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martes, noviembre 5, 2024

¿Qué futuro tiene el progresismo en Ecuador y América Latina?

La Línea de FuegoPor Hugo Noboa

El llamado progresismo es un invento del siglo XXI que se ha implementado, sobre todo, en América Latina y parte de Europa con un claro afán de desentenderse de los partidos ortodoxos de izquierda (aunque algunos de ellos entren en la ola progresista) y de los movimientos de liberación. Incluso existe una “Internacional Progresista” (Progressive International) fundada en 2018 a la usanza de las Internacionales Comunista, Socialista y Socialdemócrata.

Pero es hora de una autocrítica dura y sincera, al menos para el autodenominado progresismo (correísmo) en el Ecuador. En realidad, debieron hacerlo siempre, desde que nacieron en el año 2006, pero nunca tuvieron la intención.

La consecutiva pérdida en las elecciones presidenciales pone en evidencia la crisis del progresismo ecuatoriano que, aunque llega al balotaje, no puede ganarlas. Sucedió con la derrota de Andrés Arauz ante Guillermo Lasso en 2021 y de Luisa González ante Daniel Noboa en 2023, considerando que, sea por fraude electoral o por acuerdo inter burgués, en 2017 pusieron a Lenín Moreno en la Presidencia. En 2023, este escenario se repitió pese a que en las elecciones seccionales de febrero, la Revolución Ciudadana obtuvo numerosas prefecturas provinciales y alcaldías, incluyendo las de las dos más grandes ciudades, Quito y Guayaquil.

La gran chequera del emporio bananero Noboa les derrotó esta vez. Al fin, los Noboa Azín lograron comprar la presidencia en este año, después de cinco intentos fallidos y cambiando de candidato, siempre dentro de la familia. El primer intento ocurrió en 1998, cuando Jamil Mahuad venció a Álvaro Noboa en segunda vuelta. En 2009 lo intentaron en binomio compuesto por “Alvarito” y su mujer Annabella Azín.

En 2006, Rafael Correa, con un amplio apoyo de diversos sectores políticos, sociales y populares, incluyendo la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) y la mayoría de la izquierda, derrotó en segunda vuelta a Álvaro Noboa Pontón, padre del flamante presidente electo, Daniel Noboa Azín. Pero pronto ese amplio y diverso apoyo al gobierno de Correa se fracturó, apenas terminado el proceso constituyente, a fines de 2008.

Muy poco tiempo duró la luna de miel entre el correísmo y diversos sectores sociales y de la izquierda ecuatoriana, pues prefirió a sus aliados burgueses, incluso de la gran oligarquía. No sólo que Alexis Mera, Nataly Celi o Ramiro González, representaban la presencia de la burguesía (desde la extrema derecha hasta la socialdemocracia) en el equipo de gobierno de Correa, sino que incluso estableció vínculos directos con grandes corporaciones (Isabel Noboa Pontón, familia Eljuri, entre otros) a las cuales benefició reiteradamente.

El progresismo ecuatoriano se desmarcó de su proyecto inicial y lo ratificó de varias maneras, como cuando en 2013 traicionó la iniciativa de dejar el petróleo bajo tierra en el Parque Nacional Yasuní, o cuando al final de su gobierno firmó apresuradamente un tratado de libre comercio (acuerdo comercial) con la Unión Europea.

En esa deriva hacia la derecha no vaciló en dejar implantada una legislación represiva que le permitió perseguir a los dirigentes y a las organizaciones populares, sociales y políticas que no se alineaban con su gobierno. Otro ejemplo: inventó organizaciones gremiales y laborales paralelas a las históricas, porque éstas no servían a sus propósitos.

Cuando Lenín Moreno asumió la candidatura y la Presidencia de la República en 2017, en representación de Alianza PAIS (hoy Revolución Ciudadana), lo hizo por decisión de su líder, Rafael Correa, quien no intuyó que la traición estaba a la vuelta de la esquina.

En general, la figura del caudillo es omnipresente. Él decide todo, quiénes son los candidatos y cuál es la política del partido (con frecuencia muy conservadora), aunque con ello siga causando más fracturas interiores y deserciones. Es posible que muchos correístas estén cansados de esa figura absolutista. Fue Correa quien decidió que la candidata a la presidencia en 2023 sea Luisa González, a pesar de su perfil conservador, como antes ya puso a otro ultraconservador en el binomio para la vicepresidencia de 2021, Carlos Rabascall.

