18 de febrero 2016
El camino al Referéndum se convirtió en una sucia chicana electoral para elegir presidente, cuando lo que se iba a decidir fue un cambio en la Constitución con importantes implicaciones para la democracia. Preguntas y cuestionamientos sobre la legitimidad de la iniciativa surgen desde una mirada larga, sabiendo que uno de los motivos fue la negativa del movimiento gobernante –por opción propia- de generar nuevos liderazgos y democratizar su propia estructura política; un tema que en realidad lo deberían resolver internamente en lugar de forzar a la sociedad boliviana a la polarización para resolver este entuerto ideologizado por una visión populista del “proceso de cambio”. Así, el país se encontró ante la situación de cambiar su Constitución para viabilizar una reelección y reconcentración del poder político en una misma dirigencia que se ha ido desdibujando con los años.
Y no es que quiera menospreciar los logros de un importante cambio histórico gestado en el país desde de la reconquista de la democracia en el Siglo pasado, que son mas mérito de la voluntad de un pueblo que se propuso cambiar la injusticia. Pero, más allá de los logros y del balance que debe hacerse sobre éxitos y fracasos de este proceso, a estas alturas ya podemos hablar de una élite acostumbrada a los caminos del poder, a transitar por puertas giratorias, a desplegar un machismo exacerbado a boca llena y a menospreciar absolutamente cualquier mirada crítica a la que califican sin dudarlo de “derechista” “neoliberal” y “pro imperialista”. Sabiendo que una corriente importante de ella viene desde adentro, es decir, desde la izquierda.
Aunque la pregunta estaba centrada en un cambio constitucional, este referéndum no solamente nos sumergió con mucha anticipación en una disyuntiva electoral que aún no nos interesa abordar, sino que colocó los temas de fondo en un simple dilema: el SI o el NO. Simplificó el debate pendiente sobre la dirección del proceso boliviano, las decisiones sobre las políticas y el modelo de desarrollo y sobre los peligros que se ciernen sobre Bolivia en un contexto de fuertes cambios globales si persistimos en perseguir el “crecimiento” megalómano e irreflexivo de esta nación en la que parecen estar empeñados sus gobernantes.
Temas de fondo como la respuesta de Bolivia a la crisis global del cambio climático, el posicionamiento y las estrategias ante el desarrollismo de la industria fósil extractivista e irresponsable que está devastando el planeta y su relación con la dependencia con los combustibles fósiles que sostiene nuestra economía y las políticas estatales, los peligros y la vulnerabilidad de las fuentes de agua que empiezan a escasear para abastecer pueblos y ciudades, la perdida del Lago Poopó y la contaminación del Titicaca como problemáticas que demandarían una emergencia nacional que aún se deja esperar, la enorme contaminación del agua por las industrias extractivas, las concentraciones urbanas y la agricultura de exportación, la pérdida de bosques por políticas estatales tan permisivas a la deforestación, las políticas energéticas basadas en ciclos insostenibles de explotación de recursos naturales; es decir, la discusión sobre despojo y consumo como base del modelo de “bienestar” es un tema pendiente de la mayor relevancia.
O temas aún mas de fondo, como la relación de la izquierda con el poder: Un debate que TENEMOS que abordar crítica y autocríticamente. La izquierda no puede seguir obsesionada con transformar la sociedad desde el poder del Estado; no ha funcionado en la Unión Soviética, no ha funcionado en la China, y salvando las distancias y dimensiones, no ha funcionado en Bolivia. Las trayectorias particulares de cada uno de esos estados han llevado no solo a procesos de burocratización y conformación de élites poderosas, sino a reproducir el desarrollismo mercantil y el modelo de sobre explotación de la naturaleza para una redistribución social a imagen y semejanza del tipo de ídolo que quieren erigir (en nuestro caso resuena el “quiero ver si me quieren o no me quieren”). Pero no necesariamente recogiendo las demandas de la historia concibiéndola como un proceso civilizatorio hacia una mejor humanidad con una lectura de los límites planetarios (información con la que –por demás está decirlo- cuentan de primera mano como gobiernos).
Así, se ha consolidado una corriente ideológica estatista en la izquierda que no ve estos problemas y mucho menos recoge las profundas reflexiones de brillantes pensadores como: André Gorz, Iván Illich, Cornelius Castoriadis y otros que advirtieron que cualquier proceso revolucionario se desvirtúa y cede al capitalismo si persiste en los imaginarios del industrialismo y el mercado como factores inobjetables del bienestar. Es una izquierda que se ha obsesionado con el poder del Estado y el desarrollismo, que erige caudillos a los que no cuestiona como si fueran dogmas y que se ha acostumbrado a tragar sapos en función de un “bien supremo”.
La reflexión sobre el poder es imprescindible. Y yo diría poder, machismo y patriarcado porque de eso tenemos mucho en Bolivia y es de enormes implicaciones en la forma de hacer política y el ejercicio del poder. La reflexión sobre poder, machismo y patriarcado y la maniquea separación entre lo público y lo privado que encubre una doble moral y domina la política es imprescindible. La izquierda no puede seguir dando pasos a ciegas sin este necesario debate del que podría derivarse una actitud de mayor sabiduría y visión de largo plazo. El poder político masculino que hasta ahora conocemos acumula poder y casi por naturaleza ejerce violencia en algún momento porque independientemente de si lo que logra es bueno o no, es un círculo vicioso que requiere de autoritarismo, verticalismo, y crueldad para subsistir.
Este debate, no es para interpelar a los gobernantes, en realidad nos interpela a nosotros y nosotras mismas, no olvidemos que fue precisamente el progresismo en Bolivia el que dejó pasar por alto el “rodillazo”, las “coplas carnavaleras”, los transgénicos (Junio de 2011) e inclusive la represión de Chaparina, solo por el ideal de mantener un proceso dizque de transformación. John Dewey decía que: “La amenaza más seria para nuestra democracia no es la existencia de los Estados totalitarios… Es la existencia en nuestras propias actitudes personales y en nuestras propias instituciones, de aquellos mismos factores que en esos países han otorgado la victoria a la autoridad exterior y estructurado la disciplina, la uniformidad y la confianza en el líder. Por lo tanto, el campo de batalla está también aquí, en nosotros mismos y en nuestras instituciones”
La simplificación del debate y la chicanería alentada por intereses de corto plazo no dan lugar a estos debates, análisis y reflexión tan necesarias para la sociedad boliviana y para las izquierdas de todo el mundo.
Fuente: http://www.noticiasfides.com/opinion/elizabeth-peredo-beltran/banalizacion-de-la-politica-3995/