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QUINO NO SABE CÓMO REVIVIR A MAFALDA. por Claudio Gaete H

QUINO NO SABE CÓMO REVIVIR A MAFALDA

Claudio Gaete H. / El Mercurio, Chile <www.elmercurio.com>

10 de junio 2012

 

Joaquín Lavado, Quino, cumplirá 80 años de edad el 17 de julio. El legendario autor de una de las más famosas historietas del mundo recuerda sus inicios y reconoce que ya no sabe qué piensan los niños

 

A los 18 años de edad fue rechazado en todas las revistas en las que presentó sus dibujos. Comenzaban los años cincuenta y este joven tímido, oriundo de Mendoza, era un recién llegado al Buenos Aires de Perón y de Evita. Quería ganarse la vida haciendo humor gráfico e historietas.

–Me decían que las ideas eran buenas, pero para tener un dibujo más o menos pasable me faltaba mucho tiempo.

Ellos tenían razón. Dibujaba bastante mal.

Tuvo que regresar a las tres semanas a Mendoza con la frustración y la pena de no haber cumplido el sueño que comenzó cuando observaba a su tío Joaquín Tejón dibujando a actores de cine para las carteleras de los diarios. El 17 de julio Joaquín Lavado, Quino, cumplirá 80 años de edad. Hoy recuerda ese episodio con la templanza que dan los años. Después de todo, lo que siguió fue un fenómeno. En septiembre de 1964 aparecieron en Gregorio, un suplemento de humor de la revista Leoplán, las primeras tiras de Mafalda. Y el 29 de septiembre de ese año, el semanario Primera Plana comenzó su publicación periódica.

Estuvo 10 años dedicándole la vida a este ícono de la lucha por la libertad, la anticorrupción, la paz mundial y el sentido común. Mafalda se publicó en casi toda Latinoamérica, así como en España, Italia, Francia y Grecia, y ha sido traducida a más de 30 idiomas.

Con los años, Mafalda fue utilizada por todos los que defendieran alguna causa. Desde las feministas italianas, los somocistas en Nicaragua, los exiliados uruguayos en Noruega y el movimiento estudiantil en Chile.

En conversación telefónica desde Buenos Aires, Joaquín Lavado habla de sus inicios.

Dentro de un lápiz

A dibujar aprendió cuando tenía 3 años de edad. “Una noche mis padres habían ido al cine y llamaron a mi tío para que nos entretuviera a mis hermanos y a mí.

Y claro, como no había televisión en esa época, él no encontró mejor idea que empezar a hacernos dibujos”, recuerda.

Después de terminar la escuela primaria, Quino entró a la Facultad de Artes de la Universidad de Cuyo.

–Al segundo año cometí la torpeza de decir, bueno, si yo quiero ser dibujante de humor, para qué voy a estar aprendiendo a dibujar esculturas, frutas, plantas y animales, todos embalsamados, me aburría. Después supe que no, que si hubiera aprendido lo que me enseñaron ahí, no habría tenido que sudar tanto para saber dibujar un estadio de fútbol.

A los 21 años de edad se aventuró de nuevo en Buenos Aires.

Andaba con una carpeta con sus trabajos. Otros dibujantes lo ayudaron a corregir y mejorar su trazo. “Hasta que al final me aceptaron algunos dibujos en una revista de actualidad político-cultural llamada Esto es. Y ahí empecé. Me vieron de otras revistas donde antes me habían dicho que no y me llamaron, así que llegué a trabajar en cinco revistas y un periódico al mismo tiempo”.

–El inicio de Mafalda fue comercial. –Sí, fue una idea comercial.

Mi amigo Miguel Brascó me dijo que una agencia de publicidad estaba buscando que alguien hiciera una historieta para una marca de heladera que era muy conocida en Argentina, Siam. Esta gente tenía la idea de crear una familia que usara estos electrodomésticos que se iban a llamar Mansfield.

Se suponía que los personajes tenían que llamarse con letras que componían el nombre Mansfield y me costó bastante encontrarlos. Viendo la película Dar la cara, había una bebita en una cunita y decían: “Qué linda la niña, ¿cómo se llama? Mafalda”.

Finalmente, el proyecto nunca vio la luz y Quino se quedó con unas 12 tiras de su personaje, que publicó Miguel Brascó en la revista Leoplán.

–Una vez que salió publicada tuve que empezar a imaginar cómo era el personaje, porque en 10 o 12 tiras uno no lo conoce todavía. Y ya que era una nena, y en ese momento el movimiento de la liberación de las mujeres era muy fuerte, pensé en una chiquita combativa, con ideas muy progresistas, que se pregunte por qué los adultos hacen todo lo contrario a lo que a uno le enseñan en el colegio.

Quino dice que después de 50 tiras ya se cansó de ese mecanismo y pensó que había que incorporar un personaje que fuera distinto. Así nació Felipe.

Él está basado en un amigo suyo, periodista, ¿verdad? –Es un periodista que murió hace año y medio. Trabajaba en Prensa Latina y era poeta también. Me basé en su cara para hacer a Felipe. Él estuvo en Chile para el golpe militar, era corresponsal en esa época y como la Embajada de Cuba se cerró, tuvo que irse de Chile. Éramos muy amigos. Cuando se murió sentí una gran pena, no sólo por su muerte, sino porque fue un poco como que se me murió Felipe. El diario El País tituló: “Murió periodista que inspiró al personaje Felipe de la tira Mafalda”.

