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SOBRE EL ABURRIMIENTO Por Sebastián Endara

09 julio 2014

Por un lado, el aburrimiento denota cansancio, hastío, asociado a una molestia, y por otro connota una terrible falta de sentido. Proveniente del latín ab-horrere, que significa sin-horror, que sugiere la posibilidad de lanzarnos a la acción sin miedo, bajo el supuesto de que habiéndolo perdido todo, ya no tenemos nada que perder.

Desde esta perspectiva, el sentido de la vida es un sentido que puede ser perdido por el miedo de perder la vida. Y llegado un insoportable momento, se transforma en acción furibunda que pretende rescatar el sentido, en el incierto y peligroso enfrentamiento del horror que causaba el miedo de perder la vida. El aburrimiento, o esa insoportable situación de desconcierto entre el sosiego y el desasosiego, es en realidad un brutal umbral de incertidumbre entre la decisión de la vida y de la muerte Son el reverso y anverso de una misma moneda, “la existencia”, que debe ser gastada en la realización de lo humano.

El aburrimiento normalmente es resuelto encontrando un pasatiempo. Pasamos el tiempo para salir del hastío y no caer en la depresión. Nos entre-tenernos para eludir la responsabilidad de nuestra (in) acción y nuestro (sin)sentido. Y pronto descubrimos que el sentido viene dado de una profunda reflexión sobre nuestras limitaciones civilizatorias que se oponen a nuestra acción que tiene como fundamento la libertad.

Estar aburrido es así un estar atado a los mismos caminos, que transitados una y otra vez, se convierten en moldes que devoran la posibilidad del cambio. Bostezamos cuando oímos hablar de revolución, cabeceamos cuando oímos discutir de desarrollo, nos hartamos de aquellos discursos que promueven el encuentro de verdaderos proyectos de vida colectivos, mientras nuestros propios proyectos de vida atados a la normalidad, nos van disgustando, nos van saturando, sin mencionar que nos van empobreciendo humanamente. Nos vamos aburriendo de la vida y sin poder arriesgarnos a la acción, morimos en un largo y aletargado aburrimiento que se lleva no solo el sentido sino la alegría, la utopía, y todas las razones que podamos “crear” para vivir.

De ahí que la invitación a abandonar las convenciones impuestas, a romper los moldes intelectuales y políticos no es un síntoma de puro activismo cortoplacista, es una invitación estética no tanto dirigida a crear objetos simbólicos o materiales, sino a establecer las condiciones (políticas) para una vida que en realidad queramos vivir. Esa debe ser la principal fuente de inspiración para generar superaciones cualitativas, y ello supone despojarnos de los aburrimientos que el impersonal orden nos asigna, y que en cualquier caso es impuesto por el poder, un poder que a pesar de haberlo creado nosotros, paradójicamente, no nos pertenece.

 

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