Vivir sin reglas y sin censor, es el sueño adolescente de todas las edades y de muchos. “Déjenme vivir mi vida” decía una canción reclamando que no sea “el deber ser” que coarte el placer circunstancial. ¿Podemos vivir sin reglas, debemos censurar nuestras pulsiones y no ver en ellas la libertad misma? Los quiteños fueron recién un laboratorio de ello, cuando la demagogia electoral dejó las calles sin policías de tránsito. No hubo censores ni multa del mal estacionamiento o del irrespeto del pico y placa, ni cobros en ciertos peajes. Los que ayer ponían disciplina y normativizaban todo, con multas, reglamentos y trámites, los eliminaron en parte. Hubo sonrisas por volatilizar la angustia de las multas, es decir del castigo por mal comportamiento.
¡Oh sorpresa! No fue el caos, generalmente se respetaron normas de circulación y pautas de convivencia. Los ciudadanos mismos velaron por dar ejemplo de buen comportamiento o ser sus garantes. Se asumía así que era mejor respetar ciertas normas. Se dio, digamos, una expresión pública de una comunidad colectiva por la cual los miembros compartían una idea de mantener cierto orden para convivir. Quito tiene de esta comunidad social.
Hacer lo que me viene en gana sin considerar al otro y exigir lo que quiero, encarna falta de civismo y de respeto a los demás. Sin embargo, los quiteños no vivieron ello cuando podían hacerlo sino que afirmaron una autorregulación. Funcionó circunstancialmente cierto orden social y convivencia sin un censor. Pero esa situación revela cómo la convivencia puede funcionar: es indispensable un sentido de comunidad que nos da identidad y normas básicas; el aprendizaje común que lleva a ello desde temprano puede dar ideas claves (asumir la palabra dada, no hacer lo que no quieres que te hagan, respeto de sí y de otros, compartir…).
Tener más sociedad crea confianza en el otro y favorece seguridad, menos lo hacen reglamentos y censores; es un mundo más apropiado que el orden tecnocrático del “gran hermano”. Hay varios tipos de orden, unos con reglamentos y censores, otros con ideas culpabilizantes y autosanción, pero no son los que mejor favorecen felicidad y convivencia no castigadora. Construir comunidad y sociedad civil que incluye a todos y permita el derecho a ser y compartir, cierta igualdad de hecho, contribuye mejor a la convivencia; cada cual ha aprendido a ser y afirmarse, así descubre los límites y la necesidad del otro, teje nexos con derechos y responsabilidades.
Sentimiento de libertad y su afirmación no llevan al desorden si antes existe sentido de responsabilidad y convivencia. En contraste, fue caricatural mostrar demagogia y cinismo, en nombre de un proyecto justificando que encarna el bien. Disciplinar con leyes y reglamentos o la indispensable importancia fiscal perdían importancia, se podía pisotearlos para ganar. ¿Cómo pedir después respeto a las normas?
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/jorge_g-_leon_trujillo/Jorge_Leon_0_1128487177.html#.U2F1neMtqp4.facebook.