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viernes, noviembre 22, 2024

BRASIL: FRENAR A LA ULTRADERECHA, Por Guido Proaño A.

La atención política ahora se centra en Brasil. Los resultados de las elecciones del pasado 7 de octubre han atizado el interés por entender qué ocurre en ese país y que sucederá luego del 28 de octubre, cuando se cumpla la segunda vuelta electoral.

Se preveía en esta primera ronda el triunfo de Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal; pero ningún estudio estimaba que llegue a ese 46% de la votación, muy cercano a “meterse” la presidencia en primera vuelta. La situación es tan compleja que la suma de los votos obtenidos por las tres candidaturas que se encuentran detrás apenas superan al ganador con algunas décimas.

La mutación de mapa electoral brasilero es evidente desde 2002 —cuando Luiz Inácio Lula da Silva gana por primera vez la presidencia— hasta estas elecciones. El Partido de los Trabajadores (PT) ha sido desplazado de varios estados, pero mantiene el noreste como su granero de votos. Hasta ahora.

¿Qué ocurre en el pueblo brasilero para que vote como lo ha hecho? Bastante material tienen los analistas para ensayar interpretaciones y conclusiones. Y para muchas especulaciones también.

El pueblo ha dado una respuesta a lo que ha vivido en los últimos años y eso nos lleva a pensar en el grado de responsabilidad del PT en lo ocurrido. Quienes en el curso de los últimos años abandonaron al partido de Lula lo hicieron, entre los diversos motivos que se pueden asumir, por frustración y desencanto. Los anteriores procesos electorales (de gobernadores y municipios) prendieron las alertas de lo que estaba ocurriendo, inclusive antes de que surjan las acusaciones de corrupción contra Lula y otros dirigentes petistas.

De las elecciones municipales de 2016 salieron como los grandes perdedores, tendencia que se manifestó ya en 2014 cuando Dilma Rousseff ganó en segunda vuelta con estrecho margen, pero desacumulando en sectores que eran sus bastiones, como algunos centros industriales.

Los escándalos de corrupción como el caso “Lava Jato” —Brasil no podía ser la excepción en los denominados gobiernos progresistas— aceleraron el menoscabo de confianza de la población frente a un gobierno que, desde sus primeros años, habló mucho de los trabajadores y el pueblo, pero gobernaba junto a los empresarios y para beneficio de éstos. Todos los vicepresidentes de la República que llegaron con el PT han estado vinculados a los grupos empresariales y financieros.

No existe la intención de ocultar la gestión cumplida por Lula en el ámbito social, que aseguraron los réditos políticos que se mostraron hasta las elecciones de 2012, pero no es menos cierto que el PT gobernó guiándose por las fórmulas impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

En su primer gobierno, Lula aplicó la política de superávits fiscales por encima de lo exigido por el FMI, elevó las tasas de interés referencial para –según él­– combatir la inflación y garantizar confianza a los mercados y a los inversores; en el 2005 canceló toda la deuda con el FMI.  El aumento de la demanda mundial de materias primas alentó la economía brasilera, como ocurrió también en otros países, como el nuestro, elevando los índices de crecimiento económico y, con ello, el prestigio de quienes llevaban a Brasil a una situación que durante muchos años ha sido el sueño de la gran burguesía: convertirle en una de las mayores economías del planeta.

En las elecciones de 2014, Rousseff advirtió que su contrincante, Aécio Neves, tenía la intención de aplicar un «plan de ajuste neoliberal» si ganaba la presidencia. Y el ajuste vino, pero por acción de las misma Rousseff. Se rodeó de un gabinete con gente de clara orientación de derecha como Joaquim Levy, en el ministerio de Hacienda que fue ya funcionario de Lula y, antes, del FMI. Popularmente le conocían como Manos de Tijera por su fascinación por recortar el gasto público; también estuvo allí, Katia Abreu, «Miss Deforestación», en el ministerio de Agricultura.

Vinieron los recortes en inversiones públicas, gasto estatal (incluido partidas en educación y salud); se endurecieron las condiciones del crédito; se devaluó el real, lo que significó una reducción del salario.

Y vino la crisis política por los escándalos de corrupción y el descenso en los índices de crecimiento económico. Llegó la recesión y los problemas sociales se agudizaron. Cuando Dilma fue desalojada de la presidencia había 12 millones de desocupados; la tasa de desempleo creció de 6,55% en 2014 a 11,2% en 2016; la deuda pública representaba el 78,4% del Producto Interno Bruto, misma que cuando Rousseff llegó a la presidencia era del 56%. Destituida Dilma, asume Michel Temer, su vicepresidente, y llevó al país a una situación aún más compleja.

