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REVOLUCIÓN Y DEMOCRACIA Por Rafael Mondragón

REVOLUCIÓN Y DEMOCRACIA Por Rafael Mondragón

Revista Consideraciones <wwww.revistaconsideraciones.com>

junio, 2012 

 La izquierda le regaló a la derecha el tema de la democracia. A principios de siglo XX, Arthur Rosenberg, un gran pensador hoy olvidado que fue, sin embargo, uno de los integrantes más importantes del comunismo radical vienés, escribió una obra fundamental sobre la manera en que se llevó a cabo ese proceso. En ella, Rosenberg no sólo despejaba el equívoco histórico que había llevado a oponer “socialismo” a “democracia”, sino que también mostraba la emergencia histórica del proyecto socialista como continuación y radicalización del movimiento de la democracia radical.

En efecto, antes de su apropiación abusiva por parte del liberalismo doctrinario, la palabra “democracia“ designaba a un vasto movimiento popular que buscaba la reorganización del poder a partir de las exigencias del demos, “pueblo” que, siguiendo la caracterización del escandalizado Aristóteles, era entendido ante todo como “pueblo pobre”. Norberto Bobbio mismo solía admitir que la democracia se hizo compatible con el liberalismo sólo cuando ésta fue despojada de su ideal igualitario y quedó reducida a una discusión puramente formal sobre las maneras de acceder al gobierno.

El nombre “democracia” fue resucitado por el siglo XVIII, primero en tomar abiertamente a la antigüedad griega y romana como modelo propiamente político, y a partir de entonces protagonizará buena parte de las discusiones del pensamiento radical. Como recuerda Rosenberg, para el diputado conservador Otto von Bismarck, los demócratas eran en 1849 unos agitadores que proponían la reforma agraria y movían a los trabajadores sin tierra contra los poseedores y hacendados; los “demócratas” eran los integrantes de un movimiento radical que no buscaba únicamente la implantación de un régimen representativo, sino que trabajaba activamente por la repartición de las tierras y la redistribución de la propiedad.

Habrá que recordar también que los thetes de Grecia fueron llamados en Roma proletarii, y que por ello el periodo de dominio político de Robespierre fue llamado por él mismo “dictadura del proletariado”: en su sentido etimológico originario, la palabra refería a la última “clase” en que estaban divididos los hombres libres, una clase formada por aquellos que no tenían más propiedad que su propia persona y la de su prole. No se trataba, como se trata hoy en el marxismo de manual, de una clase formada únicamente por los trabajadores de la industria, sino de un conjunto social amplio definido por su fragilidad social.

En la estratificación social romana, que divide en “clases” a los ciudadanos de acuerdo con su poder económico, los proletarios son todos aquellos que ocupan el último peldaño de la sociedad: son libres nominalmente, pero no gozan de las bases materiales que les permitirían ejercer la libertad efectiva; nominalmente son dignos, pero no gozan de dignidad efectiva, en cuanto que no pueden alimentarse a sí mismos si tienen hambre, y dependen de gente más poderosa para vivir. Como decía Aristóteles, son “esclavos a tiempo parcial”. Ellos son los protagonistas del movimiento democrático.

En esa experiencia histórica se afinca una teoría de las clases sociales que no sigue modelos mecanicistas. Conforme avancen los siglos, no sólo serán llamados proletarios” los que no tienen propiedad, sino los trabajadores desposeídos en general, en oposición a aquellos que, por su posición acomodada, no tienen que trabajar para vivir: en esa amplia definición entraban los campesinos y los artesanos, los intelectuales pobres y los trabajadores de la industria; a pesar de sus diferencias sustantivas, todos ellos se agrupan en un bloque fraternal cuya identidad colectiva es creada a partir de la organización y el combate por la “emancipación” común, es decir, por la abolición de los distintos vínculos de subordinación y dependencia que los atan al conjunto de privilegiados, que están agrupados, o bien en lo que el demócrata Lamennais llamaba “la aristocracia del nacimiento”, o bien en lo que el mismo autor llamaba “la aristocracia del dinero”.

“Democracia” será el conjunto de acciones destinadas a la toma del poder de esos desposeídos: no sólo aludirá, por ejemplo, a lo que hoy llamaríamos democracia parlamentaria; también lo hará a elementos que hoy nos parecerían dispares, como la insurrección armada, la organización popular, la lucha nticolonial y campesina, sin excluir también a la lucha obrera. Al aludir a estos elementos, Giuseppe Mazzini hablaba de las diversas formas del “partido democrático”. El elemento común de ese partido, a decir de Mazzini, consiste en “la elevación de las masas”, es decir, la toma del poder político por parte de éstas, que las constituye en sujeto político con el objeto de que ellas solucionen por sí mismas y de raíz los problemas sociales. Todos ellos forman parte de lo que hoy llamaríamos “la izquierda”.

Esas consideraciones son importantes para nosotros, por cuanto que en México y América Latina los ideólogos más radicales de las revoluciones de independencia plantearon a éstas como movimientos democráticos, y ligaron la implantación de la democracia con la reforma estructural de la sociedad. En ese sentido, la renuncia -o desconocimiento- de gran parte de la izquierda mexicana respecto de la herencia de la “democracia”, también puede entenderse como renuncia a la comprensión de la dimensión emancipatoria del movimiento popular radical que, en buena medida, influyó en la construcción de nuestros proyectos nacionales. No se trataba sólo de votar por votar.

Se trataba de obtener un espacio desde el cual impulsar el conjunto heterogéneo de demandas de esas clases desposeídas y explotadas; de crear identidades colectivas a partir del trabajo común; de construir un espacio público que permitiera la discusión, organización e insurrección de ese amplio conjunto reducido a una existencia subcivil, y de impulsar desde ahí los necesarios procesos de organización y reforma social que darían base material al ejercicio de la soberanía.

¿A qué tipo de procesos colectivos hemos renunciado cuando renunciamos a la “democracia”? Probablemente, a aquellos que después ayudaron a definir la dimensión societaria del socialismo, que ligaba las propuestas de transformación social a un conjunto de actividades tendientes a restablecer el tejido solidario destruido por la dinámica desestructurante del capitalismo.

Pero la manera en que estos temas fueron planteados en América Latina es materia que merece un artículo aparte.

lalineadefuego
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