Desde la aparición del movimiento del 15M, hay una parte de la izquierda que desconfía de él. Considera que se trata de un proyecto de “ciudadanismo”, en tono peyorativo. En esa versión del momento actual de la Historia, para sus armadores el movimiento del 15M o del 25S o el que sea carece de valor porque no se atiene a una vieja receta socialista en la que el proletariado organizado era el sujeto designado por la Historia para acabar con la distinción de las clases por el resto de la Historia.
Recuerdo que Carlos Fernández Liria, con fuerte formación marxista, consideraba que el desdén del socialismo con el concepto de ciudadanía había sido un error. Manifestaba que el deber del socialismo consistía en crear las condiciones materiales para la libertad del trabajador/ciudadano liberándolo de la explotación de la tradición y del poder excluyente de la burguesía, sin menospreciar el concepto de ciudadano.
Es interesante traer la crítica del socialista francés Gorz a la capacidad revolucionaria del proletariado a pesar del mandato marxista. Expresaba que en la época actual, la tecnificación controlada por el empresario en las sedes donde antaño se organizó (fábrica, mina) y la aparición de sectores donde nunca hubo posibilidades de organización obrera (servicios) más el paro de masas tampoco organizadas hacía más débil la posibilidad del movimiento obrero de vencer el pulso histórico. Para abrir más la brecha el capital se ha envuelto en una red difusa de grandes corporaciones omnipotentes.
A pesar de esta dificultad del proletariado para cumplir con el mandato marxista, todavía los propietarios de los instrumentos creados por el mundo obrero para hacer la lucha (el partido socialista, el partido comunista, el sindicato socialista, el sindicato afín al partido comunista) mantienen sus siglas e iconos (PSOE, PCE, UGT, CCOO). En el siglo y medio transcurrido desde la Primera Internacional ha variado mucho la realidad histórica y el planteamiento de estos aparatos, pero mantienen su denominación.
El socialismo surgió ciertamente del movimiento obrero organizado. Planteaba sobre todo la socialización de los medios de producción para librar a la la clase trabajadora de la explotación de clase propietaria de los medios de producción. Esa socialización suponía el establecimiento del socialismo, la meta, donde la gestión de los medios de producción, estatalizados, mejoraría las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Dentro de ese socialismo se produjo la escisión de dos planteamientos, uno que se iba integrando en las instituciones democráticas (burguesas) y otra que no admitía la absorción de radicalidad que provocaba esa participación. La segunda intentó la implantación del socialismo en las revoluciones, con el resultado histórico conocido y criticado incluso por gran parte de la intelectualidad socialista o comunista. La primera, tras la Segunda Guerra Mundial, renunció al socialismo, aceptando un capitalismo con bienestar y con una mayor cuota de participación en la renta producida, sin análisis moral del origen de esa renta creciente: la explotación del tercer mundo, el machismo levemente atendido, el derroche de recursos, el colapso ecológico.
A pesar de la renuncia a la socialización de los medios de producción y a la aceptación de la acumulación de capital (además de la insolidaridad entre pueblos, géneros, generaciones), el socialismo no abandonó su denominación por el nombre de capitalismo de bienestar para la clase trabajadora occidental o capitalismo de consumo de masas.
Más cerca del presente, hemos comprobado que los Mitterrand, González, Blair, Zapatero… y sus coetáneos sindicales con mayor o menor esfuerzo en la escenificación de su lamento o resistencia han atacado los valores de la segunda fase del socialismo (en la que ya no promueven el socialismo en todos los países sino el estado del bienestar y el consumo de masas en Occidente). Así han sido corresponsables de la erosión de la fiscalidad progresiva, han privatizado, ha desprotegido a las personas en desempleo, han contribuído a la degradación de la protección a las personas en situación de vejez o incapacidad, se han integrado en los clubes militares de apoyo a las multinacionales contra pueblos empobrecidos.
Del mismo modo, el partido socialista y el sindicato socialista mantienen intactas sus siglas. Ahora insisten contra la evidencia de los hechos en que son los defensores del capitalismo con estado del bienestar y consumismo para las masas occidentales, demostrando que han perdido de vista su espíritu original.
Lo que fue el comunismo también hace referencia hacia el retorno a ese estado del bienestar y ese consumismo de masas, desde una fe en las instituciones democráticas (siempre consideradas como burguesas e inútiles en la fase en la que nació el comunismo). En su caso y en nuestro país, no tienen un largo historial de pruebas en contra de esa declaración de defensores del capitalismo con bienestar social y consumismo de masas. El sindicato de afinidad sí que tiene graves pecados, aunque no mala conciencia.
Pues de ese mundo parece que vienen este reojo hacia el ciudadanismo. Muchas veces son personas que honestamente se esfuerzan porque esos aparatos sanen, esfuerzo encomiable.
En ese esfuerzo, se parece ese socialismo al ciudadanismo, compuesto de personas que han diagnosticado que los actores socialistas que partieron históricamente de la fábrica y de la mina ya no tienen convencimiento. Los dos (los sectores minoritarios críticos dentro del sindicalismo mayoritario y el ciudadanismo, completando este dúo con el sindicalismo alternativo del anarquismo, del nacionalismo socialista o de grupos que fueron minoría crítica en los sindicatos mayoritarios y se hartaron) se enfrentan contra el rumbo trazado por las clases directoras de la sociedad, en un universo en el que la profecía de que el proletariado tenía las condiciones objetivas para adquirir conciencia, organizarse, luchar y vencer se ha invalidado.
Yo elogiaría el titánico esfuerzo que hacen para que unos partidos y sindicatos desnortados recobren el rumbo. Me gustaría que entendieran que la crítica que se hace a esos instrumentos socialistas languidecidos y desdibujados no va por ellos, sino por el camino elegido a pesar del trabajo minoritario de esas personas.
El ciudadanismo (los movimientos sociales feminista, ecologista, pacifista, el 15M, la primavera valenciana, el 25S, el Frente Cívico “Somos Mayoría”…) quizá no tenga muchas posiblidades pero es un islote de esperanza en un océano de terribles augurios para la humanidad durante el siglo de la marcha atrás. Es diverso, pero tiene células que por el camino de la autogestión, por la senda de la articulación de la sociedad civil vigilante del poder o por la vía de formarse para elegir mejor a los gobiernos quiere avanzar hacia un socialismo con una convicción más fuerte que la que habita en el partido socialista, en los sindicatos mayoritarios e incluso en un titubeante partido comunista.
Los portadores de la esperanza tienen dura lid contra los de arriba (el 1%) y los de abajo que reciben el influjo de lo de arriba (un porcentaje demasiado elevado). Pero su empeño y su optimismo moral no se rinden en el momento en el que en el capitalismo de bienestar social y consumo de masas cada vez caben menos sociedades.