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domingo, diciembre 22, 2024

Que el miedo cambie de bando

Por José Luis Bedón Andrade*

La reclusión y el confinamiento de la población mundial, so pena de multas y represión, al que someten los gobiernos y los Estados por el avance del covid-19 son efectos y causas de otros miedos, reales o imaginarios, sobre los que empezamos a tomar conciencia.

A pesar de la desinformación global y los exacerbados imaginarios del miedo y el metarrelato de los medios, que la sociedad consume en las pantallas, trasciende que lo que vuelve mortal al virus no es solo la malignidad del contagio sino la complicidad de los sistemas de salud pública que son, como queda demostrado, incapaces de atender y controlar la pandemia y multiplicarán el número de víctimas.  

Sin embargo, lo que realmente intenta ocultar es el desatado pánico mediático, a instancias del Coronavirus, y es el desplome del sistema financiero mundial que no encontró mejor pretexto para justificar sus “ajustes criminales” de más de 25 millones de trabajadores que serán despedidos, según modestas estimaciones, mientras que sin la mínima resistencia social, en los Estados Unidos la Reserva Federal (el mayor Banco privado del mundo), que tiene las máquinas de impresión de los dólares y que ponen de rodillas al mundo, inyectó 700.000 millones de dólares a favor de los bancos, empresas y negocios de los grandes capitalistas privados, tomando como pretexto la crisis del covid-19. 

Aunque por el momento nuestras preocupaciones giren en torno al encierro obligatorio y al  avance de la pandemia, no tardan en llegar, si ya no lo llegaron, los anuncios de la supresión de sueldos o contratos de trabajo culpando a la pandemia. El golpe vendrá con todas sus catastróficas consecuencias sobre las miserables y empobrecidas economías de las clases trabajadoras y los millones de desempleados y subempleados que ya comenzaron a desafiar los confinamientos forzosos presionados por el hambre.

La relación de explotación capital-trabajo es más violenta que nunca en estos días. El neofascista Jair Bolsonaro, en Brasil, se vio obligado a retroceder, por la presión social, a su decreto que permitía a las empresas no pagar cuatro meses de salario y desconocer los contratos laborales a pretexto de la pandemia. En Chile la Dirección del Trabajo de ese país desempolvó una vieja ley que por motivos de Cuarentena u otra emergencia se puede suspender el pago de salarios. En Estados Unidos y otros países de Europa y América Latina los despidos son masivos, así como la suspensión de salarios que se producen sin la cobertura de los medios ni estadísticas oficiales que den cuenta de las injusticias del capital. Tampoco hay que olvidar, que pese a las protestas y la indignación de los trabajadores y los movimientos sociales el gobierno ecuatoriano de Lenin Moreno, en plena crisis sanitaria, pagó a los acreedores de la deuda externa 324 millones de dólares, que habrían servido para comprar insumos médicos, medicinas y respiradores para afrontar la pandemia, todo con el fin de solicitar 500 millones de dólares, como nueva deuda.          

Como anticipaba Marx, la expansión económica de los mercados capitalistas no puede ser infinita y se han topado con los límites físicos del planeta y sus recursos naturales, que ya no pueden abastecer las demandas de unos pocos privilegiados. Las catedrales de la usura se desploman teniendo como telón de fondo o más bien como cortina, al covid-19 y el pánico global. 

El modelo económico liberal financista parasitario inaugurado durante la segunda guerra mundial mediante los acuerdos de “Bretton Woods” de 1944 propició la hegemonía mundial del dólar y legitimó la usura global como modo de vida en favor de codiciosos banqueros que poseen fortunas varias veces superiores al Producto Interno Bruto (PIB) de varios países a la vez. El inhumano como putrefacto sistema que asesina a millares de hombres y mujeres está llegando a su fin de manera dramática: “chorreando sangre y lodo”.        

Los sistemas de salud pública del mundo vienen de resistir varias décadas de neoliberalismo y capitalismo salvaje, que en países “ricos” y “pobres” privatizaron los servicios de salud y convirtieron el derecho humano en jugosos negocios de la muerte.  Suprimieron y desmantelaron los vestigios del “Welfare State” (Estado de Bienestar), que implementó el capitalismo desde 1946, luego de la segunda guerra mundial, como respuesta al avance de las propuestas de justicia social que levantó el comunismo bolchevique de la desaparecida Unión Soviética. 

Si en Ecuador un trabajador empobrecido por la precariedad, el desempleo o por los miserables sueldos que percibe, gracias al mismo capitalismo, se ve obligado por el contagio a acudir a la salud pública, sabe por experiencia y antes de que arribara el temido virus, que este servicio al igual que el de la Educación Pública y el de la Seguridad Social son, por efecto del mismo modelo de acumulación, lo peor de los servicios de asistencia social. Entonces sí, el covid-19 se vuelve realmente mortal. 

Gobiernos neoliberales y progresistas, a su turno, sistemáticamente arruinaron los servicios de salud pública mediante recortes presupuestarios ordenados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los tenedores de bonos de deuda externa. Afectaron la infraestructura de la salubridad pública, restaron capacidad de respuesta a hospitales y casas de salud con menos camas y centros especializados para cuidados intensivos, que tanto se necesitan hoy.

“La tercerización o privatización de los servicios médicos permiten el enriquecimiento de mafias empresariales de hospitales privados, que se enquistan como parásitos en los presupuestos del Ministerio de Salud Pública (MPS) y del Seguro Social (IESS)”.

Impiden la medicina preventiva, la dotación de medicamentos básicos e implementos médicos, la existencia de nuevas y mejores tecnologías sanitarias. Provocan la reducción de empleos y vuelven inadecuados los sueldos del personal médico, internos rotativos y otros servidores sanitarios, que no cuentan con laboratorios para la investigación científica, la  capacitación y la actualización. 

