Durante la década precedente y lo que va del período gobernante, el daño sostenible más evidente fue y es la implantación del paradigma dominante de la meritocracia, sobre todo porque el escenario de saña es el sistema educativo. Elevado a discurso reparador, la meritocracia encubrió y afirmó desigualdades en las políticas de acceso al sistema de educación superior, deteriorando a su paso todos los niveles del sistema formativo del país.
Si la educación es necesaria para reducir las desigualdades, evaluando lo actuado podemos concluir que lo establecido ha garantizado lógicas que sostienen desigualdades sociales muy a pesar de lo rimbombante de los discursos inclusivos. Nada más perverso que los mecanismos de acceso a la universidad, ahora solo para los jóvenes con talento y más perverso es limitar las opciones laborales fijando un destino de profesionalización mezquino no para todos.
“Hay que atender a todos los alumnos, sin excepción, por encima de las diferencias de inteligencia, carácter o nivel social”.
Célestin Freinet
Pero además la década pérfida anuló la capacidad formativa preprofesional para los jóvenes con bachillerato diversificado, inventando el ridículo bachillerato uniformado. En el período anterior al correato existían bachilleres, contables, técnicos industriales, automotrices, agrarios, pecuarios, normalistas, secretarias, bachilleres en artes, carpintería, etc… todos fueron arrasados por los “inteligentes” revolucionarios ciudadanos, incluso en los primeros años de secundaria existían las opciones prácticas con los mismos temas de diversificación que permitían a los jóvenes que no alcanzaban al ingreso libre a las universidades tener un flujo de conocimientos que les permitía insertarse en el mundo laboral industrial o artesanal.
La eliminación de la diversificación se enmascaró con una inclusión y gratuidad para el segmento de pobres calificado como meritorio para el poder y se reinstaló los exámenes de ingreso, logro democrático por el que murieron decenas de bachilleres un 29 de mayo de 1969.
Fueron relaciones de poder y dependencia las que se instalaron con la restitución de los exámenes de ingreso y los procesos legitimaron mecanismos de inequidad social, produciendo y garantizando categorías de valor estratificado a títulos, que se distribuyen, según los atributos sociales, basados en la idea del talento, calificado por burócratas autoritarios y mediocres que actuaron y actúan desde el poder.
Así, los jóvenes pobres con bachillerato unificado llegan a la apuesta universitaria casi con opciones nulas de acceso, porque su “calificación” mayoritariamente declarada incompetente los expulsa con fuerza centrífuga, en tanto los jóvenes de las clases más favorecidas aunque no califiquen tienen la opción de las universidades pagadas y así con bachillerato unificado se llevan un diploma que no les sirve para nada. La privatización de las universidades, otra obra de Rafael Correa que Lenin Moreno continúa.
Un sistema cretino basado en la aristocracia del talento no contribuye ni antes ni ahora, ni después a generar justicia democrática o igualitaria. Sostenerlo es cruel pero además ineficiente y torpe. Y se los sostiene sin mirar la realidad. Es urgente restablecer el bachillerato diversificado y diversificarlo mucho más, porque es necesario la formación pre profesional, con piscicultura, floricultura, electrónica, mantenimiento de máquinas domésticas, ecología, ambientalismo, derechos humanos, redes informáticas, etc.…y este escenario práctico que inserta a los jóvenes a opciones de trabajo será también la mejor escuela de entrenamiento para la educación superior, que deberá ampliar su oferta formativa.
Urgente, anular la maldad de amorfo proceso ser bachiller y los exámenes de ingreso, pensar en desarrollo y en inclusión de verdad.
*Por Tomás Rodríguez León, epidemiólogo, profesor de bioética y epistemología.