Cómo no va a existir un resentimiento de la población con el PT si éste ha jugado con su confianza, con sus expectativas, con sus anhelos de cambio; si al cabo de años queda en evidencia que la ética política del PT no difiere de la ética burguesa. Por eso los resultados de Fernando Haddad, por eso Dilma Rousseff no pudo ganar el escaño para el Senado, ni el candidato del PT en Sao Paulo y pierden en los estados más importantes.

Ese es uno de los componentes de este fenómeno político, otro u otros tienen que ver con la acción de las fuerzas de la derecha. Éstas probaron con una y otra figura en los procesos presidenciales anteriores, pero ahora tienen éxito con un personaje que, a pesar de querer presentarlo como un outsider, en realidad se trata un político que ha cumplido varios períodos en la Cámara de Diputados.

Racista, xenófobo, misógino, machista, ultraconservador… fascista. Así ha sido identificado Bolsonaro y su equipo más cercano constituido por apologistas de la sanguinaria dictadura militar (1964-1985) que reprimió, asesinó, torturó y desapareció a miles de brasileros. Él mismo no tuvo empacho alguno, en 1993, en decir desde el podio de la Cámara de Diputados: «¡Sí, estoy a favor de una dictadura!», en defensa de ese régimen militar y «¡Nunca resolveremos los graves problemas nacionales con esta democracia irresponsable!» Su ultra conservadurismo ha llevado a la BBC News calificarlo como más de derecha que Donald Trump.

Defensor abierto de los sectores más acomodados, del gran capital, de la mano dura contra el pueblo; sin embargo entre sus electores también están campesinos empobrecidos, afrodescendientes que viven en los barrios pobres, mujeres y no únicamente de sectores acomodados o medios, jóvenes… La enorme ofensiva que no inició con el período electoral, sino que viene desde hace mucho tiempo dio su efecto. Invirtieron millones en propaganda para engañar a la gente. Entre sus armas están las fake news ­—recurso utilizado también por Trump en los EEUU­— que se propagaron profusamente en redes sociales, claro está, también con una millonaria inversión.

En Brasil sale airosa una campaña sucia, que ha llevado a pensar a muchos que «es preferible un presidente homofóbico o racista a uno que sea ladrón». En la misma lógica de pensamiento, aquí hemos escuchado que «con tal que haga obra, no importa que se robe la plata» ¿Paradojas de la vida? No. Simple y dolorosamente es una expresión de la manipulación política que los grupos de poder ejercen sobre pueblo, aprovechando los límites de su consciencia política.

Tras el triunfo de Bolsonaro está una millonaria inversión, el apoyo de  todos los sectores reaccionarios, sectores empresariales y financieros, los grandes grupos mediáticos, las iglesias evangélicas y pentecostales. «Bolsonaro es quien mejor defiende nuestras banderas» contra el aborto y la llamada <ideología de género>, la defensa de la familia tradicional y de las <buenas costumbres>, dijo Josimar da Silva, presidente del Consejo de Pastores Evangélicos del Distrito Federal.

Los dueños del capital han iniciado sus festejos. Al día siguiente de las votaciones el mercado brasileño subía, en su principal índice, un 3,85%. En Wall Street también están contentos, Fernando Losada, analista de la firma Alliance Bernstein (firma global de gestión de activos) señala que la satisfacción de Wall Street se debe al equipo económico del candidato del PSL, liderado por Paulo Guedes, un economista netamente liberal graduado en la Universidad de Chicago y «muy apreciado en el mundo financiero». «El mercado anticipa que Guedes será el garante de la conducción económica», señaló Losada a Infobae. Siobhan Morden, estratega para América Latina de Nomura Securities (holding financiero japonés) asegura que «hay una alta probabilidad de que avance con una reforma del sistema previsional de Brasil».

Declaraciones como estas abundan, muestran cómo los grandes capitalistas en Brasil y a nivel mundial se frotan las manos ante un eventual triunfo de la ultraderecha. Si ellos están contentos ya sabemos que las amarguras las cargarán los trabajadores y el pueblo.

El escenario se torna aún más complejo. Con la polarización política existente, no es difícil prever que, con cualquiera que sea el resultado de la segunda vuelta, se abrirá un nuevo momento de la ya existente crisis política.

Ahora, las fuerzas progresistas, el movimiento popular tienen la responsabilidad de encontrar los mecanismos para frenar a la ultraderecha.

 

 

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