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09 Junio 2013
El Foro de la Ciudad que organiza el Colegio de Arquitectos se reabrió con un tema controversial: el centro histórico. Las reglas no garantizan la participación de los cuidadanos y el debate se traslada a las redes.
La mayoría de los que vinieron para debatir, para cuestionar y hacer preguntas, se quedaron con las ganas. El Foro de la Ciudad, espacio institucional creado por el Colegio de Arquitectos para debatir sobre los problemas de la ciudad, se reabrió este martes tras varios meses de silencio con un tema que genera tanta pasión como controversia: el futuro del centro histórico Patrimonio de la Humanidad. Pero el debate no prendió, a despecho de las 500 o más personas que llenaron a reventar el Salón de la Ciudad del Municipio de Quito. En el escenario, el alcalde Augusto Barrera, el ministro de Vivienda, Pedro Jaramillo, y el presidente del Colegio de Arquitectos, Handel Guayasamín, estuvieron básicamente de acuerdo en todo; y en lo que no, disimularon muy bien. En las localidades de la gran sala autoditorio, aquí y allá, solos o en grupo, ciudadanos de a pie que han pasado semanas discutiendo en las redes sociales sobre este y otros temas (la gente de los colectivos Quito yo me apunto o El Quito que queremos; las asociaciones de peatones y bicicleteros, etc.) desesperaban por opinar. Decenas de preguntas llegaron a la mesa al cabo de las dos rondas de intervenciones pero solo nueve (tres por cada expositor) se hicieron públicas. No es raro que la decepción llevara a algunos de los presentes a expresar su punto de vista a gritos desde sus asientos.
Chispeante fue el ingreso del burogomaestre. Si Rafael Correa se hace acompañar, a donde quiera que vaya, de la canción patriótica que gustaba a los dictadores de este país, Augusto Barrera se ha decantado por algo más travieso: los cuatro compases iniciales de El Chulla Quiteño, el pasacalle insignia de la ciudad, sonaron ejecutados por un festivo clarinete como de lata vieja mientras él recorría la distancia que lo separaba del escenario, juguetón el paso, suelto el movimiento de los brazos, de oreja a oreja la sonrisa de afiche electoral que le pintaba el rostro… Diríase un comediante de estampa quiteña en el Teatro Variedades. Atrás, apenas reconocido por unos pocos, el ministro Jaramillo, que se convertiría en la piedra de toque del foro, debido a su proyecto de demoler ciertos edificios modernos del casco colonial para hacer plazas e intervenir algunos otros para construir planes de vivienda. Jaramillo es el arquitecto responsable del proyecto Casa Gangotena, un hotel de lujo ubicado frente a la plaza de San Francisco, y este solo antecedente parece bastar para granjearle la antipatía de gran parte de los foristas presentes.
La tibieza del debate (que no lo fue ni mucho menos) y la imposibilidad de participar, fueron calentando el ambiente. Tras una anodina intervención de Handel Guayasamín, de quien se esperaba una postura firme con respecto a las demoliciones y solo se obtuvo un tibio compromiso de mantenerse vigilante, fue el ministro de Vivienda quien provocó los primeros comentarios lanzados en voz alta de un extremo a otro de la sala. Él rechazó el atril que los anfitriones le ofrecieron y prefirió tomar el micrófono con la mano y moverse libremente en plan Steve Jobs por sobre el escenario. Había tenido la poca delicadeza de ausentarse de la sala mientras Guayasamín lo precedía en el uso de la palabra, y ahora empezaba excusándose con él, no por ese comportamiento sino por el que estaba a punto de perpetrar. “Tuve un problema técnico -pretextó-: estaba reunido con el Presidente y cogí el flash memory de mi vecino, así que esta será una intervención improvisada”. “¡Como todo!”, apostilló alguien al fondo de la sala con impecable sal quiteña (irreprochable en esta sala).
“No sé si esta información es actualizada pero supongo que no ha variado mucho desde entonces”, continuó el ministro vagamente seguro de sí mismo, mientras las pantallas empezaban a despachar en Power Point una serie de datos estadísticos de la época en que el ministro participó en algún proyecto sobre el centro histórico, 10 años atrás.
