La burbuja política creada por la revolución ciudadana nos tiene atrapados en el embrujo de la fantasía. Desde el poder un grupo de ilusionistas se aplican a diario para hipnotizarnos haciendo que lo negro parezca verdeflex.
La fuerza inicial de la revolución ciudadana ahora se reduce al tic nervioso de los sábados en que la energía de su líder se demuestra como el último aliento que le queda a la revolución. Esa es, precisamente, la primera ilusión óptica: el apoyo popular. Los cartománticos oficiales no entienden que no es lo mismo apoyo electoral que apoyo popular. Con el primero se tiene aliento para la reforma y con el segundo para el cambio estructural. De aquí en adelante, si no son capaces de mantener el hechizo, todo se les va a derrumbar.
Una revolución que no discute la teoría en sus filas, se convierte en hervidero de chismes, como ya se va haciendo evidente. No discuten ideas, se halan los pelos por temas rupestres y vergonzosos que evidencian la descomposición interna; pero los ilusionistas nos convencen que nada pasa.
Las potencias petroleras de Medio Oriente anuncian que el precio del petróleo bajará. Para curarse en salud Correa firma un TLC con la Unión Europea, se entrega al FMI, hipoteca el petróleo a los chinos y empeña el oro a los buitres de las finanzas mundiales; pero sus gurús nos convencen que ese es el camino revolucionario.
Para colmo, Guillaume Long habla de secuestrar la palabra libertad. Los chamanes del régimen ya están empeñados en esfumar el desatino.
¿Qué nos pasa, ecuatorianos? ¿Seguimos siendo tan ingenuos como cuando Colón nos hipnotizó con las lentejuelas del Viejo Mundo?
Debemos prepararnos para ganarle la delantera a la derecha. A la izquierda de Correa sólo puede estar la revolución socialista.