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sábado, abril 27, 2024

RESPIRAR Y TENDER LA ROPA BLANCA EN MILAGRO. Por Carlos Terán Puente

Los atardeceres de invierno dibujan un intenso sol anaranjado que se deshace en vastos sembríos de Milagro, cantón ecuatoriano productor de frutas, maíz,  arroz, cacao, tabaco, banano, azúcar y miles de flores de todos los tipos.

Buena parte de su población actual es producto de familias, que por varias generaciones atrás, migraron esperanzados con el fin de lograr un trabajo en los ingenios de la región. La demanda de mano de obra en temporada de zafra es importante, pero cuando termina, los brazos se quedan sin empleo.

Respirar y tender la ropa en Milagro, como en todo lado, son tareas cotidianas. La una vital, la otra necesaria. Se quisiera respirar aire limpio y que nada enturbie el sol mañanero. Se esperaría que la ropa blanca tendida al sol quede muy blanca y limpia como santificada.

La tierra y el sol son una pareja milagrosa. Perfuman el aire con piñas, mangos, papayas, melones, café, tabaco, banano y árboles de toda semilla, pero este regalo natural se esfuma.  Algo apesta el aire y viene desde el ingenio, desde las fábricas de balanceados,  de los insecticidas o desde las avionetas que pasan y repasan fumigando con glifosato u otros químicos las plantaciones y todo a su alrededor. De algunos lados llega lo que apesta, daña, pudre y enrarece el aire. No es posible respirar aire puro.

Hay que saber que en Milagro, la caña de azúcar tiene un puesto especial y desde hace más de un siglo se convirtió en insumo agrícola, commodity en la jerga comerciante, para la producción de azúcar refinada. El azúcar blanca, de color, pura o mezclada con algo para llamarla light es parte del café, la avena y otros postres, así como de todos los jugos en las mesas hogareñas y en las ventas ambulantes de refrescos en la calle. Nadie deja de poner azúcar en todo. Es parte de la poco saludable cultura familiar aquí y en todos lados.

La caña destilada se convierte en el transparente, espirituoso y fuerte puro, aguardiente o guanchaca. En otro proceso, resulta en biocombustible. Milagro es el mágico resultado de la mixtura de sol, tierra, semilla, agua, zafra, trabajo y esperanzas proletarias.

Las compañías azucareras compran, muelen, refinan, empacan y venden los productos de la caña de sus propias fincas y de las ajenas. Producen azúcar por toneladas y millones de galones de biocombustible al año. La productividad crece de una navidad a otra. Las instalaciones modernizan aunque eso significa miles de zafreros desempleados por los procesos mecanizados. No es culpa de las empresas, es el “costo social del progreso”. Las compañías marchan a tono con el mercado sacrosanto.

Con una empresa secular en el centro de su geografía y de su historia, así como rodeada todas las otras empresas de balanceado, insecticidas, metalurgia y más, habría que esperar que todas las familias en Milagro tuvieran una vida dulce como el azúcar. No es así. La población es trabajadora e ingeniosa, pero su vida no es blanca ni dulce como el azúcar.

El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) evidencia que el índice cantonal de pobreza, en las últimas décadas, está por encima del promedio nacional y también del promedio provincial. La pobreza en Milagro es crónica e irreductible, visible, lacerante;  pero la evolución financiera de las empresas es exitosa. Respirar aire puro es una quimera y hay días que el mal olor provoca náusea.

En Milagro, las instalaciones de un ingenio se levantan en medio de la ciudad porque la  barriada milagreña creció junto a las instalaciones azucareras en un abrazo esperanzado. Los migrantes zafreros y más, esperaban  y siguen esperando una ciudad limpia, con servicios básicos, con parques, cruzada por un río cantarina y claro, con calles pavimentadas y  muchos árboles que ofrezcan sombra. No esperan una gran ciudad, solo una bonita ciudad para vivir con dignidad, seguridad y salud. Milagro ocupa los primeros lugares de contaminación ambiental en el Ecuador.

En Milagro, el milagro no es para todos. El coeficiente de Gini que, por ejemplo, puede medir la  desigualdad per cápita por ingresos entre empresarios y trabajadores, entre las empresas y la gente de la ciudad podría –imaginariamente- rebasar la escala de uno que expresa la máxima desigualdad.

Ventas informales en la ciudad de Milagro.

Para las empresas, el ingreso per cápita significa una rentabilidad que rebasa las fronteras nacionales. Para otros, es empleo inadecuado, temporal, salario insuficiente. Espejismo. Para la multitud sin empleo, luchadora inquebrantable, significa imaginar y poner ventas ambulantes, mini empresitas sin “Cámara”, tienditas de zaguán, semaforeo y, desde luego, también actividades menos deseables. Para todas y todos, aire enrarecido, contaminado. Empresarias y empresarios, obvio, viven lejos, lo más lejos posible de Milagro, donde no llega el mal olor ni la ceniza.

