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CLAROS DE LA AMAZONÍA. por Napoleón Saltos Galarza

7 mayo 2014

Y la visión lejana del centro apenas visible, y la visión que los claros del bosque ofrecen, parecen prometer, más que una visión nueva, un medio de visibilidad donde la imagen sea real y el pensamiento y el sentir se identifiquen sin que sea a costa de que se pierdan el uno en el otro o de que se anulen.
María Zambrano, Claros del bosque

Otra vez chocan dos mundos, dos visiones del mundo. En medio de la selva surge un claro, un centro de la comuna de Sarayacu, apenas un espacio de tierra roja abierto en medio del verdor de la Amazonía. Allí vive el sentido originario de la comunidad, sin propiedades privadas, allí persiste el lenguaje de la madre selva, del pájaro que anuncia el estado del alma, el movimiento del tiempo. Allí cada tarde hay tiempo para el internet, para comunicarse con el mundo. Allí reside la frontera del Estado plurinacional ante la invasión del Estado uninacional dominante, capitalista. Allí están los wio para cuidar el sentido sagrado del territorio.

La historia se construye por caminos escabrosos. El pretexto coyuntural del choque es la protección a tres luchadores, que no son extraños a la comunidad, a pesar de las proveniencias distantes. El encuentro de los hermanos ampliados parte del respeto al carácter sagrado de la vida y de la exigencia del cumplimiento por el Estado ecuatoriano de las medidas cautelares dispuestas por la CIDH a favor de los perseguidos, Cléver Jiménez, Fernando Villavicencio y Carlos Figueroa.

El punto del choque es la defensa del territorio y la soberanía del pueblo Sarayacu ante la soberanía nacional, la disputa entre plurinacionalidad y Estado de derecho(s).

El problema empieza por los lenguajes distintos. El pueblo Sarayacu ha construido desde siglos la “vida buena”, en armonía con la madre-selva, con los hermanos, consigo mismo. Ha habido momentos difíciles. Un pueblo que encontró el refugio en la Amazonía, para escapar del cerco de la hacienda o de la dominación en la serranía. Ha tenido que batallar para defender su territorio ante la invasión del extractivismo de las petroleras, hasta alcanzar la protección de los organismos internacionales, el reconocimiento de la CIDH.

Periódicamente ha enfrentado el asedio de la homogeneización. Y se ha resistido a la “blanquitud”, a la incorporación, en un doble movimiento: desde la persistencia de una identidad originaria que resiste y “sigue activa en el presente, y desde un futuro que apenas comenzaría a esbozarse en el presente.”

El lenguaje de la diversidad en la unidad, el lenguaje de las diversas soberanías, del cuerpo, del territorio, del Estado nacional, el lenguaje del pluralismo jurídico, en un ethos barroco que superpone mundos y visiones, con un sentido central, defender, garantizar la “vida en plenitud”.

Un lenguaje incomprensible para los poderes modernizadores y homogeneizantes de Occidente. Cada vez que se ha producido el choque, la acusación ha sido la misma: el intento de construir otro Estado dentro del Estado único nacional, la subversión ante la unidad e indivisibilidad del territorio nacional.

Esa fue la disputa en la década de los 90, la década de los levantamientos y las marchas indígenas, hasta lograr algunos resultados: la ratificación del Acuerdo 169 de la OIT por el Ecuador el 15 de mayo de 1998, y la Sentencia de la CIDH del 27 de junio del 2012, en donde se dispone el respeto y la reparación al derecho a la consulta previa y a la propiedad comunal del territorio del pueblo Sarayacu.

En la sentencia, la CIDH señala: 212. “En relación con lo anterior, la Corte ha reconocido que “[a]l desconocerse el derecho ancestral de las comunidades indígenas sobre sus territorios, se podría[n] estar afectando otros derechos básicos, como el derecho a la identidad cultural y la supervivencia misma de las comunidades indígenas y sus miembros”. Puesto que el goce y ejercicio efectivos del derecho a la propiedad comunal sobre “la tierra garantiza que los miembros de las comunidades indígenas conserven su patrimonio”, los Estados deben respetar esa especial relación para garantizar su supervivencia social, cultural y económica. Asimismo, se ha reconocido la estrecha vinculación del territorio con las tradiciones, costumbres, lenguas, artes, rituales, conocimientos y otros aspectos de la identidad de los pueblos indígenas, señalando que “[e]n función de su entorno, su integración con la naturaleza y su historia, los miembros de las comunidades indígenas transmiten de generación en generación este patrimonio cultural inmaterial, que es recreado constantemente por los miembros de las comunidades y grupos indígenas.”

El rostro inquisidor del Ministro del Interior muestra la evidencia de la subversión: “grupos paramilitares armados.” Y amenaza con el trueno del poder del Estado, olvidando aquello que anunció la CIDH: “la paralización de las actividades cotidianas del pueblo y la dedicación de los adultos a la defensa del territorio, ha tenido un impacto en la enseñanza a niños y jóvenes de las tradiciones y ritos culturales, así como en la perpetuación del conocimiento espiritual de los sabios.” Esta vez la amenaza ya no viene de una petrolera, sino del poder de un Estado excluyente.

La respuesta de los dirigentes de Sarayacu: son las armas de la supervivencia, las carabinas, las lanzas, para la cacería. Y ratifican dos resoluciones comunitarias, desde su interpretación sagrada de la vida: el asilo para los tres perseguidos políticos, y la defensa del territorio. No se cierran a la pertenencia al Estado ecuatoriano, pero se ubican en el sentido pleno del reconocimiento constitucional del Ecuador como Estado plurinacional.

El claro de la Amazonía abierto por el pueblo Sarayacu no es un mensaje aislado, hacia adentro, “más que una visión es un medio de visibilidad” de otro mundo ya no sólo posible, sino real. Los neocolonizadores, los embajadores de la homogeneización del Estado de derecho están privados de estos nuevos ojos, aunque repitan, para legitimar el poder, el discurso del sumak kawsay, vaciado de su materialidad, la “vida plena”, la soberanía territorial de los pueblos, la soberanía de los cuerpos, la pluralidad jurídica, la diversidad en la unidad, el sentido alternativo de una modernidad barroca.

No es un mensaje aislado, sino una visibilidad que es compartida por otros pueblos indígenas y por otros actores nuevos que resisten a la homogeneización y a la depredación de la modernización capitalista. En los claros de la Amazonía se escuchan las voces de los Yasunidos, mezcladas con el esfuerzo de utilizar las propias armas del sistema para enfrentarlo, el derecho a la consulta previa. Confluyen las voces, los sueños, las visiones de los nuevos actores, de un futuro que está naciendo en la resistencia de Intag, de Quinsacocha…

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