No hay dudas: las convulsiones sociales son el campo más fértil para el análisis político. De repente, las paredes del edificio social se mueven y dejan aparecer nuevos escenarios, espacios que han tenido formas diferentes a las supuestas, actores y discursos que se reconfiguran o se destapan.
Lo que acaba de ocurrir en el país a propósito de las protestas ciudadanas de junio no es precisamente una convulsión, pero sí una sacudida social digna de la más profunda reflexión. En cierta forma ha sido un campanazo de alerta general. No solo para el régimen, sino para todos aquellos actores que tienen la intención de influir en vida política nacional. Porque –como nos ha enseñado hasta la saciedad la historia– una vez que se mueven ciertas piezas, nadie puede predecir el desenlace de la partida. Y con frecuencia, quienes en medio de la agitación van por lana suelen salir trasquilados, mientras otros tienen una habilidad congénita para sacar provecho de cualquier crisis. Basta ver a la derecha que se encarnó en el correísmo sin jamás haber participado en una lucha social para confirmarlo.
Las explicaciones sobre la fenomenal reculada de Correa a propósito de las leyes a la herencia y la plusvalía tienen tantos orígenes como versiones. Son esa mezcla de hipótesis sesudas, chismes, rumores e informaciones de “fuentes confiables” que han convertido a las conversaciones políticas quiteñas en un apasionante y provocador recorrido por un laberinto. Una creativa combinación de datos filtrados, conocimiento de causa, experiencias y suposiciones permite llegar a conclusiones que no pocas veces aciertan con sorprendente precisión. ¿De qué manera? Difícil explicarlo. Quizás la abundante variedad de conjeturas no tiene otra salida que el acierto estadístico. Lo único cierto es que dan materia para interminables especulaciones.
La primera explicación que asomó las narices de entre los corrillos políticos alude a una sutil insinuación de la iglesia católica a propósito de la próxima visita del papa Francisco. Explicación además refrendada por el torpe llamado del Presidente a garantizar un clima de paz para la llegada del Sumo Pontífice, error este que evidenció su verdadera intencionalidad política alrededor de este evento. Al final, esta imprudencia terminó exacerbando la suspicacia de la gente y entregándole a la oposición una valiosa arma de confrontación. ¿La invitación al papa es por devoción o por simple interés?, se preguntan el común de los mortales.
La segunda explicación, surgida también de ese mismo mundillo especulativo con pretensiones de oráculo político, apunta a una discreta recomendación del frente militar ante el posible agravamiento de la conflictividad social. “Todo está permitido, menos la revolución”, podrían argumentar los viejos y los nuevos adalides del orden y la estabilidad, acogiendo la consabida consigna sobre la cual se ha levantado nuestro venerable e inmutable sistema político. Y en ello coinciden no solo las fuerzas del orden, sino los empresarios que han hecho –y esperan seguir haciendo– jugosos negocios a la sombra del gobierno, así como los supuestos revolucionarios hoy transformados en apoltronados burócratas verde-flex. ¡Cuidado con un estallido popular que eche abajo la continuidad del proyecto!, parecieran gritar a diestra y siniestra ante el inminente desgaste del correísmo. ¡Primero desempleados antes que perder el cargo!, les secunda el coro de funcionarios que buscan emular al caudillo hasta en sus más célebres exabruptos.
Una tercera explicación hace referencia a la intransigente presión de las cámaras de empresarios, descorazonados por la brusca interrupción del idilio que entre bombos y platillos suscribieron con el gobierno a principios de año. Al tenor de los pronunciamientos que hay realizado en los últimos días, esta hipótesis tendría asideros aparentemente más verosímiles que las dos anteriores. Tanto, que la propia ministra Celi, artífice del pacto empresarial correísta, se declaró sorprendida con las decisiones del régimen respecto de las polémicas leyes. ¿Tongo, desbarajuste o desavenencias de fondo?, se pregunta un vecindario desconcertado ante tanto enredo, ante la falta de rumbo, ante la sospecha de una incapacidad congénita para gobernar en condiciones adversas, ante la incertidumbre futura. En esencia, frente al desorden político.
Porque en esto último, precisamente, radica la esencia común de las explicaciones anotadas. Iglesia, fuerzas armadas y empresarios cantan al unísono en favor de la preservación de un statu quo que, mal que bien, les ha convenido a todos. En tales circunstancias, el miedo al desborde popular, siempre asociado a la idea del caos por los abanderados de la estabilidad, marca la tónica de estas instituciones del orden. Del viejo orden. Y en ese punto no caben dubitaciones ni medias tintas: tanto la nueva derecha del gobierno correísta como la vieja derecha oligárquica se funden en un mismo miedo a la reacción popular. Por encima de la virulencia de sus mutuas acusaciones y reclamos. Así, las nuevas élites florecidas al amparo del correísmo no están dispuestas a poner en riesgo lo conseguido. Saben cómo se entra al torbellino de la convulsión social, pero no en qué condiciones se sale. Es más, ni siquiera tienen la certeza de que saldrán. Por eso los preceptos del orden y la estabilidad se convierten en la Biblia de los nuevos y viejos ricos. Cualquier tranza es convenientes ante la amenaza de perderlo todo.
Pero el mayor problema para el correísmo es que perdió la batalla en las calles. Su incapacidad de convocatoria es patética. Desde un tiempo atrás las contramanifestaciones oficiales transcurren entre la abulia y la pasividad. Y son cada vez menos nutridas, pese a la abundancia de buses y de sánduches.
La ineptitud de la dirigencia de Alianza País para estructurar una organización medianamente funcional es palmaria. No sería raro que, ante el penoso despoblamiento de las concentraciones y marchas, empiecen a volar cabezas. La imagen de borregos encorralados con que la oposición se solazó durante las últimas contiendas callejeras son no solo vergonzosas, sino preocupantes. ¿Dónde está el partido de los “somos más”?, se preguntará el caudillo mientras contempla angustiado la escuálida asistencia de sus huestes a la plaza pública. ¿Dónde?, insistirá, y regresará el ceño fruncido hacia quienes la prometieron un paraíso de masas eufóricas e incondicionales. No entenderá que el fracaso no está en manos de sus inútiles operadores políticos, sino de una constante histórica: todo partido armado desde el gobierno de turno está condenado a desaparecer una vez que se terminan las ofertas de empleo. Sin cushqui no hay clientes, y sin clientes no hay organización.
Y esta debilidad orgánica, insuperable, le plantea al oficialismo un dilema aún más aterrador que perder la tribuna de la Shyris: ¿cómo piensa contrarrestar una posible voz de protesta ciudadana durante la visita del papa? Porque el más tenue murmullo de una gigantesca multitud concentrada en el Parque Bicentenario pidiendo la salida de Correa sería el más inimaginable de los infiernos para el régimen. Infierno aunque ahí esté presente el mismísimo representante de dios en la Tierra.
Y esa sí es suficiente razón para recular.
foto: eldiario.ec
Excelente. Habría que agregar para describir el próximo horizonte, que no habrán “elecciones” (libres), por la sencilla razón de que no hay “república”.
[…] Fuente: lalineadefuego.info […]