07 de marzo 2018
La imagen de extrema izquierda creada por la prensa derechizada y atribuida al candidato de la Colombia Humana es tan falsa como un billete de cuero.
No son exageraciones, como aseguran aquellos que lo señalan de castrochavista y de querer convertir a Colombia en otra Venezuela. Lo quieren sacar de la contienda electoral como sea, de la misma manera como lo sacaron del Palacio de Liévano cuando era alcalde de Bogotá con la ayuda del procurador de entonces y de un grupo de poderosos empresarios que se habían lucrado durante décadas del multimillonario negocio de las basuras. Lo que sucedió en Cúcuta la semana pasada es apenas la punta de lo que puede venir, porque en la medida en que se mantenga liderando los sondeos de intención de voto y llenando las plazas y parques del país sin regalar mercados y tamalitos, como lo hacen Vargas Lleras y Duque, no solo le lloverán piedras, sino también balas, como nos recuerda la historia política de este país.
A Petro es fácil matarlo porque su esquema de seguridad no le brinda las debidas garantías de protección, como tampoco se las brindaron esa fatídica tarde-noche en Soacha al carismático líder del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán, tiroteado por sicarios de los carteles de la droga en asocio con altos funcionarios de la Policía. Es fácil matarlo porque las autoridades locales, encargadas de brindarle el apoyo necesario para protegerle la vida y respetarle el derecho a la libre manifestación pública, utilizan su animadversión hacia el candidato como arma política, pero, sobre todo, para desprestigiarlo y señalarlo de violentar las normas estipuladas para este tipo de manifestación y hacer trizas los protocolos de campaña. “Si actúa así como candidato, ¿qué podemos esperar de usted como presidente?”, trino el mandatario de la capital antioqueña.
No sé si haber tenido a un mafioso como secretario de seguridad es legal, le recuerdo al alcalde Gutiérrez, pero el asunto aquí era la protección de la vida de un ciudadano que busca por medio del voto libre ocupar el sillón presidencial. Sin importar el color político, las tendencias ideológicas o los intereses particulares era una obligación del mandatario local y de las autoridades que él representa brindarle el apoyo necesario al candidato Petro, no colocarle el palito en la rueda y obligarlo a desplazarse a un lugar no planificado, donde podía ser mucho más fácil el accionar de los sicarios. Este hecho de irresponsabilidad y de manifiesta desidia le habría podido pasar factura a la integridad física del candidato presidencial. No es exageración afirmar que Gustavo Petro es el único aspirante a la Casa de Nariño con posibilidades reales de ser asesinado. Y eso no es de hace algunos días en Medellín, ni de lo que pasó luego en Cúcuta, pues las numerosas amenazas de muerte en su contra están relacionadas con el hecho de haber puesto al descubierto, como senador de la república, esos estrechos vínculos de un centenar de políticos colombianos con las estructuras paramilitares y sus máximos comandantes.
No olvidemos que la muerte de Galán Sarmiento no obedeció solo al hecho de tener posibilidades verdaderas de llegar a la Casa de Nariño, sino a las denuncias que había realizado años atrás en el Congreso contra los senadores y representantes que lograron una curul con el apoyo económico de Escobar, Rodríguez Gacha y los hermanos Ochoa. No hay duda de que la posibilidad de que Galán llegara a la Presidencia asustó a los políticos mafiosos, que aceleraron el tenebroso plan para asesinarlo.
Ese contubernio entre narcotraficantes, políticos, funcionarios del Estado y autoridades de Policía, fue exitoso para acabar con la vida no solo de Galán. En esa larga lista de magnicidios históricos están escritos los nombres de José Antequera, Manuel Cepeda, Álvaro Gómez Hurtado y Carlos Pizarro Leongómez, entre muchos otros. Pero la moraleja de esta historia es no haber aprendido de los hechos del pasado. Días antes del atentado que le quitó la vida a Luis Carlos Galán en Soacha, una investigación de las autoridades de Medellín llegó a la conclusión de que Pablo Escobar tenía ya preparado el grupo de sicarios que le daría muerte. Pero aquel dictamen fue tomado por la dirección del DAS y la Casa de Nariño como una exageración.
Hoy pasa lo mismo con Petro, quien se ha cansado de repetir, al igual que sus asesores y cercanos, que detrás de estas escaramuzas de “aparente espontaneidad” hay un plan bien orquestado que busca asesinarlo. Pero lo verdaderamente triste de este asunto es que haya un grupo de periodistas que parecen más interesados, desde los micrófonos y sus espacios de opinión, en incentivar el odio. Néstor Morales, por ejemplo, director de noticias matinales de BluRadio, y cuñado del candidato a la Presidencia por el Centro Democrático, Iván Duque, se ha referido a la agresión en Cúcuta con un trino burlón en el que afirma que Petro está “incendiando el país por donde pasa” con el único propósito de ganar “la campaña en primera vuelta”.
Curiosamente, los detractores políticos de Gaitán lo calificaron en su momento de “incendiario”, “comunista” y “populista”. Darío Arismendi, Vicky Dávila, Claudia Gurisatti y Julio Sánchez Cristo, hacen parte de ese abanico de comunicadores que parecieran estar haciéndole el mandado a sus superiores. No dudo de que como ciudadanos tengan sus posiciones políticas, que como empleados de las grandes empresas de comunicación del país reciban órdenes. Lo que no debe hacer un periodista es crear una matriz de opinión que busque, con argumentos de animadversión, desprestigiar a los oponentes políticos de sus jefes.
El castrochavismo no existe, como tampoco existe la venezolanización de Colombia ni el comunismo que se le atribuye a Petro. La imagen de extrema izquierda creada por la prensa derechizada y atribuida al candidato de la Colombia Humana es tan falsa como un billete de cuero. Decir que Petro es comunista es creer en un Uribe liberal o de centro derecha. El comunismo como sistema de gobierno se caracteriza por la ausencia de clases y la desaparición de la propiedad privada, y en Colombia la pirámide social está tan bien estructura y profundamente enraizada que hasta la señora que tiene en la esquina de su barrio un negocio de fritos se considera capitalista. Por lo tanto, asegurar que Petro acabará con la estructura social establecida desde hace más de 200 años no puede ser otra cosa que un chiste, o un plan bien orquestado que busca incautar idiotas a través de las redes sociales y convencerlos de que, si no llega a la Presidencia un representante de la derecha, Colombia caminará hacia el comunismo y la señora de los fritos le expropiaran su negocio.
Un chiste, como dije, o una enorme manifestación de ignorancia, porque si algo ha demostrado la historia es que lo más difícil de cambiar en las estructuras sociales son las ideologías. Es como intentar cambiar la forma de pensar de los adultos mayores, y Colombia es como un abuelito de 200 años que lo menos que le interesa es cambiar el lado de la cama donde suele acomodarse para dormir.
Colombia es como ese adulto mayor que no le interesa cambiar su estructura social. Los 40 empresarios que reciben el 90 por ciento de los ingresos del país no están dispuesto a que algo cambie en esa pirámide. Su lucha es porque todo permanezca igual. Y eso, no lo olvidemos, no lo va cambiar Petro ni ningún otro que remplace a Juan Manuel Santos en la Casa de Nariño. Cuanto mucho cerrará un milímetro las brechas sociales, y eso será su gran legado, como de Santos fue apostarle al silencio de los fusiles.
Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com
*Magíster en comunicación.
Fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/joaquin-robles-columna-quienes-ganan-con-la-muerte-de-petro/559388