El correísmo ha mantenido una agenda conservadora en varios campos, como el desprecio a los derechos sexuales y reproductivos (Correa y González son enemigos del aborto, aún en casos de violación) y en temas ambientales (el correísmo promovió el NO en la consulta del Yasuní). Esto, además de toda la debacle en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) que escaló durante el gobierno de Rafael Correa, expandiendo la deuda pública y privada a la institución, el desfinanciamiento del fondo de pensiones jubilares y la profundización de la corrupción.

Ahora bien, no es que la corrupción sea un signo distintivo del gobierno de Correa. Todos los políticos y sus partidos de las diferentes fracciones burguesas que han accedido al poder se han valido del Estado para sus intereses económicos. La sucretización de la deuda, el feriado bancario que acabó con la economía de numerosos hogares pobres y de clase media, o la eliminación de la deuda fiscal de los grandes bancos y empresarios son sólo una muestra de ello, pero hay mucho más, incluso atracos en sacos de billetes o coimas de empresas que hacen negocios con el Estado (no sólo Odebrecht).

En este marco no se puede decir precisamente que el progresismo ecuatoriano sea un progresismo de izquierda, aunque a su interior hayan militado y sigan militando algunos exactivistas de izquierda. El progresismo ecuatoriano es más bien conservador y está muy cómodo en el juego de la alternabilidad en el poder, aunque su tan aspirada nueva Presidencia de la República hoy está en riesgo, más aún con la nueva fractura que demuestra la renuncia de la Prefecta del Guayas, Marcela Aguiñaga, a la presidencia de la Revolución Ciudadana.

Pese a esto el correísmo ha venido a copar un espacio que dejó la socialdemocracia de Rodrigo Borja. La Izquierda Democrática, a pesar de considerarse como uno de los partidos mejor organizados y con claras definiciones ideológicas, no pudo sostenerse en el confuso juego de poderes que ha caracterizado a la política burguesa ecuatoriana, hoy profundamente atravesada por mafias.

En ese sentido, el partido Revolución Ciudadana pretende constituirse en un nuevo referente socialdemócrata, con una gran dosis de populismo y atravesado a su interior por diferentes intereses económicos y políticos contradictorios. Sin embargo, el populismo tampoco es un rasgo sólo del correísmo, en el Ecuador en general ha sido común en varias tendencias políticas.

Las consecutivas derrotas en las presidenciales de 2021 y 2023 deberían hacerle reflexionar al correísmo, pues ya no tienen la fuerza que les permitía ganar cómodamente elecciones nacionales y seccionales, como ocurrió en el período 2006 – 2013. Cuando Correa aún era presidente, la pérdida de la Alcaldía de Quito liderada por su cuadro Augusto Barrera, a inicios de 2014, fue ya un primer indicio de que el respaldo popular había mermado sustancialmente por todos los errores que cometieron, pero sobre todo por la derechización, por las puertas abiertas a la gran minería y por la persecución a organizaciones y dirigentes populares. Por ello, en las siguientes contiendas presidenciales al correísmo le ha costado mucho pasar de su techo electoral obtenido en la primera vuelta, que se mantiene entre el 30 y el 34% de votos válidos (25,4% del padrón electoral en la primera vuelta de 2023).

Con una simpatía popular equivalente apenas a la cuarta parte de los votantes, el correísmo sabe que tiene pocas opciones de volver a la Presidencia de la República y tal vez tenga que conformarse con la disputa de gobiernos descentralizados (GAD provinciales, cantonales y parroquiales). Puede ganar las primeras vueltas presidenciales, pero tiene tanto rechazo que cualquier candidato que llegué a segunda vuelta (el que las burguesías permitan o decidan) tiene muchas probabilidades de triunfar en un balotaje frente al correísmo.

Ello debe tenerlo muy en cuenta la Revolución Ciudadana para las elecciones de 2025 y para su futuro político. Durante el largo gobierno de Correa 2007-2017 (y esa tónica ha continuado con la candidata Luisa González) perdieron la oportunidad de concretar amplias alianzas y respaldos con diversos organizaciones sociales y populares. Se enemistaron con la Conaie y el movimiento indígena en general, con los sindicatos del Frente Unitario de los Trabajadores (FUT), con los gremios de maestros y de profesionales de la salud, con el feminismo, con los ecologistas, con los estudiantes, con la izquierda, y con muchos otros sectores. Esto les está pasando factura ahora.

