo debería ser tomada en un momento en que no haya factores que hagan de ella un expediente para resolver un atolladero político. Si hay algo sintomático de la desorientación en que vive el oficialismo, son los tiempos con los cuales la reelección ha sido propuesta. Tras un resultado electoral poco confortante, celantes asambleístas han preferido eludir una seria reflexión política, que parece no haber sido aún realizada en ningún nivel directivo, para sugerir que Correa se tiene que quedar, que sin él no puede haber más Revolución Ciudadana.
Evidenciando así la falta de acumen crítico de buena parte de los legisladores escogidos, los cuadros de la Revolución prefieren atrincherarse detrás de la figura del líder, antes que proponer nuevas necesitadas caras que puedan llevar más adelante el proceso de emancipación que, empezado con valentía por Correa, en estos últimos meses ha vivido un innegable estancamiento. Prevalece, en vez de la confrontación democrática, de la propuesta de nuevas ideas, una tendencia a la conservación, que sabe a defensa de la curul más que a desafío digno de revolucionarios. Así, la compenetración entre los ideales de justicia y la cultura política verticalista se profundiza hasta crear un nuevo híbrido donde el segundo elemento se aventaja sobre el primero y lo diluye progresivamente.
¿Podría ser de otra manera? ¿No se ha sistemáticamente impedido que surjan otros liderazgos? En este sentido, el pasaje de la centralidad del líder, imprescindible en un principio para romper las inercias, a la centralidad de las ideas queda como un horizonte lejano. No es una cuestión de que faltan las personas, en Ecuador, perfiles carismáticos y capaces sobrarían: lo que falta es la voluntad para permitir que eso llegue a pasar. El problema es que no se ha querido seguir el modelo que en Uruguay y Brasil ha permitido una transición exitosa entre el fundador y un sucesor.
Paradójicamente, la propuesta llega en el momento en que se hace evidente el distanciamiento de Correa de muchos de los significantes que estuvieron a la base de la mística que la Revolución Ciudadana despertó. Se pierde de vista que por 4 años más se seguirán dando atroces abortos clandestinos, una relación demasiado cómoda con ciertas trasnacionales, perfiles ambiguos en puestos de gobierno y embajadas, más respuestas autoritarias que diálogo con quien disiente. Es verdad, la alternativa podría ser volver al neoliberalismo. Pero nunca hay pasos adelante sin tomar nuevos riesgos.
fuente: http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/por-que-la-reeleccion-es-un-grave-error.html