Donde el autor pone literalmente en riesgo el pellejo por el planeta
(II Parte)
Cuando era joven pasé unos días donde unos familiares, y por primera vez conocí el champú con “aroma de manzana verde”. Me fascinó tanto que, durante muchos años, lo asimilé a una idea de confort, sofisticación, hasta que, no sé cómo, tal vez ya empezando a reflexionar un poco más, me di cuenta de que ese olor no era para nada de manzana verde, sino bien químico.
No sé cómo hacen las empresas de la industria de jabones y champús, que de paso son las mismas que nos venden los productos alimenticios, para hacernos relacionar ciertos olores o colores con productos que siempre parecen naturales, provechosos para nuestra salud, cuando en realidad tienen ingredientes que son por lo menos sospechosos.
Felizmente, visitando cualquier feria de productores más o menos seria se pueden encontrar jabones y champús artesanales, probando diferentes tipos de jabones o champús, algunos más caros y sofisticados que otros, hasta encontrar aquellos en los que uno encuentre una sensación de suavidad y limpieza, lejos, muy lejos, de los aromas artificiales de la industria.
En todo caso, cuando pasamos a otros productos esenciales en la vida de hoy, como los detergentes para lavar la ropa, o los productos de limpieza doméstica, se vuelve mucho más difícil encontrar productos realmente naturales; claro, los puristas me dirán que con vinagre, bicarbonato y jabón crudo, se puede resolver la mayoría de estas tareas, pero me da la impresión que ése es un nivel de autonomía que no está todavía a mi alcance. Tampoco he dado el paso de empezar a fabricar yo mismo mis jabones. Tal vez sea para la próxima edición de esta serie. Por lo pronto, he optado por productos biodegradables, que limpian bien y no dañan las manos ni perforan la ropa.
Por lo menos puedo decir que intenté fabricar mi propia pasta dental: bicarbonato de sodio, aceite de coco y aceite esencial (de menta, por ejemplo). El resultado es bastante bueno, pero no he logrado convertirlo en una costumbre…para salvar el planeta se requiere más que una receta, también se necesita dedicación…y tiempo! Felizmente hay cada vez más gente que se lanza a producir pasta dental más natural, algunos inclusive la hacen sólida, lo cual literalmente nos hace redescubrir el gesto de lavarse los dientes. Resulta que esa sensación de frescura y ese saborcito no han sido sinónimo de higiene dental, sino de fórmula química nomás.
No se si se han dado cuenta también que los desodorantes han ido cambiando, y ahora es difícil encontrar uno que no sea “antitranspirante”; ahí donde empezaron a dejar de gustarme, porque si bien estoy de acuerdo en no estar oloroso como un prehistórico, tampoco me gusta la idea de bloquear completamente mi transpiración. Entonces empecé a buscar alternativas, y resulta que sí las hay; se trata de ir experimentando para ver qué te conviene: cremas, “roll on” o la piedra de alumbre, mi favorita.
Mención totalmente aparte merecen los aditamentos para afeitarse; hace años que venía preocupado por un plástico de un solo uso más discreto que las botellas de agua: las rasuradoras desechables. Por más que uno las haga durar, termina con la impresión de que se afeita con un rastrillo, y está obligado a comprar otra. Fuera de que el precio no es nada despreciable, está ese sentimiento de culpa de poner en la basura un buen pedazo de plástico.
Me dirán tal vez que con la moda de las barbas, ahora uno se puede rasurar en las numerosas barberías que resurgieron como por encanto; esto puede que sea interesante para aquellos que sustentan su masculinidad con una barba poblada, pero para quienes tenemos prohibiciones conyugales estrictas relacionadas con la pilosidad facial, no es una solución, ya que tenemos que afeitarnos cada mañana.
En medio de esta búsqueda por una alternativa, redescubrí … las viejas rasuradoras, llamadas a veces “de seguridad”, de las que se abren con un mecanismo en el mango y permiten insertar una hoja de afeitar, a veces conocida por la marca que se impuso definitivamente en nuestras latitudes, la “Gillette”.
Bueno, terminé por comprarme una, y ahora soy un usuario feliz de estas rasuradoras “a la antigua”. Claro que lo “de seguridad” del nombre supongo que se refería a que eran más seguras que utilizar una hoja de afeitar verdadera, cuchilla filosa susceptible de afeitarte como de cortar en dos una hoja de papel. La verdad es que descubrí que las rasuradoras desechables se impusieron por una razón sencilla: las posibilidades de cortarte se reducen en un 90%, como lo descubrí rápidamente con mi nueva rasuradora. Estas requieren mucha concentración, no estar apurado, y un arte en manejar la herramienta de manera a no terminar la sesión con manchas de sangre o impresentables cicatrices. Pero, me digo, es el precio que hay que pagar por usar menos plástico…eso y ¡afeitarse sólo cada dos o tres días!
Sus comentarios son bienvenidos, especialmente si se trata de compartir sus experiencias personales.
Puedes leer la serie Salvando al chulla planeta aquí:
Parte I: Alimentación
Parte II: Los productos de limpieza y aseo
*Agrónomo, articulista, amante de la tierra y preocupado por los temas ambientales, llegó hace 16 años al Ecuador y se le pareció tanto a su Perú natal…que se quedó