Nos estamos acostumbrando a la sistemática y cotidiana muerte provocada por la violencia del Estado o por la violencia contra el ciudadano, esta banalización se está interiorizando en la conciencia colectiva, como conciencia pasiva que lo justifica o lo asume todo, hasta lo inverosímil, con susto y si no es así, lo asume con buena dosis de indiferencia.
En tiempos en los que nos acecha el capital a través de su violencia neoliberal, miles de mujeres y hombres con temple de páramo y vestidos de tierra, irrumpieron en aquella indignación popular condenada al silencio, la liberaron. Son los hijos del levantamiento indígena y de las resistencias al ALCA de fines del siglo XX, son de agua y semilla pero también de asfalto y redes sociales.
Por Jaime Chuchuca Serrano*
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