19 de febrero 2016
Desde Al Qadam, Siria
“Esa es una zona militar”, me advirtió un soldado sirio, cuando fui a inspeccionar las ruinas al final de la calle Ibn Hawqal. Pero no pude ver ninguna posición militar siria en medio de las ruinas, ni siquiera un puesto de control. “Se trata de una zona militar”, dijo más bruscamente. Entonces me di cuenta.
A cuántos kilómetros de distancia está el Estado Islámico (EI), pregunté. “Allá abajo”, dijo el soldado. “A unos 200 metros.” Y miré hacia el callejón roto, veteado por el sol del mediodía, el desierto, sórdido lugar de los hogares apretujados que aparecen en las líneas del frente en las ciudades en guerra, en Damasco, en Alepo, en Faluja, en Sarajevo, en el Beirut de los viejos tiempos, sin duda, alguna vez en Cherburgo y en Stalingrado, también, y hace mucho, mucho tiempo, en la guerra de mi padre, en los pequeños pueblos de la Somme.
Esta no es la gran guerra –a pesar de que ha durado mucho más tiempo– y tales comparaciones de alguna manera les quitan la dignidad a aquellos que tratan de volver a vivir en estas ruinas. Siria es Siria, no Irak o Bosnia o parte de una guerra mundial –aunque hay árabes que afirman que todo esto es parte de la tercera guerra mundial–. ¿Por qué los estadounidenses no amenazaron con bombardear Damasco? ¿No está la fuerza aérea rusa ahora bombardeando el EI? ¿No está Turquía amenazando con invadir Siria? ¿Y Arabia Saudita?
Pero lo que está sucediendo aquí en Al Qadam te dice mucho sobre la guerra de Siria. Una vez en manos de Jabhat al Nusra, quedó pudriéndose durante tres años, bajo el control del gobierno, pero casi vacía, hasta que el ejército golpeó al norte de Alepo y comenzó a conquistar a sus enemigos a lo largo de la frontera turca –y la gente empezó a volver a Al Qadam–.
Veintiséis familias en los últimos 15 días solamente, incluso los antiguos hombres “libres” del ejército sirio a la deriva –parte del ejército mítico de David Cameron de 70.000 “moderados”, uno supone– y cinco prisioneros liberados de las cárceles del gobierno. La victoria aporta confianza, aunque sea temporal, y se la puede oler en las líneas de vanguardia del gobierno lejos de Alepo.
Hay menos puntos de control en Damasco, cien mujeres bailando el “dubkah” en una ruidosa fiesta en uno de los grandes hoteles, los convoyes de camiones zumbando a través de la frontera con el Líbano en ruta a Jordania ahora que el ejército sirio ha vuelto a abrir el camino principal a Deraa. Los sirios van a Alepo en coche por la autopista nuevamente. En la televisión siria se ve a paracaidistas sirios entrando en las ciudades que no se habían visto durante tres años. Y en Al Qadam, sus calles con nombres de antiguos filósofos árabes y viajeros, también hay gente regresando.
Hay incluso un “comité de reconciliación” de los ancianos que hablan con el ejército y el Ejército Libre de Siria –no al EI ni a Al Nusra, insisten todos– que bebe café con los soldados del gobierno. A falta de muchas comidas, me dice un oficial de inteligencia del ejército. A algunos de los hombres del Ejército Libre de Siria de Al Qadam se les ha permitido tener sus armas ligeras –después de renegar de su oposición al régimen– y el ejército del gobierno les ha permitido alimentos y medicinas. Varios han sido autorizados a regresar a las filas del ejército del que desertaron, con nuevos rangos, por supuesto, pagados una vez más por el gobierno. “Sí, por supuesto que conocíamos a muchos de ellos”, dice un soldado. Es una guerra sutil. La estrategia de conseguir que la oposición cambie de bando, sobre todo ahora que han probado el amargo fruto de la ideología del EI y entendieron el poder de la fuerza aérea de Rusia, parece funcionar. El silencio se ha apoderado de la vanguardia aquí.
“Siria, Assad” se ha pintado con spray rojo en las paredes. Las consignas de Al-Nusra fueron tapadas tan fuertemente con pintura azul que uno no puede saber lo que decían. Excepto la palabra “Allah”. El ejército dejó intacto el nombre de Dios. A un kilómetro y medio atrás, tres soldados están sentados en sillas a la sombra de un callejón, al lado de un tanque T-72 con el cañón apuntando hacia arriba. Todos beben café.
Thaled Fado es parte del “comité de reconciliación”. Constructor –que está de acuerdo en que habrá mucho para reconstruir– quería ser piloto y viajó a Europa para cumplir con su ambición y vivió en Barcelona e inevitablemente se quedó sin dinero.
“Hay paz aquí ahora”, dice. “El ejército recuperó este lugar de Al Nusra hace mucho tiempo, pero ahora la gente está volviendo. Hablamos con el ejército. Este es mi hogar.”
Sin embargo, el “hogar” –heredado de su padre– no tiene techo. Al igual que todas las demás casas de este pobre, devastado suburbio, fueron saqueadas y quemadas por Al Nusra. Una señora con un vestido verde –todavía no es el momento de desechar el anonimato para la mayoría de esta gente– describió cómo Al-Nusra llegó a este lugar hace tres años. “Nosotros no los conocíamos y traté de quedarme, pero al final vinieron a nuestra casa y asesinaron a mi marido y yo huí con mis hijos.”
Ahora se para cerca de Thaled Fado y sonríe al desconocido que ha venido a ver esta pequeña esquina de la miseria siria. Un soldado de barba está sonriendo, también, imagino por qué y él me dice que tengo razón. Acaba de llegar de Alepo.
Su familia vive aquí y han vuelto, y poco a poco resulta obvio que muchas de estas familias tenían hijos en el ejército y apoyaron al régimen. Y Al-Nusra se volvió contra ellos con sed de venganza. Por eso hay tantos hogares quemados –sólo unos pocos reparados– y el callado minarete aplastado de la mezquita local.
Una señora de mediana edad espía desde la ventana de una habitación de la planta baja, mirando cautelosamente a nuestra cámara. Su casa es ahora una pequeña tienda. Hay caramelos y galletas en venta. Supongo que esto es lo que se llama “normalidad”. Hay otra señora sentada en un escalón al lado del camino, las manos sobre la cara, una imagen de la desesperación.
Zacharia Ashar –la túnica marrón lo marca como hombre de campo, porque hasta no hace mucho Al Qadam era tierra de cultivo– está también en el “comité de reconciliación” y dice que 131 milicianos locales que combatieron el ejército han regresado, algunos de Jordania, creyendo que protegerían a su gente y mantendrían alejados al EI.
“Algunos han formado una unidad para apoyar al ejército”, dice. “Otros trataron de luchar contra Al Nusra y el EI y murieron. Sí, hubo muchos mártires.”
Y sí, pasarán muchos años antes de que se escriban los grandes libros de la historia de esta guerra y se revelen sus secretos. En Occidente –aparte de los refugiados– vemos este conflicto como una lucha geopolítica. Pero después de las batallas de Alepo, se puede escribir que –aunque sea temporariamente, aunque sean pocos– en las calles de Al Qadam, la gente está regresando a casa.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-292783-2016-02-19.html
Artículo original en Inglés: The Independent de Gran Bretaña.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
Foto: Desdeabajo.info