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CORREA, VELASCO Y PERÓN. Por Pablo Ospina Peralta

17 Septiembre 2014

En un artículo muy interesante, publicado en Lalineadefuego, Gerard Coffey aborda el problema casi intocado de la estrategia de las izquierdas frente al correísmo. Nos llama a no inquietarnos tanto por Correa. Al fin y al cabo, todos los políticos se desgastan alguna vez y se acaba su embrujo, por más persistente y poderoso que pueda parecer en algún momento del tiempo. “No hay mal que dure cien años”. Ese argumento se invoca a favor de la propuesta de inaugurar una nueva estrategia política que evite las confrontaciones directas, como lo hace exitosamente Mauricio Rodas y como lo hicieron en su tiempo los chilenos de la Concertación Democrática en el plebiscito de 1988. Hay que deponer las banderas de la confrontación por los justos agravios vividos en el pasado y presentar un discurso positivo, moderno y alegre, discurso y actitud que la gente, agradecida como está con los logros del correísmo, pueda aceptar. Yo añadiría que hay otro ejemplo exitoso que Gerard no presenta: Ramiro González y Avanza están lejos de confrontar el correísmo pero aparecen claramente como una opción que acepta sus logros y se distancia de la polarización y criminalización de quien extiende sobre ellos sus alas tutelares.

Estoy de acuerdo en que debemos cambiar de táctica y que los éxitos de González y Rodas, en el centro izquierda y el centro derecha del arco ideológico, nos muestran una opción. Su diferencia también es llamativa: aunque ninguno confronta, uno lo hace recostado sobre el gran hermano y el otro a prudente distancia. Significa que, desde un punto de vista estrictamente táctico, la misma actitud políticamente exitosa es posible a distancias variables del correísmo.

Pero no estoy de acuerdo con que una de las justificaciones importantes sea que el correísmo no es tan malo porque algún día se apagará solo. Dos ilustres antepasados resultan para el correísmo curiosos espejos que proyectan interesantes analogías. Velasco Ibarra se desprestigió varias veces en el gobierno y cayó en medio del descrédito de sus electores. Pero regresó. No dominó el escenario político para siempre pero fueron cuarenta largos años. Correa inició su carrera política aproximadamente a la misma edad que el gran ausente. Tenían ambos un sustrato católico conservador en su formación y en la espiritualidad que impregnan en la política. Enganchaban con la cultura política local y así lograban movilizarla para fines nuevos. Ambos eran intolerantes, autoritarios, impredecibles, viscerales; ambos estaban impregnados del sentido profundo de una misión personal que los convierte en algo más que ellos mismos, en una especie de encarnación de las virtudes republicanas.

Pero hay algunas diferencias importantes. La más destacada es el programa de gobierno. Aunque ambos son modernizadores y ambos tienen el sustrato conservador de su formación de base, el correísmo tiene proyectos industriales, ideas estatistas y un tipo de nacionalismo que lo acerca más a Juan Domingo Perón que a Velasco Ibarra. Su programa desarrollista se parece más a la coherencia final del primer peronismo que a la zigzagueante política de desarrollo del velasquismo. Perón fue de lejos más radical; se ganó el adjetivo de nacionalista “revolucionario” con bastantes más merecimientos que Correa. Perón sobrevivió muchos más años que su persona. No solo marcó directamente con su personalidad avasalladora los treinta años que sobrevivió a su aparición política sino que su legado se extiende sorpresivamente imperturbable hasta hoy, cuarenta años después de su muerte. Lo hizo gracias a una política de organización sindical y popular que no tiene el menor equivalente en el correísmo. La Argentina no ha llegado todavía a los cien años de peronismo pero nada hacer prever hoy por hoy que faltará al aniversario.

Podría seguir las analogías. Pero el punto está claro. Sea por su parentesco velasquista o por sus parecidos peronistas, o por la combinación de ambos, el correísmo podría durar muchísimo. Y sus efectos dañinos para la izquierda podrían ser equivalentes a las sufridas en ambos países por tiempo indeterminado.

La razón por la que debemos cambiar de táctica no es porque el correísmo sea un mal menor, finalmente episódico. Podría perfectamente no serlo. Tenemos suficiente experiencia histórica para temerlo. Debemos cambiar de táctica precisamente porque hay peligro. Porque las conquistas programáticas del correísmo existen, como existían en el peronismo; porque, al mismo tiempo, los retrocesos en las libertades cívicas, aunque molesten, son bastante secundarias en los criterios de valoración política de la gente de los sectores populares. El correísmo podría hacer mucho más y mejor, desde una perspectiva de izquierdas, en la economía y la creación de capacidades estatales. Podría tener una política educativa progresista en lugar de reaccionaria y una política minera razonable en lugar de demente. Pero esas limitaciones sectoriales apenas oscurecen ante los sectores populares sus conquistas progresistas. Sobre todo, cuando tenemos una población acostumbrada a no esperar nada bueno, por mínimo que sea, de casi ningún político. Algo es siempre mejor que la vieja costumbre de no recibir nada para el pragmatismo de quienes tienen todo por perder.

Esa ambivalencia es la que hace que corramos el riesgo de caer en brazos de la derecha, como pasó con las izquierdas argentinas que caracterizaron como “fascista” al peronismo. El riesgo opuesto no es menor: que quedemos aislados por otras cinco décadas en la marginalidad política y en la impotencia. Dentro del correísmo las izquierdas no han tenido mejor suerte que las que estamos fuera. La conducta de la independencia optimista y positiva desde fuera podría funcionar. Por supuesto, siempre señalando lo que en cada tema hay que hacer de otra manera y mostrando las insuficiencias del programa de gobierno correísta ¿Es posible hacerlo sensatamente sin perder el programa ni diluir la estrategia en medio de tácticas semejantes? Las izquierdas tenemos mucho que discutir sobre estrategia en tiempos de un correísmo todavía desconcertante.

lalineadefuego
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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Me parecen muy oportunas ambas intervenciones. No se puede construir políticamente nada desde la negación de cuestiones evidentes que significan mucho para una población fuertemente marginada como la ecuatoriana. Al dedicarse a despuntar contra “el otro” nos olvidamos de lo que estabamos haciendo “nosotros” reducimos nuestros esfuerzos y nuestras (vale decir pocas) fuerzas a hacer la pequeña política, a reducir la discusión “entre entendidos” como se dice, ya sean estos del gobierno o no, en lugar de hacer la política con la mayoría de la población. Si algo aun no ha logrado hacer el correismo y ha repetido de la vieja tradición politiquera es eso, el “hacer la política por los otros”. Ciertamente la izquierda podría tener una oportunidad en ese sentido, si existiera una con esta vocación, cosa que no resuelve únicamente la teoría pero a lo que se aporta indagando en las preguntas acertadamente planteadas en ambos artículos, apostando a lecturas mas finas de las coyunturas, ensayando caracterizaciones que den mas salidas, otorguen herramientas para construir una oposición con vocación hegemonica. Por último tal vez también sea un buen escenario para plantearle a la izquierda discusiones que probablemente se debe y que resultan fundamentales de tratar para delinear un nuevo camino, discusiones que solo la voluntad de pensarse en conjunto pondrán definir cuales son.

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