El destino suele ser un gran impostor. A menudo finge estar escrito de antemano y tenerlo todo previsto; pero apenas un instante después nos desorienta con enmiendas o tachaduras de principiante, giros inesperados y oportunidades que semejan condenas. Cuando niña Jutta Hipp soñaba, en su Leipzig natal, con un futuro entre lienzos y paletas; hasta su nombre, una variante de Judith –“la alabada”-, parecía augurarle éxitos y reconocimiento en el camino elegido.