En Milagro, se aprecia inmensas chimeneas humeantes alrededor, grandes depósitos de caña procesada y los tanques de bagazo residual que apesta varios kilómetros a la redonda, decenas de viejos camiones (que se esfuerzan por parecer nuevos) que van y vienen llevando toneladas de caña, calles polvorientas y llenas de huecos, riachuelos o esteros por donde corre lenta agua contaminada, todo esto hace la ciudad.

Hay gente que piensa que el estrecho abrazo entre el ingenio y el vecindario es culpa de la gente y sus ilusiones y que los emprendedores azucareros no son responsables de que su iniciativa sea un imán de esperanzas. Sostienen que el desarrollo urbano, caótico y empobrecido no tiene nada que ver con las empresas. Ellas responden casa adentro donde todo es orden, trabajo y renta. La ciudad es asunto de otros, de la municipalidad y de los gobiernos. Ensuciar y apestar el aire es un “pequeño” daño colateral.

Respirar y secar la ropa blanca al sol en Milagro, cualquier día y hora es una completa decepción. Además del mal olor, la ciudad recibe  una lluvia de ceniza negra, fina e insidiosa que invade patios, parques y calles. Al tocarla se deshace y tizna. La ropa blanca no se salva. Es hollín que llega desde la quema programada de restos de las plantaciones de caña. En Milagro, ciertos días, hay que esperar que la tizne lluvia del ingenio termine y hay que preguntar: ¿Dónde tiendo la ropa blanca?

Los empresarios se callan y deslindan responsabilidades porque no todas las plantaciones son suyas, pero la quema es para producir caña que es comprada toda, por anticipado y a precio de monopolio, por los ingenios.

Respirar es vital y golpea la pestilencia a quienes secan la ropa blanca al sol desean sus patios, calles y parques. Ellos seguirán esperando vivir sin hollín. Golpea a la mamá que sale del centro de salud con su recién nacido y va a casa en moto-taxi recibe hollín y golpea a quienes tienen alergia a la ceniza orgánica deben usar tapabocas. Si se mancha la blusa blanca de la escuela, hay que volver a lavar.

Milagro, vía férrea que cruza la ciudad.

Nadie contabiliza el daño de respirar olores putrefactos en vez de aire limpio. Nadie contabiliza las horas/persona que gasta la gente limpiando la insidiosa ceniza ni la cantidad de agua empleada. Al fin y al cabo, no es lo mismo tizne en ropa blanca tendida al sol, que tizne en cuello blanco de comerciante o en blusa blanca de exitosa empresaria.

Los municipios no han incluido la exigencia y control de soluciones para la pestilencia ni para cenicienta lluvia en su plan estratégico. Tienen sus propias prioridades y con la gente del común no se comunican. Lo malos olores desde las chimeneas, las aguas grises viscosas que contaminan los esteros, son temas mudos e invisibles. Sin embargo, por la ciudad se ven gigantografías de propaganda municipal con la ilusión de todos: calles limpias, pavimentadas, parques, flores y cielo limpio, pero el cielo apesta y cae ceniza.

El gobierno y los empresarios comparten lisonjas y galardones por la distinguida gestión y manejo de la renta y de la economía nacional. Se alaba la “alianza público-privada” como el óptimo modus vivendi republicano. Dicen ellos que solo la empresa privada logra dar vida casi perfecta a la “democracia occidental y cristiana”. La triste democracia actual solo defiende las rentas privadas en alianza privado-pública. Nada cambió desde Alfaro hasta la fecha. Las bambalinas del actual sistema democrático representativo, poroso y corroído, ocultan el crecimiento imparable de la rentabilidad que las empresas, comerciantes y banqueros, apoyado por todos los gobiernos de turno, incluyendo el pasado y el actual. La equidad, el aire limpio y la salud no son preocupaciones ni metas de esta democracia representativa obsoleta.

Dejar de ensuciar el aire y evitar la reiterada caída de hollín debe ser complicado y costoso, impracticable para empresas tan exitosas. Sus empresarios tienen rentas, por ejemplo, para levantar hoteles de lujo en otros lares, pero no para librar a la gente del aire sucio o de tener que preguntar, cualquier mañana ¿dónde tiendo la ropa blanca?

En Milagro, se evidencia el grave y costoso “aporte social” de la población que sobrevive a la contaminación ambiental provocada por exitosas empresas en el corazón dulce de la patria. Las empresas responden de la garita de entrada para adentro, el resto no es su asunto, dicen. Los municipios hacen mutis por el foro y el gobierno central es Zun fantasma.

*Profesor Titular, Facultad de Ciencias de la Salud – UNEMI     

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