Sus alusiones a la revolución ciudadana fueron interrumpidas por los aplausos de un nada despreciable grupo de asistentes que habían acudido, se preocuparon por dejarlo claro, para apoyar a sus autoridades. No es raro que fuera Augusto Barrera, el más político de los oradores de la tarde, quien despertara mayormente su entusiasmo. Lo hizo con el mero currículum: cuando la historia del arte Alexandra Kennedy, que actuaba como moderadora, leyó en él las palabras “autor del ensayo ‘Notas sobre la economía política de la reforma neoliberal en América Latina”, el público batió palmas como si el alcalde hubiera hecho la revolución con el solo título de su monografía.
Esos aplausos no hicieron que Barrera perdiera la perspectiva: él siempre supo a quiénes tenía por delante. Entre el público figuraban algunos de sus más radicales opositores de las redes sociales, gente que haría cualquier cosa con tal de contradecirlo. Tenía que tomar el toro por los cuernos y hacerlo de inmediato. Dejó de sonreír ni bien empezó a hablar. Con la voz de mando de la autoridad y la actitud de quien posee el monopolio de la verdad tan propia de los de su partido, delimitó el tema del debate en cuatro frases: este es un tema de relaciones de poder, “de eso estamos hablando”. Dijo esta última frase cuatro o seis veces, para que no cupiera duda, y arrancó con los pormenores de una curiosa economía política según la cual el centro histórico fue, durante siglos, “el barrio de los ricos”; luego vivió “una sistemática dinámica de abandono” (de esos ricos, se entiende) que ocasionó su deterioro. “Eso es así. E-so-es-a-sí. Dejó de ser el barrio de los ricos. Clarísimo. Eso es así”.
La no disimulada arrogancia del alcalde irrita a sus opositores, que esa tarde no eran pocos. Eso le hace perder la razón cuando la tiene. Si se suma el musical ingreso a ritmo de pasacalle, la representación mental queda completa: esa noche, muchos abandonarán el Salón de la Ciudad con un solo y demoledor comentario a flor de labios: “el alcalde es un payaso”. En nada quedarán sus argumentos en contra de la museificación del centro histórico, por sensatos que parezcan; sus meditadas críticas a los modelos anteriores de intervención, que se centraban en financiar emprendimientos aislados, recuperar fachadas, salvar conventos… “El problema no es solo la remodelación, por Dios. El problema es entender la economía política del centro del histórico”. Dice “por Dios” el alcalde como quien dice “qué, ¿no entienden?”. Y el rechazo del auditorio va en aumento.
Sin embargo, fue el ministro de la Vivienda el que llevó la peor parte. La ronda de preguntas se cebó contra su proyecto de demolición. Él trató de eludirlas lo mejor que pudo y fracasó estrepitosamente en el intento: “esa pregunta es reiterativa, creo que ya se explicó”, ensayaba. Y el público: “Nooo”. “Pero ese es motivo de un foro largo”, intentaba nuevamente. Y la gente: “Es esteee”. “Es que no vinimos para esto”, insistía. Y la respuesta: “Sííí, a eso vinimos”. “Ochenta por ciento de las preguntas están dirigidas al ministro y tienen que ver con el tema de los derrocamientos”, explicaba la moderadora Alexandra Kennedy, y el ministro no sabía más cómo sentarse. Mientras tanto, impávido como si no fuera con él, el alcalde miraba al techo. Y Handel Guayasamín trataba de no meterse en honduras y de obtener el compromiso del alcalde de que los procesos de intervención, sean los que sean, se harían con concursos transparentes.
Pregunta dirigida a Guayasamín: ¿no le preocupa a usted, que tantas cosas tan bonitas dice sobre el patrimonio, que las obras del metro arrasen con la riqueza arqueológica del centro histórico? Y el presidente del Colegio de Arquitectos, que apenas un rato antes había afirmado por la cara que el Panecillo era “el templo de Atahualpa”, moderaba su pasión por lo precolombino y asegura que no había tanta riqueza arqueológica en el centro.
Así concluyó la noche. ¿Fin de debate? No para las redes sociales, que desde el día siguiente y hasta la fecha no han parado: “estimado señor alcalde: el centro histórico de Quito no era el barrio de los ricos. ¡Era Quito!”.