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RE-VUELTAS: “LO TERRIBLE SE VUELVE INCOMUNICABLE” 43, UN NÚMERO INFINITO. por Napoleón Saltos Galarza

Quito, diciembre 2014

 

Cuando se mira la historia desde arriba, desde la dominación, parecería que se repite en el eterno retorno de formas amplificadas. Ayotzinapa es la amplificación de la Plaza Tlatelolco 68, es la gota que derrama el torrente de decenas de miles de desaparecidos, en México y en nuestra América. Es el signo de una violencia sistemática, amparada por la impunidad oficial.

La historia de la modernidad está marcada por formas de violencia sobre los “cuerpos desnudos”, la “nuda vida” de Aganbem o el “panóptico epidemiológico” de Foucault. El biopoder coloca como objeto la vida y la muerte, ya no individual sino de colectividades enteras.

José Re-vueltas decía, a partir de su experiencia: “La cárcel tiene esa virtud. Desnuda al hombre. No hay más convenciones que las que se crean en ese mundo tenebroso. Entonces el hombre se ve en su propia esencia, desnuda, sin adornos, directa, patética, elevada y sucia a la vez.” (Ruiz, 1992, pág. 74) El cambio está en que ahora la cárcel se expande al riesgo-condición permanente de los de abajo, vivir bajo la sospecha y la vigilancia del poder y terminar en las fosas comunes, materiales o simbólicas.

Pero la clave no está en el hecho, sino en la forma que lo vemos. “La cuestión se explica porque lo terrible es siempre inaparente. Lo terrible no es lo que imaginamos como tal: está siempre en lo más sencillo, en lo que tenemos más al alcance de la mano y en lo que vivimos con mayor angustia y que viene a ser incomunicable por dos razones: una, cierto pudor de sufrimiento para expresarse; otra, la inverosimilitud: que no sabemos demostrar que aquello sea espantosamente cierto… Pero, ¿en dónde está eso que lo hace distinto? De pronto me doy cuenta. Son los ojos.” (Revueltas, 1978, pág. 10)

Atrás del consenso globalizado por lo terrible de los 43 estudiantes desaparecidos, lo distinto está en los ojos de la CNN o de los padres de los normalistas; el espectáculo o la vida; la lástima o la lucha. La diferencia está en el tiempo de la memoria: el Presidente Peña Nieto llama a cerrar el capítulo, a olvidarse de esta hora trágica, para que la historia siga su curso. Y los padres le responden que no podrán olvidar, 43 es un número infinito.

Descubrir que no es una historia particular, ni sólo la historia de México. Es también nuestra historia, aunque se vuelve incomunicable. Es un “contrasentido” comprobar, atrás de los discursos oficiales sobre la paz, “lo terrible” de las decenas de miles de asesinados los millones de desplazados, el cinismo de los “falsos positivos” en Colombia. Es un “contrasentido”, comprobar que en el decenio de un “régimen de izquierda” en Argentina se han cuadruplicado el número de presos y desaparecidos del período neoliberal menemista, como señala Zibechi. Y más allá de nuestro Continente, descubrir que Osama Bin Laden o El Estado Islámico son provocaciones de la política imperial, aunque trate de ocultarlo con operativos posteriores de eliminación. Y decirlo, para devolverle el sentido a la paz, a la democracia, al socialismo.

Y, sobre todo, escuchar el grito de los de abajo, amplificarlo. Porque allí está la puerta para superar el eterno retorno, para recuperar la esperanza. Escuchar la voz de los padres de los estudiantes desaparecidos, la voz de las víctimas del conflicto en Colombia. Escuchar y amplificar las experiencias de la primera revolución encabezada por mujeres en Kobane, ante la sinrazón del Estado Islámico. Y en nuestro país, escuchar la voz de los indios expulsados de su casa, la voz de los luchadores sociales perseguidos y encarcelados, la voz de los Yasunidos y, sobre todo, la voz germinal de Sarayacu. Como dicen los zapatistas, mostrar y festejar que “donde los de arriba destruyen, los de abajo reconstruimos.”

 

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