En la destrucción de los sistemas de la salud pública, capítulo aparte merece la corrupción, que promueven los gobiernos neoliberales y desarrollistas, los que adquieren medicinas caducadas o con sobreprecios, implementan los tristemente famosos “Call Centers” que entorpecen toda atención de salud oportuna. La tercerización o privatización de los servicios médicos permiten el enriquecimiento de mafias empresariales de hospitales privados, que se enquistan como parásitos en los presupuestos del Ministerio de Salud Pública (MPS) y del Seguro Social (IESS). Cobran excesivas facturas que se pagan con los recursos nacionales, los impuestos y el ahorro de millares de trabajadores. 

Ante un sistema de salud en estas condiciones, la clase proletaria, subempleada y desempleada de seguro no tendrá oportunidades frente a la pandemia, mientras las élites pequeño-burguesas, la burguesía y la rancia oligarquía local, que no hacen uso ni les importa el sistema Público de Salud son las que saldrán mejor libradas, pese a que fueron ellas mismas las que trajeron el virus al país y lo introdujeron por los aeropuertos, con la complicidad y la negligencia de los gobiernos.  

La televisión grita a todo color y en cadena nacional que es mejor quedarse en casa, que hay que recluirse y no salir a la calle. Si bien el virus es real y altamente contagioso también es cierto que su letalidad no supera el 3% y que los grupos de riesgo son las personas de la tercera edad y personas de cualquier edad con enfermedades respiratorias, cardiovasculares, hepatitis, diabetes y otras que son previas a la infección con el covid-19, grupos en el que el riesgo de muerte llega al 14%. Es decir, los grupos de riesgo mueren con el virus pero no por el virus. Otro grupo de riesgo es entonces la clase trabajadora y toda suerte de sub proletarios que rechazados por el sistema público de salud son mandados a contaminar a sus familias y a morir en casa. 

Con toda su desgracia y su terror, real e imaginario, la pandemia mundial del covid-19 es apenas una parte de la pandemia económica en que se sumerge el mundo. En las élites del Estado Profundo, el Complejo Militar Industrial, el Wall Street y sus banqueros, el Silicon Valley, los grupos de poder como Bilderberg y los aparatos de inteligencia optaron por la guerra bacteriológica antes que por la guerra termonuclear para que el mundo no descubra sus disputas internas por el control de la nueva máquina de impresión de los nuevos billetes, criptomonedas o dinero electrónico. En el lecho de muerte del sistema capitalista aún quieren permanecer en la cumbre y hundir a la humanidad en la barbarie, en mayor miseria y sometimiento. Los ancianos, los desempleados, los marginales que son para ellos la “masa sucia” sobran y deben ser reemplazados por robots, máquinas y la inteligencia artificial. O simplemente deben ser eliminados al igual que sus demandas de pensiones y prestaciones sociales.  

Los gobiernos como sus fuerzas represivas ya ensayan escenarios de confinamiento y toques de queda a nivel planetario para hacerse con el control de la situación, imponen el miedo ante las muestras de hartazgo y descontento reciente con el neoliberalismo y sus políticas en Ecuador, Chile, Colombia, Bolivia, Haití y Francia. En el empobrecido sur de Italia, uno de los países más golpeados por el Coronavirus, se levantan las primeras protestas en contra del encierro y por el pan. En América Latina el descontento late tras la desobediencia a los encierros, la represión y las multas. La memoria sobre el estallido social está fresca en la región y el hambre es una vieja y estructural pandemia agravada por las calamidades actuales. La violencia del empobrecimiento urbano o rural es un miedo que ha sido un mal consejero. 

Las vaquitas son ajenas…son del patrón…pero las deudas y el miedo son nuestras. Por ahora la gran mayoría de la humanidad está paralizada percibiendo el juego. El fuego está suelto y las estrategias y los afanes de los amos del mundo podrían estropearse seriamente si consideran que las letras de una canción de Ismael Serrano pueden convertirse en realidad y finalmente provocar que el miedo cambie de bando.

“Los gobiernos como sus fuerzas represivas ya ensayan escenarios de confinamiento y toques de queda a nivel planetario para hacerse con el control de la situación, imponen el miedo ante las muestras de hartazgo y descontento reciente con el neoliberalismo y sus políticas en Ecuador, Chile, Colombia, Bolivia, Haití y Francia”.


*José Luis Bedón Andrade (Quito, 1965) es Licenciado en Ciencias de la Educación y Licenciado en Comunicación Social (2007) por la Universidad Central del Ecuador; Especialista Superior en nuevas tecnologías de la Información y la Comunicación (2014); Magister en Comunicación (2016) por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Quito; Investigador del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina, Ciespal, (2014).


La Línea de FuegoFotografía: Referencial de Pexels / Pixabay.

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1 COMENTARIO

  1. El ejercicio intelectual debe siempre mantener la verticalidad, para configurar un análisis serio, sin evidencias del sesgo político que lamentablemente trasciende de su muy bien escrito artículo. Para justificar su desembozado llamado a la tristemente célebre lucha de clases, de nada servirá ese trillado lugar común de que “hay que tomar partido” y de que el intelectual es un ente político. ¿Por qué no se analiza la desastrosa herencia socialista de la banda de ladrones que gobernó el país, bajo la utopía de una revolución ciudadana?¿Dónde están los tecnócratas que vendieron a la gente la idea de una transformación, que solo terminaron robando y víctimas de su prepotencia y petulancia?¿Por qué no los menciona?… Sé que estas interrogantes no tendrán respuesta.

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