En 1966, el presidente Arturo Illia es derrocado en un golpe de Estado por el general Juan Carlos Onganía. Y Mafalda es callada en 1967 cuando se cierra el diario El Mundo. Antes del receso obligado, Quino tenía que entregar su tira y se le ocurrió que Mafalda iba a tener un hermanito. No sabía bien hacia dónde iba la historia, pero pensó: “Ya me las arreglaré”.

El 2 de junio de 1968 Mafalda reaparece en el semanario Siete Días con Guille como parte de la familia.

–¿Por qué se basó en su sobrino? –Porque era tal cual, desfachatado, mal hablado. Ahora uno lo ve tocando la flauta y no parece. Él era el más chiquito de los tres hermanos y cuando se sentaban en el asiento trasero del carro, con mucho disimulo, los pellizcaba y los hacía llorar. Y él se hacía el tontito.

–Usted estuvo escondido en la casa de su hermano mayor, en San Rafael, poco antes del golpe de 1976, ¿por qué? –Porque vino un grupo armado, vestido de civil, y rompió a patadas la puerta del ascensor de mi apartamento en Buenos Aires. Lo que pasó es que en ese momento estaba en el Ministerio de Bienestar Social José López Rega, ese personaje siniestro que era secretario de Perón, y me habían pedido que le hiciera una ilustración y yo dije que no. Además, la Marina en ese tiempo pretendía quedarse con la Editorial Abril, donde yo trabajaba. Le pusieron una bomba o habían ametrallado la entrada, una cosa así. Ya había bastante gente desaparecida y algunas estaban en mi agenda, así que era peligroso quedarse.

Optamos por irnos, por consejo de un abogado amigo.

Se fue a Italia

En aquella época él ya era conocido allá. Umberto Eco había escrito un ensayo sobre Mafalda en el que decía que, que si bien Charlie Brown había leído a Freud, Mafalda había hecho lo mismo con el Che Guevara. Además, su editor en Milán tenía todo su material para entregarlo a los diarios de América Latina.

“Pensé que esto iba a ser por un breve tiempo, pero no, me quedé tres años sin venir a la Argentina”.

–Usted es un hombre optimista, pero sus tiras tienen un humor negro y una mirada sarcástica. –Porque uno quiere que la cosa cambie. Ya han ido cambiando, por supuesto. Después de la Revolución Francesa no hay duda de que la humanidad, no toda, pero una parte al menos, fue mejorando.

¿Quién es usted en la tira Mafalda? –Empecé siendo Mafalda y después me mezclé con Felipe, porque es el personaje con el que más me identifico. Toda la timidez de Felipe y toda la lucha en la escuela, esa angustia que tenía por hacer los deberes, todo eso era autobiográfico. Yo era enfermizamente tímido cuando chico. Si iba a comprar un cuaderno o un lápiz, me daba vueltas a la manzana preguntándome “¿y si no tienen?”, “¿me alcanzará el dinero?”. Y un poco soy todos también, porque todos salieron de mí, las malas ideas que tiene Susanita también son mías, claro.

Para el dinero soy un desastre.

Mi mujer (Alicia Colombo) es la que se encarga de administrarlo, así que con eso no tengo nada que ver con Manolito.

¿Y Miguelito, el más idealista? –A mí también se me ocurren preguntas que no sirven para nada. Yo viví en una pensión con un amigo que fue el primero que me pidió la tira, Julián Delgado, desaparecido en el año 1978. Y en el período en que viví en esa pensión comíamos siempre juntos y me acuerdo de que un día yo estaba mirando por la ventana y le dije: “Julián, ¿cuánto crees que pesará un árbol?”. Él me respondió: “Pero, ¿por qué no te vas al carajo con esa pregunta?”. Y Miguelito siempre anda con estas cosas, cómo se llamará cada hormiga, a qué velocidad vuela una mosca. Así que sí, soy un poco todos. En realidad el que nació más artificial de todos fue Mafalda, que fue una cuestión muy elaborada.

Salió más de la cabeza que del corazón.

¿Por qué nunca quiso revivir a Mafalda? –Porque esa época fue realmente irrepetible. La conjunción que se daba en Latinoamérica con las diferentes guerrillas, empezando por la fama del Che Guevara, los Beatles en Inglaterra, que parecía que se iba a transformar en un lugar de una libertad absoluta, un país muy alegre. Yo conocí Londres en 1968 y era realmente así. Los movimientos feministas, Juan XXIII, la Guerra de Vietnam, los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos; fue una época de enorme efervescencia e irrepetible.

Y, además, en esa época mis sobrinos, tengo cinco, estaban muy pequeños y yo sabía en qué estaban, qué les podía interesar, qué preguntas se les ocurrían. Pero ahora no tengo la menor idea de lo que piensa un niño ni de nada.

Entonces, ¿cómo resucito a Mafalda? No sé cómo hacerlo.

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