Antes quería ser princesa, pero me aburrieron con sus vestidos rosas. Luego quería ser Presidenta, pero solo de ver a todos los que hemos tenido, hasta vergüenza me dio. Pero cuando ellas, Neisi y Tamara levantaron tanto peso y ganaron sus medallas olímpicas, entonces me dije: ¡quiero ser como ellas! Fuertes, dignas y de gran capacidad. Quizás no puedo levantar pesas, porque soy más hueso que carne, (creo que me han criado a punta de cachitos y coca-cola. ¡Mentira!) pero sí quiero cumplir mi sueño, con las mismas energías infinitas. Cumplir sueños en un país que no te apoya sí debe ser como levantar tres quintales de piedras todos los días.
Luego de que mamá me contó quiénes eran y cómo llegaron tan lejos, me entró un orgullo, papá. Y cuando vi sus videos logrando la medalla de oro, lloré papá; lloré como ustedes, de emoción, qué ganas de aplaudirlas de pie. ¿Son pobres, verdad? Porque los pobres -como dices tú papá- son los únicos que nos regalan alegrías colectivas. Porque ya ni la selección de fútbol, papá. Creo que les deben entrenar con más pesas, bicicleta y menos balón.
Pero también me entró una bronca de trescientos quilos. Claro, a quienes gobiernan les vale un pepino el deporte (y de los periodistas deportivos, ni hablemos: desayunan, almuerzan y cenan fútbol, no se saben otra). Pero cuando triunfan nuestros deportistas, por sus propios méritos, a pesar de las carencias, ahí sí aparecen los que sabemos: se toman las fotos, se comunican por video llamada, viva la patria. ¡Qué iras, papá! Esos dirigentes deportivos han sido igual o peor que algunos ministros y directores de cultura. ¿Oportunistas se dice? Eso mismo, oportunistas.
Ganaron su medalla con todo en contra: Neisi es amazónica, mujer, sin apoyo del Estado, hija de refugiados, negra y con un drama familiar que entristece mucho. ¿Viste lo que se escribió en la mano, papá? Y ese turbante en su cabeza. Y Tamara, también con su emblema multicolor, lleno de alegre rebeldía. Ella, salida de las comunidades afro del Carchi. ¿Carapaz es de esa bella tierra del norte, no? Bien dice el abuelo que “¡Con el Carchi no se juega, carajo!”.
Quiero ser como Neisi y Tamara. Esas princesas-guerreras sí me gustan. Y te cuento que por fin canté el himno nacional con orgullo. En la escuela lo hago por obligación, me hago la que canto, nomás. Pero con ellas sí lo hice, alto, fuerte, con lágrima incluida. Ellas me hicieron sentir lo que es patria.
Ojalá el que gobierna entienda la importancia del deporte, de la cultura. No es gasto –bobos de tik tok–, es inversión.
Me despido, papá. Apenas vuelva a clases, llevaré mi mochila con tres piedras grandes, para sentirme como ellas. Y si ahora el gobierno no apoya, esas tres piedras serán para lanzárselas con viada, desde el Carchi al Macará.
Quiero ser como Neisi y Tamara. Esas princesas con pinta de guerreras sí me gustan.