Pasaba por una calle al sur de Quito y vi que vendían en una caseta las famosas “agüitas de vieja”. Había un tipo ahí, que le trataba de vender a la expendedora unos recipientes de plástico a un costo bajísimo. Y la señora le preguntó que de dónde los había sacado y por qué vendía tan barato. Sin desparpajo, contó que se había sacado de una camioneta. A lo que la señora le respondió, si no le daba vergüenza. Y él respondió: por qué, si todo el mundo lo hace.
Me quedé pasmado y pensando si era un caso aislado, pero creo que es bastante mayoritario ese sentimiento: de que todos roban. Pensé en todos los políticos corruptos, en todos los empresarios que sobornan para ganar contratos, en todos los abogados y jueces que se venden, en todos los policías que se dejan coimar, en todos los comerciantes que engañan y venden productos malos, en todos los curas que violan, en todos los profesores que acosan, en todos los arquitectos que ponen materiales de mala calidad, en todos los banqueros que retienen dineros abusivamente, en todos los periodistas que tergiversan los hechos, en todos los militares que venden armas a sus propios enemigos, etc., etc. Realmente, resulta difícil encontrar personas honestas, probas, consecuentes, coherentes.
Que pueblo puede existir, si los gobernantes, los jefes, los dueños, los ejecutivos, en definitiva, los altos miembros de la sociedad han llegado a esos puestos o niveles robando, explotando o aprovechándose de la situación política o sirviéndose de las crisis económicas creadas o vendiéndose a las grandes corporaciones internacionales, etc., etc. El pueblo lo sabe, lo vive, lo experimenta todos los días. Y ya no cree en nadie. Desconfía de todos. Y quiere hacer lo mismo. No quiere seguir siendo pendejo.
Que se puede esperar de un pueblo traicionado, manipulado, utilizado, decepcionado, por todos los gobiernos. Y más todavía en el gobierno de Rafael Correa, en donde se pusieron tantas expectativas, en donde se creó todo un estado de propaganda en el que se les decía que todo estaba de maravilla; para luego darse cuenta de que todo fue una gran mentira, de que todo fue una ilusión, de que todos los días los noticieros reportan de nuevos casos de corrupción. Y a la final, todos atrapados en el morbo de la crónica roja que les presentan los medios de comunicación, en la que todos días les hablan de robos, violaciones, asaltos, accidentes, secuestros, traiciones, guerras, catástrofes, estafas, etc., etc.
Y como los irresponsables necesitan culpables, creen que es el otro, creen que es la justicia, que son los jueces, que es la falta de sanciones, la necesidad de penas más duras. Como que el problema se resuelve con sanciones más fuertes, como que la población va a dejar de cometer crímenes por miedo a la cárcel. En que parte del mundo ha sucedido eso. En ninguna parte. Sola la educación lo ha logrado, pero no una educación de sumisión que es lo que hace normalmente la escuela oficial, sino una educación consciente, creativa, afectiva, productiva. Pero para que ello sea posible debe haber otra sociedad, otro mundo, en la que la equidad sea la forma de vida.
Holanda es uno de los países más equitativos y solo así han logrado casi eliminar la delincuencia y las cárceles han pasado a ser hoteles y las iglesias en bibliotecas. No es la justicia ni el pecado la que ordena a una sociedad sino las condiciones sociales de vida. La justicia no viene del sistema de justicia sino de una sociedad equilibrada. Allí hay un pueblo en otras condiciones.
El problema no es más privatismo o más estatismo como nos engañan derechas e izquierdas, sino el de una sociedad donde prime lo grupal o lo colectivo sobre lo individual, sino el mercantilismo monopólico de ciertos grupos que controlan la economía y/o el Estado seguirá generando sociedades corruptas.
A los linchados en Posorja, no solo los mató el populacho, sino toda la población ecuatoriana y mundial, todos quienes hacen daño de una u otra forma, todos quienes engañan en diferente medida, todos quienes solo critican y no hacen nada, todos quienes se dan golpes de pecho y piden perdón en los confesatorios, todos los que agreden, todos quienes maltratan.
Todos los hemos matado a los de Posorja y seguiremos matando si no cambiamos esta sociedad y a este sistema que es el que genera todo ello.
*Abogado, a los dos años de ejercicio dejó de engañarse y guardó su título. Desde hace 16 años viaja por Europa -principalmente- acompañando procesos de despertar de la conciencia.