18 de Agosto 2015
Los pueblos de Ecuador tienen historia de rebeldía, nunca han soportado el abuso, la prepotencia, el racismo enfermizo y el descrédito a la resistencia de las fuerzas políticas, sociales, sindicales, indígenas, campesinas y estudiantiles.
Durante ocho años, la coerción estatal se ha constituido en el instrumento para dividir y controlar. Dividir al país de una manera maligna, bombardeando en sus medios de comunicación incautados un odio aberrante contra la organización sindical y popular; las izquierdas, la lucha social y la resistencia rural y urbana.
Guardando las distancias y las formas, la violencia, es un acto permanente del poder, así, conociendo que el correismo tiene como meta promover la modernización del capitalismo, su lógica, es reprimir, toda manifestación contraria al régimen como todo gobierno burgués en la época del imperialismo. A la par de la atroz acción policial y militar, los acólitos de la “seguridad pública”, emiten mensajes en sendas cadenas y noticieros al mismo estilo de las dictaduras de los años sesenta y dicen: “la propagación de grafitis en contra del gobierno… el cierre de carreteras y de vías, es un delito… serán reprimidos y recluidos… castigados y sentenciados.
Para este gobierno de naturaleza autoritaria, democracia es el cumplimiento de las normas por ellos impuesta, no interesa que miles de ecuatorianos y ecuatorianas se hayan tomado las calles, las comunas, las carreteras, griten al mundo reivindicaciones políticas: no relección indefinida, no más represión, criminalización, seguridad social digna, no a la impunidad de la corrupción; un gobierno de esta naturaleza no es capaz de escuchar y mucho menos de dialogar con los dirigentes del campo popular que resisten y luchan.
Esta disposición a luchar pone en evidencia que la correlación de fuerza a favor de los inconformes ha crecido, que el miedo impuesto a través de leyes, persecución, juicios está quedando atrás, lo dicen, las grandes movilizaciones de pobladores del campo y la ciudad.
Frente a esta realidad que le queda al correismo, el uso extremo de la violencia a través de la fuerza pública. Por eso el decreto del Estadio de Excepción, la arremetida brutal contra los pueblos indígenas; la infiltración y provocación de agentes de civil en las manifestaciones, las expresiones de racismo desde el gobierno, la campaña de insultos a los dirigentes sindicales, políticos y sociales de la oposición popular. En fin, todo un libreto que es conocido, tomado en cuenta pero que no detiene la unidad, la organización y la lucha de los colectivos unitarios en cada provincia; de la fortaleza de la CONAIE y la continuidad del levantamiento indígena.
La violencia del Estado siempre tendrá la respuesta altiva, digna y valerosa de los pueblos y la juventud.