31 diciembre 2012
El solsticio del 21 de diciembre en el lago Titicaca fue la oportunidad para que apareciera un nuevo manifiesto -El manifiesto de la Isla del Sol- cristianamente titulado “10 mandatos para enfrentar el capitalismo y construir la cultura de la vida”.
Si la idea del texto fue que los indignados europeos tuvieran un ejemplo en el cual anclar concretamente sus posiciones anticapitalistas, no hay nada que objetar’ ojalá que de países como España, sometidos a enormes sacrificios en beneficio de los bancos, surjan alternativas al actual capitalismo neoliberal.
Pero si de lo que se trata es de entender mejor el proceso de cambio boliviano -y seguir avanzando-, el manifiesto parece seguir la línea de que el anticapitalismo es directamente proporcional a la cantidad de veces que pronunciamos ese término. El primer párrafo parece sacado de algún documento de la Internacional Comunista durante el llamado “Tercer periodo”, cuando el estalinismo mundial soñaba que estábamos ante un inminente derrumbe del capitalismo.
Por esos días acusaban de social-fascistas a los socialistas reformistas y facilitaban el paso al poder del nazismo en Alemania, pero ésa es otra historia. “Esta crisis (múltiple) -dice el manifiesto- nos señala que estamos viviendo los últimos días del capitalismo”. Por suerte no le pusieron fecha al derrumbe.
La idea de la multiplicidad de crisis -económica, ecológica, climática, financiera, alimentaria, energética, institucional, cultural, ética, espiritual- puede ser muy productiva a condición de no trivializarla. Y menos aún hablando en nombre de los indígenas. Por ejemplo cuando menciona “la concentración de conocimientos y tecnologías en los países ricos y en los grupos sociales más ricos y poderosos”, ¿incluyen ahí a la China poscomunista? Según un informe de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), hoy China encabeza la lista mundial de solicitud de patentes y mucho de su evolución pone en cuestión los tradicionales análisis centro/periferia.
No obstante, después de anunciar que el capitalismo se cae a pedazos, el documento pasa a criticar al “capitalismo salvaje” pro bancos, algo que el neokeynesiano y demócrata Paul Krugman podría decir en términos más radicales -y con más sustento empírico. Que el documento hable en nombre de “los pueblos del mundo” no resuelve los problemas. Me dan cierta sospecha los análisis que hablan de “el capital” como si se tratara de un señor conspirando detrás de un escritorio y fumando un habano, sin tomar en cuenta las gigantescas complejidades que para la izquierda representó y representa el análisis de ese monstruo amable de cooptación de masas -vía precisamente el consumismo y las promesas más o menos realizadas de movilidad social-. Sobre las propuestas económicas del texto, se trata de sensatas propuestas regulacionistas y nacionalizadoras tendentes a poner en pie una suerte de capitalismo decente. Al final, ¿qué otra cosa podrían proponer?
Sobre el párrafo que llama a construir “un ser humano que no sea materialista ni consumista y que esté siempre enfocado al Vivir Bien con una profunda ética revolucionaria basada en la armonía y en la solidaridad reconociendo que todos los pueblos del mundo conformamos una gran familia”’ supongo que a los turistas que estaban en la Isla del Sol los llenó de emoción, especialmente en estos tiempos de crisis de los grandes relatos donde, como se vio estos días -y ya había advertido Zizek-, hay más gente dispuesta a creer en el fin del mundo que en el fin del capitalismo.
Sobre el acápite culturalista es difícil discernir si se trata de un manifiesto conservador y fascistoide del estilo de La tierra y los muertos de la derecha revolucionaria y antiiluminista francesa o de un proyecto democrático descolonizador abierto a las libertades de opción individuales que no encasille a los indígenas en cárceles identitarias (lo cual, a la vista del capitalismo popular aymara sería de todos modos un completo imposible). Digo además, porque en África, por ejemplo, se justifica la homofobia institucionalizada y otras discriminaciones en nombre de “las tradiciones africanas” y muchos combaten en esos términos a los derechos humanos.
Respecto a la idea de no vender a la Madre Tierra no se entiende si eso significa parar todas las explotaciones mineras e hidrocarburíferas’ supongo que no porque se propone sensatamente su nacionalización.
Pese a todo ello, Evo Morales ha mostrado una gestión económica bastante sensata y con buenos resultados. Obviamente Luis Arce Catacora maneja la macroeconomía basado en criterios bastante convencionales. Supongo que cuando lanzó el bono global y consiguió una tasa de interés menor al 5% no llevó este manifiesto bajo el brazo. (Tampoco el MAS usa estos manifiestos cuando elige a Jessica Jordan para ganar la elección en el Beni…)
Aunque el crecimiento boliviano está muy asociado a las materias primas y el comercio informal globalizado se ha hecho una administración prolija y -más importante- se ha recuperado el rol del Estado en la economía. Esto es una buena base para discutir la agenda futura de Bolivia, que transita un sendero económico inédito en las últimas décadas y quizás en la historia nacional misma.