El mito revolucionario del progresismo ha caído y hoy se los ve como a cualquier otro partido burgués. Este no es un fenómeno sólo del Ecuador, como se observa con el posible triunfo de Javier Milei, en Argentina, y el inexplicable voto de los pueblos empobrecidos por candidatos de la extrema derecha en Chile, Argentina y Brasil. Es toda una paradoja a la que ha contribuido el progresismo desgastando categorías como revolución o socialismo, incluso degradando el arte y a los artistas comprometidos con las causas de los pueblos.

En realidad, el progresismo latinoamericano del siglo XXI nunca buscó transformaciones fundamentales, como si lo hizo el gobierno de la Unidad Popular liderado por Salvador Allende en Chile (1970-1973), en el que se construyó un amplio tejido de poder popular y condiciones como para una sociedad socialista (la vía chilena al socialismo), frustrado con el golpe militar de Augusto Pinochet. Ni siquiera dirigentes populares que asumieron la presidencia, como Luis Inacio Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia o José Mujica en Uruguay intentaron, ni de lejos, lo que logró la Unidad Popular de Chile, peor aún los advenedizos como Rafael Correa en el Ecuador o los esposos Kirchner en Argentina. No tenían ni tienen la intención de hacerlo. Quizá la única excepción fue el proceso bolivariano en Venezuela, pero ello mientras vivió Hugo Chávez; su muerte y reemplazo por Nicolás Maduro truncó la esencia de la Revolución Bolivariana.

El progresismo latinoamericano debería dejar la calentura de llegar por llegar al poder. Ya lo probó durante dos décadas y los resultados en general han sido desalentadores. Si algo le queda de nostalgia con los principios revolucionarios a un sector del progresismo, debería librarse de los lastres que pesan mucho. En Ecuador, esos lastres lo vincularon con la derecha política y con la oligarquía, y con la corrupción, pero sobre todo debe librarse del gran lastre que es Rafael Correa. No pueden seguir cargando su autocracia.

La única opción es volver, humildemente, a la reconstrucción de amplias alianzas populares, aunque no se acceda inmediatamente al poder. En el actual panorama mundial, la guerra de los Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia en Ucrania, el genocidio del sionismo fascista contra el pueblo palestino y la emergencia de nuevos polos económicos que ponen en riesgo la supremacía unipolar de EE.UU., crean un escenario para un proceso global incierto, para el que debemos estar preparados, organizados y unidos todos los que podamos contribuir a un mundo nuevo, desde trincheras locales o más globales.

Ello implica tener acuerdos mínimos para la acción. Significa, también, que el progresismo en Ecuador y en toda Latinoamérica, si quiere continuar con su proyecto, debe al menos cumplir con lo que estipulan los principios de la Internacional Progresista, esto es:

“Aspiramos a un mundo que sea:

  • Democrático, donde el pueblo tiene el poder de dar forma a sus instituciones y sociedades.
  • Descolonizado, donde todas las naciones determinan su destino colectivo libres de opresión.
  • Justo, que repare la desigualdad en nuestras sociedades y los legados de nuestra historia.
  • Igualitario, que sirva los intereses de muchas y no sólo de pocas personas.
  • Liberado, donde todas las identidades disfruten de los mismos derechos, reconocimiento y poder.
  • Solidario, donde la lucha de cada unx sea la lucha de todxs.
  • Sostenible, que respeta los límites planetarios y protege a las comunidades en primera línea.
  • Ecológico, que ponga a los seres humanos en armonía con su hábitat.
  • Pacífico, donde la violencia de la guerra sea sustituida con la diplomacia de los pueblos.
  • Postcapitalista, que recompensa todas las formas laborales mientras se elimina el culto al trabajo.
  • Próspero, que invierta en un futuro dichoso de abundancia compartida.
  • Pluralista, donde la diferencia sea celebrada como una fortaleza”. [1]

Lamentablemente, el correísmo en el Ecuador no ha dado muestras de cumplir siquiera con los preceptos internacionales que supuestamente lo cobijan. Al contrario, ha despreciado a sus posibles aliados (a los cuales cínicamente culpa de sus derrotas electorales) y se ha adaptado con mucha facilidad al juego de poder inter burgués. Sin embargo, todavía están a tiempo de reflexionar y de cambiar.

 


[1] https://progressive.international/about/es


 

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1 COMENTARIO

  1. El mal llamado “progresismo” es solamente el arribo de nuevas oligarquías de tinte populista al poder y como son nuevas son mas autoritarias y corruptas que las antiguas (y ademas aliadas a los grupos guerrilleros y narco-delincuentes), por tanto son indefendibles.

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